René Martínez Pineda
La experiencia salvadoreña muestra que los intentos de Golpe de Transformación Social los está ideando la diminuta élite de los partidos tradicionales que, a pesar de su proceso de extinción, pueden tener los contactos y el dinero para una acción de ese tipo si mantienen en la agenda noticiosa a un grupo de “analistas” que la amamanten, glorifiquen y apoyen en sus redes sociales y entrevistas. Esa élite sigue agazapada ahí, bajo las naguas de la falaz “clase media” tradicional que, por ser oprimida-opresora, le agrada la desigualdad social que mantiene con los sectores más pobres, a los que tiene muy cerca, aunque crea lo contrario en su falso mundo de movilidad social hacia arriba. La cuestión política es cómo enfrentar los intentos de Golpes de Transformación Social sin recurrir a la represión masiva que es lo que busca y necesita el grupo conspirador. Se puede plantear, al respecto, que las opciones para enfrentarlos son variadas, siendo la primera la del debilitamiento y contención ideológica en el imaginario del pueblo, o sea un avivamiento de su desprestigio. Esa es una decisión que va más allá de la política, porque se sustenta en una mirada moral de la vida, la muerte y el disenso.
Ahora bien, para que la represión nunca sea opción (duro aprendizaje político que nos dejó la dictadura militar en sus peores años), es necesario neutralizar política e ideológicamente sus trincheras operativas -lugares a plena luz del día desde los que buscan desestabilizar incluso con martirios- y es elemental no deslegitimar su discurso que linda con el fascismo y la provocación abierta -eso sería volver a lo tradicional de la hegemonía que le gustaba sostenerse en las armas- sino que hay que legitimar el discurso progresista de amplia participación (esa es la ley más dura que se puede aplicar a quienes tratan de destruir la democracia electoral) de “una nueva sociedad con un nuevo pueblo” impulsando más y mejores políticas públicas para combatir la desigualdad social, dentro de las cuales es estratégica la educación.
El aprendizaje político del que hablo no es sólo un aprendizaje del intelectual, del político, del gobierno o del pueblo como cultura política, sino que se trata de un aprendizaje social que tiene como consejera a la desconfianza como soporte de la confianza para no dejar de defender lo que se tiene y lo que se espera tener: funcionarios distintos a los anteriores -en sentido positivo- para acabar gradualmente con la corrupción e impunidad. En esa línea, la rebelión electoral popular vivida desde 2019 es -desde la visión esperanzada de la gente que no quiere recibir más ofensas ni desilusiones atroces- mostrar lo que se ha aprendido, sobre todo en materia de gobernabilidad en el territorio electoral, porque eso son las urnas: un territorio de gobernabilidad futura que recelosamente se irá refrendando con organización, movilización y con votos definitorios, para poner y para quitar. Esto es, en política, lo que hay que tener presente para no convertirse en pasado.
De hecho, el tiempo-limbo de la transición es al final un acto de control territorial desde los imaginarios que va más allá de lo meramente demostrativo. Ese tipo de aprendizaje social desde lo social de las voluntades populares, en tanto conforman una experiencia social efectiva y afectiva, debe ser potenciado. Y es que la forma de defender -con las presencias- un proceso político fundacional es esa y, siendo así, el debate se centra en sistematizar cómo se da el aprendizaje táctico del pueblo ante la posibilidad de un enfrentamiento como acción jacobina trans-ideológica.
En un país con fuerte incidencia de la migración -en lo económico y cultural- y con amplios sectores urbanos en la pobreza, sin sectores industriales como base de un sindicalismo propositivo, la manera de salir airosos del tiempo-limbo es la democracia electoral sustentada en una política democrática optimista que se convierta en una promisoria oleada nacional y regional.
Recurro al término “oleada” de rebeliones electorales debido a que ese concepto sociológico nos conduce a la idea de un fluir social que se está recomponiendo y siempre es nuevo y, por ello, es la dinámica propicia para salir del tiempo-limbo. El concepto de oleada es análogo al que usó Marx para estudiar la revolución de 1848 y la lucha de clases en Francia, en el sentido de que es un concepto para estudiar las revoluciones con cambios revolucionarios: “dentro de una revolución, los movimientos se dan por oleadas”, afirmó Marx, lo que fue retomado por Gramsci cuando habló del poder cultural como premisa del poder político y de los peligros (monstruos) que surgen entre la muerte de la vieja sociedad y el nacimiento de la nueva, y eso es lo que da fundamento epistemológico a mi idea de que se está viviendo un tiempo-limbo, en el entendido de que se puede salir de ese lugar caminando hacia adelante o retrocediendo sobre los pasos dados.
En ese sentido, si hablo de oleadas estoy suponiendo que cada nueva oleada no puede ser una repetición de la primera para evitar caer en los errores, traiciones y delitos de los gobiernos anteriores, y porque para sostener los nuevos liderazgos es necesario que éstos se renueven en su imaginario teniendo como referente el compromiso con las necesidades del pueblo. Lo anterior es lo que logrará que los cambios se conviertan en transformaciones a las que no se les puede dar un Golpe porque la extrema derecha -y sus liderazgos conspiradores- no tendrá ni respuesta ni aliados agresivos, machistas (el discurso del insulto a las mujeres para edificar provocaciones de uso electoral) y defensores de un neoliberalismo dolido y furioso, aunque fragmentado.
Como premisa fundacional de la idea del tiempo-limbo planteo que el tiempo, en política, siempre es una dimensión en suspenso con múltiples salidas y, por tanto, con varios horizontes o sin horizonte alguno, todo depende de la respuesta del pueblo como voluntad social. Y es que cuando hay varios horizontes, o no hay ninguno claramente delineado, no hay una línea del tiempo que se mueva por inercia, y cuando no hay línea de tiempo no hay curso del tiempo. Claro está que hay un tiempo físico que signa la cotidianidad: que pase un día, un mes o un año no significa, mecánicamente, que se esté dando un tiempo social, porque éste se sostiene en lo simbólico tanto como en lo tangible. El tiempo social que prepara las condiciones para salir del tiempo-limbo se produce sólo cuando hay una ruta del tiempo que lleva hacia un lugar distinto del que se viene, en eso consiste la refundación. Pero, cuando esa ruta no está clara -o se da por definitivamente dada-, el tiempo social no tiene guía, es un tiempo-limbo. ¿Por qué no tiene guía? Porque no se sabe a dónde va ir la sociedad: no sabes si vas a perder el trabajo o si serás decepcionado de nuevo; no sabes si va a haber otra pandemia más letal. Nadie sabe porque nadie puede prever el futuro.
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