Dr. Richard A. Rawson, F.R.C. (2 y último)
-Miembro del Consejo Internacional de Investigaciones de AMORC—
Después de la adolescencia la tentación se aleja
Después de la adolescencia, la incidencia del suicidio se reduce casi por completo, aumentando en forma gradual con la edad. Con el tiempo, la acumulación de las tensiones sociales o la debilidad física pueden poner a prueba de nuevo el sentido que tiene el individuo sobre el valor de la vida, magnifican el aparente esfuerzo y el riesgo que se corre para alcanzarlo. A pesar que en la vida ocurren crisis, se cuestiona seriamente el valor de la vida, y raras veces esas crisis son motivo en sí mismas para el suicidio. Muy a menudo, la acumulación de evaluaciones y desmoralizaciones recurrentes en la vida plantean cada vez más la cuestión, hasta que se hace una selección definitiva en pro o en contra de vivir.
El problema del suicidio reside en si la vida tiene o no valor, y la solución nunca proviene de la razón, sino que se deriva de la experiencia. Dos personas no tienen las mismas experiencias en la vida. Raras veces resulta conveniente aconsejar que tenga confianza a alguien cuya experiencia ha sido una constante frustración amarga. Las historias personales que se cuentan a alguien para que supere sus problemas -no obstante el buen propósito que se tenga— no transmiten en forma veraz el sentido del valor de la vida a aquellos cuyos únicos recuerdos son de continuos fracasos. Entonces, ¿qué podemos sugerir a otros para ayudarle a que haga la decisión más importante de su vida?
Los Rosacruces hemos aprendido que el valor de la vida no reside en la intensidad de la experiencia objetiva. El éxito o el fracaso en las aventuras del diario vivir agregan dimensión e importancia a la experiencia, y la intensidad de esa experiencia puede dar lugar a sensaciones sorprendentes y a emociones placenteras o desagradables. Sin embargo, el valor de la vida solo se comprende buscándole un significado interno, el cual es la base y la fuente principal de toda experiencia externa.
El suicidio no es solución para ningún problema
Los Rosacruces sabemos por experiencia que existe una relación entre una mente y otra, relación que trasciende la realidad normal. Es en esta relación que la cualidad de la vida puede ser comunicada y compartida. En este nivel de comunicación no son necesarias las palabras, ni estas tienen el poder para interferir con la experiencia del significado de la vida. La comunicación en este nivel con alguien que piensa seriamente en el suicidio –ya sea que haya expresado o no esos pensamientos— crea por lo menos un elemento de duda en la creencia de que el suicidio es una solución para sus problemas. Cuando existe un elemento de duda en el valor del suicidio, se debilita la probabilidad de consumarlo y hasta de intentarlo.
La comunicación en este nivel trascendental hace posible también dirigir, hasta el auténtico bienestar, la experiencia de alguien angustiado que no ha podido descubrir el sendero recto. Cuando se trata de ayudar a otro en su desesperación empleando esta forma de comunicación uno debe prepararse para experimentar también la más profunda desesperación y desconfianza en sí mismo, y hacerlo sin perder la fe y sin perder la certeza inflexible de que nuestra intención es total y realmente buena. Esa fuerza de propósito, la integridad de nuestra propia decisión de vivir –de alcanzar la sensación más completa de encontrarse vivo- reanimara nuestra consciencia personal. En ese momento la selección de vivir comunica a otras mentes, con inexpugnable verdad, el valor de la vida.