Oscar A. Fernández O.
Apartado de cualquier forma de predestinación, sovaldi el socialismo encontró en América Latina, store desde muy temprano, ed sus formas particulares y genuinas. Indígena, campesina, afroamericana, mestiza u obrera, el socialismo representó el levantamiento de las masas populares ante los grandes enemigos del “ser latinoamericano”. Y como tal, fue abriendo un caudal de luchas que conducían y conducen a la superación de la dependencia colonial-imperialista y del capitalismo.
Quienes han dejado de pensar en toda forma de socialismo como sistema social alternativo al capitalismo, aducen al menos dos tipos de razones para justificar esta deserción. Por una parte, suelen atribuir al capitalismo no solamente un poder incontrarrestable, sino también un éxito en lo económico que abre, según ellos, posibilidades de bienestar para todos. Por otra, manifiestan una fuerte decepción frente a las experiencias de socialismo que hasta ahora hemos conocido, que los lleva a considerarlo como un sistema definitivamente fracasado.
¿Podemos discutir de socialismo y de las posibilidades de éste como sistema de vida, sin temor a que nos quemen en la pira? ¿Es imposible cambiar el régimen de exclusión, miseria y explotación brutal del neoliberalismo? ¿Será cierto que con este régimen político vamos hacia una democracia en donde el pueblo tendrá el control de su destino? ¿Seguiremos siendo rehenes de la lógica económico-instrumental de un capitalismo voraz y de las creencias fanáticas de la ultraderecha recalcitrante? ¿Será cierto que pretender cambiar el sistema capitalista es de locos?
El “socialismo” en América Latina ha sido y es parte de una realidad histórica. Toda nuestra historia tiene la marca imborrable del socialismo. Intentos de construcción que desde los propios orígenes culturales del “hombre colectivo” hasta las formas modernas de organización nutrieron las luchas sociales y políticas.
El mundo de hoy, regido por la ley del máximo beneficio para unos pocos, marcha indefectiblemente hacia un cataclismo humano y natural. El capitalismo, en particular el subdesarrollado y dependiente que prevalece en los países como el nuestro, han agotado sus posibilidades de progreso y socava las bases de la armonía humana. Y el capitalismo “desarrollado”, el que impera a escala mundial provoca, con su lógica de crecimiento irracional y consumista, la destrucción de ambientes naturales, que afecta a las más de seis mil trescientos millones de personas que habitan el planeta.
El fracaso histórico del capitalismo plantea hoy, por lo tanto, la construcción de un nuevo orden mundial, que detenga el Apocalipsis que se avecina; que responda a las acuciantes expectativas de libertad, justicia e igualdad; y convierta en realidad los derechos de los individuos y de los pueblos.
En el marco de este debate, consideramos que es necesario formular un nuevo modelo fundado en valores y principios que ha atesorado la humanidad a lo largo del devenir histórico. Principios y valores que trascienden las formaciones histórico-sociales a lo largo del continuum civilizatorio.
El capitalismo niega la posibilidad de que estos principios, surgidos en la era preindustrial, puedan establecerse. El capitalismo suscita alienación, explotación y miseria. Y los beneficios del progreso, a resultas de la gesta colectiva de la humanidad, son apropiados por quienes ejercen la hegemonía del poder mundial y los demás privilegios que lo acompañan.
No obstante, en estos últimos años la avalancha ideológica neoliberal ha sido de tal magnitud, que incluso ejerce una influencia determinante en la producción teórica y en la práctica política de diversos sectores de la izquierda.
Hablar de Socialismo y Capitalismo, es analizar cómo dos concepciones antitéticas políticas y económicas, nacen en un mismo contexto histórico. Son historias paralelas. El socialismo en El Salvador, deberá desarrollarse entonces como una demanda y una necesidad de la sociedad del futuro, que debe empezar a sentar sus bases desde ahora, de lo contrario será una invención sin sentido ni posibilidad de avance. No podemos mirar nostálgicamente hacia atrás, ni analizar el mundo con el prisma de épocas pasadas o tratar de aprovechar espacios que se cerraron.
La idea de ser el estandarte del progreso, es necesaria para fundar la sociedad como comunidad racional, pero por sí sola conduce a la exaltación positivista y cientificista de la Razón y del Progreso, al reinado instrumental del pensamiento tecnologista y el desarrollo economicista, y a la preeminencia de las teorías neoliberales del pensamiento único y el fundamentalismo del mercado o en caso contrario, a nuevas formas de dictadura burocrática. Este proceso configura la modernización de la técnica y olvida al ser humano, oprimiendo al concepto de progreso social libertario.
La idea de la igualdad necesaria para fundar la humanidad como el principio y el fin de toda actividad, si es invocada por sí sola, sin contexto y apartada de los valores del progreso, tiende a generar sociedades colectivistas uniformadas, en dónde la razón del individuo como motor de la contradicción dialéctica entre colectivo e individuo, es anulada, pues los seres humanos somos tan iguales como desiguales somos.
La idea de los Derechos de los individuos y de los pueblos, como fundamento del Estado, es infaltable para fundar la sociedad como comunidad ética y base del completo progreso sociopolítico, pero si es tomada por sí sola resulta insuficiente para establecer una sociedad verdaderamente civil y progresista. El principio de preservar al individuo y a los grupos sociales de las arbitrariedades y abusos del Estado, no puede prescindir del principio democrático de Igualdad sin convertirse en la defensa de los privilegios de una minoría determinada socialmente (como en el capitalismo), racialmente (como en el nazismo y el apartheid) o ideológicamente (como en el genocidio camboyano)
El Capitalismo actual en El Salvador, ha llevado a la más extrema ortodoxia la separación entre economía y política, colocando la primera como el motor de la modernidad. El socialismo para este siglo deberá equilibrar y combinar el conflicto específicamente vanguardista, entre política y economía.
El socialismo no se opone al avance tecnológico, pero busca colocarlo al servicio del ser humano y no al revés, convirtiendo al ser humano en una extensión de lo tecnológico, como hace el neoliberalismo. Igualmente el desarrollo económico es para el socialismo un medio necesario para afianzar la libertad, la igualdad y el derecho, no para someterlos, como hace el poder económico en El Salvador. La izquierda socialista salvadoreña deberá definirse por el impulso positivo, solidario, amplio, inteligente y orientado hacia una verdadera profundización y extensión de la democracia, los derechos humanos y el progreso de todos, contraria al fanatismo nacionalista de la ultraderecha.
La casi desaparición y saqueo del Estado salvadoreño, devorado por las reglas del capitalismo transnacional organizado, disminuye dramáticamente las posibilidades de llevar adelante una política progresista y acecha peligrosamente a las izquierdas nacionales a una resignada sumisión a los poderes económicos globales, por lo que se vuelve un pecado pensar distinto a ellos.
En un mundo globalizado, en el que la batalla por la democracia popular ha alcanzado una escala planetaria, una política de izquierda socialista se define por la universalización de la democracia y el progreso, es decir por la socialización de una vida digna, sin ataduras ni pre concepciones rígidas y autoritarias, para lo cual es necesario desmontar el neoliberalismo y edificar un modelo de desarrollo social fundado en la Igualdad, la libertad, los Derechos del individuo y de los pueblos, y el Progreso social.
El socialismo no puede ser pensado como un modelo “idealista”, como una forma social de vida anunciada por una especie de dialéctica revolucionaria espiritual. Puesto que la edificación de una sociedad igualitaria no representa la consumación inevitable de una transición histórica que atraviesa la humanidad, naturalmente, inexorablemente. La superación del capitalismo sólo puede admitir su ejecución, cuando los propios actores sociales revolucionarios asumen un compromiso de transformación permanente, dinámico y rectificador, cuyo sentido práctico no es sometido a los principios evolucionistas que impregnan los procesos genuinos de revolución. Puesto que el socialismo es una realidad en construcción, por lo tanto, inverificable hacia los tiempos venideros. Por todo esto, hay que decir que el socialismo representa una fase histórica en construcción, sin disposiciones idealistas. Asimismo, se hace imprescindible rescatar la verdadera dialéctica formulada por Marx. Una dialéctica adherida a los procesos combinados y contradictorios de una sociedad en un momento histórico determinado (Tagarelli: 2009)
Por tanto, si no existe un programa integral de lucha, que combine una amplia alianza social, aproveche los espacios políticos actuales y logre aglutinar la fuerza política con una proyección estratégica de largo alcance, la función de gobierno o la elección de legisladores, alcaldes y presidente de la república, se convierte en un fin en sí mismo y no en un medio para el rediseño de un Estado que privilegie al ser humano.