Oscar A. Fernández O.
Existimos como seres sociales por naturaleza, sale es lógico que esparciéndose un tipo determinado de comportamiento, cialis éste se transforme en un fenómeno social, tadalafil de allí que del delincuente llamado común, pasemos a las bandas organizadas y al crimen organizado (de más alto nivel) evidencia de un grave problema general, que produce y reproduce la violencia, la cual no es ajena a la sociedad.
Es así que la violencia socialmente, se ha convertido en un mecanismo de información subconsciente que concibe dirimir los problemas por la vía violenta, actuando bajo diferentes estímulos y en diversas circunstancias; de tal manera que romper con esta cadena es un asunto complejo y que requiere por lo menos veinticinco años. Estamos frente al reto de una deconstrucción cultural decadente, para crear una civilización virtuosa y radicalmente democrática.
En la sociedad contemporánea, el tema de la violencia se ha venido convirtiendo en un problema vasto que exige definirlo no solo como un contrariedad más sino como una cuestión de seguridad de Estado, por el grado en que este flagelo afecta de manera importante la estructura y el funcionamiento del cuerpo social. Nuestra civilización capitalista-cristiano-occidental-contemporánea, es ante todo una civilización de la violencia por el carácter de su racionalidad interna. (Suárez-Ribero: 2004)
Por todo esto, la presencia de la violencia, la destrucción y la muerte en la escena de la vida cotidiana, ya no solo es inocultable, sino que se convierte en parte del paisaje social y se adosa a la cultura.
Leer las noticias o ver la televisión es una invitación macabra a encontrarse con las huellas de la muerte, la destrucción y la violencia en general. Una atmósfera de muerte nos envuelve, la violencia parece haberse convertido en el mecanismo por excelencia de resolución de cualquier conflicto, incluso los interpersonales.
Como si fuera “un castigo de los Dioses”, el crimen ha venido convirtiéndose en un rasgo de la vida cotidiana; algo que está pasando a ser como un fenómeno natural ante el cual ya no es posible hacer nada porque como la lluvia o la fuerza de la gravedad, es inevitable. La violencia ha tomado tanto cuerpo en nuestra sociedad que nada de sus manifestaciones concretas nos parece extraordinarias: homicidios, desmembramientos de cuerpos, masacres, atracos, etc. Desde la misma Conquista de América por el Imperio Español, que significó la aniquilación de nuestros antepasados hasta los últimos setenta años del siglo pasado, de Dictaduras sanguinarias que dieron origen a la guerra civil, nuestra sociedad ha vivido dentro de la violencia.
Estamos asistiendo a la aparición del fenómeno sociológico, llamado perversión criminal. Este fenómeno ya no sólo está relacionado con desviados sociales, que la sociedad y los expertos fácilmente identifican como una anomalía ubicada en niveles marginales de la sociedad, sino que está pasando a ser parte del modo de adaptación social, en un medio en que priva la barbarie, dónde sobrevivir pasa por matar.
La UNESCO establece en su resolución 18C/11.1, que: “La paz no es sólo la ausencia de guerra, sino que entraña principalmente un proceso de progreso social, de justicia, de promoción y defensa de los derechos humanos…”etc. En seguida resalta: “La causa inevitable de la violencia es la conclusión de un tipo de paz precaria que corresponde solamente a la ausencia de conflicto armado, sin progreso de la justicia, o peor aún una paz fundada en la injusticia y en la violación de los derechos humanos”. En esta línea trabajan hoy los gobiernos progresistas que como el salvadoreño, han emprendido un viraje honesto.
Es evidente que si las violaciones a los derechos humanos son consideradas universalmente como violencia, el interés de la definición dada por las Naciones Unidas, reside en que se le confiere a la violación de estos derechos la cualidad de violencia primera, en un encadenamiento de causas que entrañan efectos de retroacción, generadas por el orden establecido y una práctica antidemocrática de los poderes tradicionales, en la que se ha abusado de la razón de Estado, se impone el poder económico y se viola el Estado de derecho, en su contenido contractual. Un proceso de cambio y de enfoque de este problema se ha iniciado, pero falta mucho por recorrer, porque las trancas culturales e históricas del poder de facto aún están intactas.
La entronización en El Salvador en las últimas décadas de un modo de vida fundamentado en una racionalidad holista cuyo criterio de funcionamiento es el mercado neoliberal, genera representaciones, relaciones, subjetividades y estilos de vida que podríamos enmarcar en el contexto de lo que denominamos como “canibalismo”.
Esto no es más que la visión y estructuración del mundo desde la subjetividad, de acuerdo a la perspectiva del darwinismo social, que se fundamenta en la ideología de la supervivencia ya no del más apto si no del más poderoso, es decir del que más tiene, en la lucha encarnizada por la obtención de los bienes materiales, sociales y culturales que la sociedad ofrece en el mercado; vale decir, la lucha por la supervivencia material y social. Esto que constituye una situación de “ecología de la violencia” y que en sí misma es violencia estructural, genera procesos de anomia y de patrones de comportamiento estructural que se traducen en indicadores de violencia social.
Es a partir de la década de los ochentas cuando comienzan a ser aplicados en nuestros países, un conjunto de medidas de política económica conocidas como “ajustes estructurales”, que prácticamente destruyeron la institucionalidad pública y empobrecieron la capacidad de respuesta que ésta debía de dar ante los problemas sociales y económicos. Es a partir de aquí cuando en muchos países latinoamericanos empezamos a tener noticias de la implantación de una economía basada en el “Libre mercado” con la irrupción en los escenarios sociopolíticos del consumismo insaciable. Desde ese momento comienzan a empeorar los indicadores del proceso de descomposición social que se habían venido incubando desde los tiempos de las Dictaduras y la guerra de liberación. Si se piensa en erradicar esta cultura de violencia social, debe entonces pensarse en desmontar este modelo económico-social depredador del ser humano, de lo contrario viviremos eternamente atacando los efectos mientras las causas se potencian como problemas “irresolubles”.