Álvaro Darío Lara
Un día de 1983 llegó a mis manos un libro maravilloso, se trataba de “Jardines” de Ricardo Lindo. Texto hermosísimo, ilustrado por Salvador Choussy, donde el poeta recrea -revestido de un extraordinario lirismo- nuestra naturaleza prehispánica y mestiza.
En “Jardines” encontré una referencia al gran poeta, matemático y astrónomo persa, Omar Khayyam (1048-1131), que inmediatamente despertó mi curiosidad. La alusión a Khayyam no era gratuita, se trataba de un personaje genial, que había transitado entre diversos saberes: ciencia y literatura, principalmente.
Khayyam procedía de una familia acaudalada que se había enriquecido mediante la elaboración y comercio de tiendas o carpas, artículos importantísimos en la vida social y cultural de su tierra. Es más, el apellido Khayyam o Jayyam significa: “fabricante de tiendas o carpas”.
Desde su juventud, Khayyam recibió una sólida y rica formación, que aunada a su innato talento, lo hizo merecedor de la protección real, gracias a la cual pudo consagrarse a la astronomía y a las matemáticas. A él se debe la reelaboración del calendario zaratustrano, más exacto, incluso, que el occidental gregoriano. Asimismo, su fuerte impronta en el álgebra es fundamental: la famosa “x” que designa la incógnita en las ecuaciones, es un legado suyo que perpetúa su memoria, y sus investigaciones en esta área.
Pero es, sin duda, su obra poética, lo que más nos atrae. Y dentro de este conjunto, sus famosas cuartetas, “Las Rubaiyat”. En ellas, el sabio persa, se deleita con los placeres espirituales, muy superiores a la terrenalidad, en la que la mayoría de los seres humanos nos agostamos inútilmente.
Como autor místico, Khayyam se sirve de elementos muy arraigados en el mundo oriental (el vino, las estrellas, el polvo, la noche, las flores), convirtiéndolos en sublimes metáforas y símbolos, llevándonos, de esta manera, a estados de profunda interioridad. Un estudioso de su obra, Paramahansa Yogananda, nos lo afirma: “En el plano factual, Omar expresa con claridad que el vino simboliza la embriaguez del amor y el gozo divinos. Muchas de sus estrofas son tan puramente espirituales que es difícil extraer algún significado material de ellas…”
Alejado de los dogmatismos religiosos, yendo a la esencia de la Divinidad, al Absoluto, de donde todo emana, Khayyam, escribe, en la cuarteta 49: “Todo es un Tablero de ajedrez/de Noches y Días, / Donde el Destino, con Hombres/ como Piezas, juega: / Acá y acullá mueve, y da jaque/mate y mata, / Y a uno por uno, vuelve a/ poner en el Armario”.
En relación a este poema, un devoto de Khayyam, Jorge Luis Borges, dice en “Ajedrez”: “También el jugador es prisionero/ (la sentencia es de Omar) de otro tablero/ de negras noches y blancos días. / Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza/ de polvo y tiempo y sueño y agonías”.
Sin embargo, a pesar de nuestras limitaciones (“Donde nosotros. Figuras Fantasmas, / venimos y vamos”, Cuarteta 46), estamos llamados a ir más allá de los vanos ruidos circundantes, empeñados en lo perecedero, para alcanzar el verdadero propósito vital.
Retomemos, entonces, a Khayyam, en este magnífico cierre poético, que alude a la Suprema Sabiduría que rige el Universo, y con el cual terminamos también, esta columna: “El sutil Alquimista que en un/ instante/ Transmuta en Oro el Metal/ plomizo de la vida”, Cuarteta 43.
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