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EL SENTIDO COMÚN COMO FORMA DE CONOCIMIENTO

 

 

EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA

Por Eduardo Badía Serra,

Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

Hay en el mundo, amigo, quien al buho se aferra,

y creen saberlo todo, vistiéndose de galas.

Se sienten poderosos porque creen tener alas

pero nunca han posado sus patas en la tierra.

Diálogo entre el búho y el burro,

Eduardo Badía Serra.

En estas épocas de hiper desarrollo tecnológico, de los robots, de la inteligencia artificial, del hombre autómata, de la vida programada, la ciencia, esa forma de conocimiento que precisamente hace que sea posible lo anterior, reconoce que hay algo a lo que ella nunca podrá acceder: El sentido común. Y esto constituye un hecho afortunado. El sentido común es esa forma de conocimiento que sostiene la individualidad del hombre como especie. Sancho Panza superaba a Don Quijote precisamente por su sentido común; y los grandes grupos culturales ágrafos, por tener un elevado desarrollo de su sentido común, fueron, precisamente, sabios.

El sentido común es un nivel o modo de conocimiento que está al alcance de toda persona. No sucede esto con, por ejemplo, la filosofía y la ciencia, y algunas veces, con la fe. El hombre normalmente accede al conocimiento por medio del sentido común, utilizando la sensibilidad en mucho mayor grado que la inteligencia y la razón. La ciencia nos enseña cómo son las cosas; la filosofía, qué son las cosas; el sentido común, cómo aparecen, cómo parecen las cosas; y este es un conocimiento importante, aunque no sea definitivo ni completo. Puede ser que la ciencia y la filosofía sean conocimientos más profundos, pero probablemente no sean más importantes. Por ello, es rechazable identificar al conocimiento por el sentido común como un “saber vulgar”, forma con la que a veces se le conoce y con la cual se le sabe identificar. Este “saber vulgar” es propio, decía el Dr. Reynaldo Galindo Pohl, de un “estado inferior”, carece de sistema, de relación ordenada, de método, aunque ya tiene una noción rudimentaria de la causalidad. Pese a los “factores que lo enturbian”, continúa, en el “saber vulgar” hay un “saber auténtico”, una cantidad limitada de verdades objetivamente válidas, y aunque hay en él ingenuidad, es un fiel trasunto de la realidad. Sancho Panza es un ejemplo magnífico de “saber vulgar”, termina diciendo este autor. El sentido común es, simplemente una forma de búsqueda de la verdad, de conocimiento de la realidad, un nivel de verdad de las cosas, sin el cual el hombre no tendría posibilidad de supervivencia.

Probablemente pueda considerarse al conocimiento por el sentido común como un conocimiento provisional, no reflexivo, o precientífico. En todo caso, el anterior sería un juicio siempre relativo. Es producto de un tipo de certeza casi natural, común a todos, utilizado aún por los que lo niegan y dicen no aceptarlo. Con él, el hombre “se hace” una idea del mundo, del universo, adquiere conciencia de su propio yo, establece un determinado grado de orden entre las cosas, y de alguna manera se interroga por el origen y la causa de las cosas y de todo. El hombre habla y se comunica utilizando en mucho mayor grado el sentido común; es este el recurso más importante en su discurso.

Ciertamente, por el alto grado de irreflexividad e irracionalidad que le acompaña, a menudo el sentido común se impurifica por la influencia de la cultura, de los códigos simbólicos que acompañan a todo hombre. Por ello normalmente se le considera justamente como una mera opinión, parte de la “doxa” platónica. Pero, ¿Cómo rechazarlo si la filosofía precisamente arranca de la admiración y de la necesidad de explicación de una realidad que en su primer instante se le revela por medio de los sentidos y de la experiencia directa? E incluso, ¿No acaso la ciencia plantea soluciones a interrogantes que responden a ese tipo de necesidad de explicación? Luego, y como ya ha sucedido con la fe, la filosofía y la ciencia, antes que plantear un rechazo al conocimiento por el sentido común, debe aceptárselo como complementario, como ayuda, como recurso. Y es que a los filósofos y a los científicos, en muchos casos, el sentido común y la fe parecieran disgustarles.

El valor y la necesidad del conocimiento son, pues, hechos indiscutibles, connaturales al hombre, e incluso, constitutivos del ser humano. “Ni el más extremo escepticismo pone en crisis el valor del conocimiento”, dice S. Rábade Romero en su obra “La estructura del conocer humano”. Mach, por su lado, (Conocimiento y error), dice que conocer es una función vital. “Sobrevivir exige tanto alimentarse como conocer”, dice.

Pero el hombre, frente a la experiencia instintiva, propia del animal, sitúa la experiencia racional. El instinto tiene como característica principal el que no necesita de aprendizaje individual. Sólo aprende la especie, por lo que la conducta de los individuos se ve estrechamente limitada. Por ello, Mach define al instinto como una “guía de conducta adaptada a circunstancias de vida estrechamente limitadas”. En cambio, el conocimiento humano, la experiencia racional, no es simple en ninguno de sus dos niveles, el sensible y el intelectual. “El nivel sensible es pragmático-instrumental, un nivel vital. Es el de la certeza sensible de Hegel y el de la actitud natural de Husserl, en el cual se trata de desarrollar los sentidos como fuente del conocimiento. Su característica principal es la adaptación al medio”. En este nivel, lo máximo que el hombre logra desarrollar es el sentido común, ese que Popper ha llamado “conocimiento confuso y subjetivo”. El nivel intelectual va más allá del dato sensible mediante la formación de conceptos, juicios y raciocinios, que expresa formas, ideal. No es mecánico sino creativo, propio, y capacita para la construcción y reconstrucción de estructuras conceptuales.

El sentido común, pues, así considerado, vendría a ser parte del conocimiento humano, precisamente su “nivel sensible”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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