Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y coordinador
Suplemento Tres mil
Cuando mi abuelita Josefina Pineda de Márquez me contó que Claudia Lars le decía que pasaba años sin escribir, pensé que era una exageración, incluso que no era posible. ¿Cómo un escritor puede pasar sin escribir?, de igual forma muchos escritores más han pasado por esa etapa en la que la hoja en blanco permanece así, sin que se pueda imprimir en ella alguna letra. Creo que la juventud a veces va de la mano con la imprudencia y la incredulidad. Nunca me imaginé con esa prolongada sequía de pasar conjuntos de 365 días sin escribir. Sin embargo, con el tiempo me he dado cuenta que es cierto. Que uno no pasa todo el tiempo escribiendo e incluso leyendo.
Mientras era adolescente y la vida no me daba mayor compromiso que vivir pasaba las horas en la bohemia, leyendo y escribiendo. En esa época uno quiere decir mucho, incluso de lo que no entiende ni alcanza a visualizar. Todo era querer decir y a veces el embrollo ese de vestirse con pieles ajenas cuando sin querer surgían entre mis borradores versos ajenos, que después se limpiaban. Esas influencias que con el correr de los años se hacen intravenosas y menos evidentes, aunque a veces terminan por apropiarse de uno.
Creo que escribí desde siempre, aunque no de forma profesional, pero me encantaba hacer historias con mis juguetes y pasar así escribiendo y jugando ¿Acaso existe diferencia entre estos dos verbos? Escribir me hace volver a ser niño.
Con el pasar de los años los compromisos de la adultez y este sistema esclavista me hizo dejar esporádicamente mi primer amor: escribir. Y así me fui metiendo en el juego de otros en lo financiero y jurídico, o sino adulterando la esencia del arte pretendiendo competir por quién es el mejor o ser juez del universo (afortunadamente nunca fui lisonjero), sin darme cuenta esa actitud me chupaba la sangre como un vampiro, pero la dejé antes de llegar a los treinta. Otros entran en ese juego para perder su vida y suman años envejeciendo, pero no madurando, mientras su ego crece y aprisiona la hermosa sensibilidad del poeta o el artista que lo hace sublime para oscurecerse.
Lo maravilloso de esos tiempos de pausa que Claudia Lars le mencionaba a mi abuela tienen silencio y soledad, y ambas cosas son imprescindibles para encontrarnos con nosotros mismos. He crecido en los momentos de silencio y soledad, en fin. El oficio de escribir es solitario, no para que sea torturante, si no para gozarlo. No hay nada más hermoso que se ser uno mismo sin posturas y sin máscaras. No pretender con ingenuidad encajar, sino solo ser.
Durante esas pausas he logrado disfrutar la lentitud y serenidad de la espera, en tanto observo lo que me rodea y aprendo a conocerlo todo.
Poco a poco aprendí del silencio que habló Lars, y que mi abuela tanto me repetía. Ahora sé que sin el silencio jamás surgiría la palabra, sin importar lo que tarde en pronunciarse.
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