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EL SIGNIFICADO ANTIGUO DE LA TRADICIÓN CABEZA DE JAGUAR (parte I)

Pie de imagen: Rasgos propios de la tradición Cabeza de Jaguar: A, pharmacy B y C muestran las espirales sobre los ojos; D E y F muestran las fauces partidas en dos y la nariz en forma de U invertida; G, cialis H e I muestran el motivo tri-foliado que acompaña las fauces de los rostros. Comparación con otras tradiciones mesoamericanas: J) Monumento 9 de Chalcatzingo (Morelos, México); K) Altar 48 de Takalik Abaj (Retalhuleu, Guatemala); L) Monumento 40 de la tradición Cabeza de Jaguar (Ataco, Ahuachapán). Dibujos por Daniel Salazar, cortesía del Proyecto Arqueológico Cabezas de Jaguar. 

 

Federico A. Paredes Umaña

Doctor en Arqueología

Director del Proyecto Arqueológico Cabezas de Jaguar

“… existe una unidad arqueológica en la región 

maya-pokomame de ocupación, representada por una

 estatuaria lítica de esferoidales cabezas de jaguar…” 

(Lardé y Larín 1959 p. 16)

 

Para adentrarnos en el significado antiguo de estos monumentos necesitamos alejarnos de nuestros prejuicios. Un prejuicio grande es sin duda el nombre que le damos al conjunto. ¿Por qué llamarlos Cabezas de Jaguar? Así les llamaron diferentes investigadores desde principios del siglo XX y, en el siglo XXI, seguimos usando ese nombre para referirnos a un grupo de 56 monumentos que comparten características similares. Pero el nombre que les damos hoy, poco tiene que ver con su significado antiguo.  Haríamos bien entonces en olvidar por un momento que les llamamos jaguares y en enfocarnos en los elementos que constituyen esa “unidad arqueológica” que Lardé y Larín advertía en 1959, pero que no pudo definir con precisión.

Hagamos entonces el ejercicio de definir las características que comparten estos monumentos para poder diferenciar cuáles monumentos de piedra pertenecen al conjunto y cuáles no: tienen un promedio de altura de 60 cm, están tallados en bulto en rocas de basalto, andesita y escorias volcánicas. Llevan una cresta en la frente, espirales sobre los ojos, una nariz en forma de U invertida (que forma parte del elemento trifoliado que enmarca el hocico, proyectado hacia afuera y formado por hileras de dientes). Pueden tener narices humanas que surgen desde un plano interior. Son rostros que evocan una anatomía humana, pero con la suma de atributos animales (aves, reptiles, felinos) mediante convenciones artísticas que emergen de un complejo universo simbólico; llevan fauces descarnadas, partidas por la mitad, ojos vacios y ojos vivos. En resumen, tienen un repertorio de símbolos muy amplio que debemos describir con precisión, como paso previo a conocer su significado.

Cresta sobre la frente

La cresta se define a partir de su posición en la frente. Son protuberancias que pueden ser lisas u ornamentadas con líneas incisas. Con poca frecuencia la cresta aparece fusionada con un hocico plegado sobre el rostro (por ejemplo los monumentos 15 y 31). Los ejemplos más sencillos son lisos, otros tienen un remate superior y los más elaborados muestran rizos en su vista lateral. Las crestas más elaboradas son las de los monumentos 12, 43, 48 y 53.

Ojos y cejas

Los ojos, presentes en la mayoría de ejemplares, son de forma redonda o rectangular. El ojo derecho y el izquierdo pueden ser diferentes; las cuencas pueden representarse llenas o vacías. En algunos casos pueden estar completamente ausentes. Envolviendo los ojos van unas bandas curvas que se enroscan a la altura de la frente; estas espirales hacen las veces de cejas y giran hacia el interior del rostro, salvo en el monumento 36, donde giran hacia fuera (ver ejemplo en la letra C de la imagen que acompaña este texto).

Las espirales o volutas son un rasgo recurrente en varias deidades y entidades sobrenaturales del Preclásico ¬?por ejemplo, la deidad ave principal, el dios solar o la montaña zoomorfa?, pero en esos casos la ceja exhibe una placa con una o dos volutas en los extremos.  En el arte de la costa del Pacífico y sus altiplanos adyacentes, especialmente en Kaminaljuyú (Guatemala), Monte Alto (Escuintla) e Izapa (Tapachula), el dios de la lluvia presenta una ceja-voluta sobre el ojo.

Ejemplos semejantes del tratamiento de las cejas, ojos, hocico y nariz fuera de la zona maya se encuentran en Monte Albán. Por ejemplo, en una olla efigie de la fase Danibaan (500 – 200 a.C.) con la imagen del dios de la lluvia Cociyo.

Símbolos locales y procesos regionales

La tradición Cabeza de Jaguar constituye una estilización local, propia de un grupo de sociedades que poblaron una zona que abarca unos 3000 km2 en el actual territorio del occidente de El Salvador. Sus características particulares, por ejemplo la forma de las crestas sobre la frente, la forma de las cejas arremolinadas, sus ojos redondos o cuadrados ?que pueden estar presentes o ausentes? le merecen una designación como tradición escultórica en el sureste de Mesoamérica. En la siguiente entrega analizaremos otras de sus características: las fauces y su contorno trilobulado, las narices zoomorfas, el rostro humano que emerge desde adentro y los maxilares seccionados, así como otros rasgos que las vuelven particulares y específicas en la vertiente del Pacífico del sureste de Mesoamérica.

Pero precisamente porque los habitantes de esta región hacia el Preclásico tardío no vivieron aislados de las dinámicas regionales, de su evolución sociopolítica y de las instituciones que surgieron para organizar estas sociedades agrícolas, también podemos advertir las convenciones que comparten con otras tradiciones mesoamericanas. De ahí que resulte útil trazar comparaciones con Oaxaca, la cuenca de México y con otras subregiones de la zona maya en la vertiente del Pacífico.

Esta es una de varias rutas posibles para conocer el significado antiguo de la tradición Cabeza de Jaguar. No es la única ruta posible y, en realidad, conviene que no lo sea, pero por el momento la combinación de estudios iconográficos y de contexto arqueológico nos permite identificar, describir y comparar en primera instancia los elementos constitutivos de esta tradición, acercándonos a ellos, para luego situarlos en su contexto. En segunda instancia, los datos arqueológicos nos permiten conocer en su conjunto los patrones de uso (cuándo, cómo y dónde) de una tradición pétrea que se gesta en el seno de las sociedades agrícolas que habitaron el occidente de El Salvador hace más de veinte siglos.

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