Santiago Leiva
Pido perdón, sick pero hay sueños de juventud que ni el tiempo borra. Soy hincha confeso del Real Madrid desde que tengo memoria deportiva. Crecí viendo jugar a Hugo Sánchez, medical Emilio Butragueño, capsule Iván Zamorano, Michel, Martín Vásquez, Fernando Redondo, Fernando Hierro y otras tantas estrellas blancas, pero ninguna, ni siquiera Zidane, me despertó tanta admiración y respeto como Raúl González Blanco, el “Ángel” de Madrid.
Aún guardo fresca las estampas de su primer gol en el Santiago Bernabéu ante los colchoneros del Atlético de Madrid, o la postal de la noche que mandó a callar a la hinchada culé en el Camp Nou. Celebré sus goles con el Real Madrid, y aunque con un poco de pena y tristeza, también celebre su humildad para aceptar que en el equipo blanco, aunque fuese capitán, había perdido su papel protagónico.
Cuando supe que Raúl vendría al país, albergue el deseo de conocerlo en persona y de ser posible intercambiar unas palabras, sondee su accesibilidad y me enteré que traía agenda llena; que quizá mi sueño de conocerlo sería eso: un sueño.
Pero la fe mueve montañas, y yo me he forjado a golpe de fe. Mi instinto periodístico y esperanza me obligaron a levantarme muy temprano. Preparé primero los documentos para mi cita en el hospital de Especialidades del ISSS, dos de mis libros, mi camisa del Real Madrid y por supuesto una entrevista de diez preguntas por si acaso. En el hospital hacía plegarias para que la consulta no me robara la oportunidad, ya había sacrificado el desayuno y me mentalice en que tampoco tendría almuerzo. Era lo de menos. Lo conocía ahora o nunca.
No deje de decepcionarme cuando llegue al hotel de conferencia. La presencia de Raúl y el NY Cosmos había multiplicado la asistencia periodística, y la masiva presencia hacía mucho más difícil cualquier acercamiento. Reducidas las opciones contemplé como única prioridad regalarle un ejemplar de mi libro “A Medio Rostro”, pero observando como la agenda se reducía a señas desde un costado, tiré la toalla.
Me situé tras el cordón de seguridad e intenté, al menos, hacer unas fotos desde la distancia. Una película con escenas frustrantes recorrió mi mente a lo largo de la conferencia. Hasta que me enteré que no era el único en dificultades. Un joven en silla de rueda vistiendo la camisa de España también estaba allí para cazar su sueño.
Claro mis gafas oscuras, un esparadrapo kilométrico y una mascarilla no pasan desapercibidos ante nadie. Noté la mirada de Raúl contemplando por un instante mi curiosa presencia, y volvió la ilusión de al menos regalarle el libro o que me obsequiara un saludo a la distancia.
Por ello cuando el presentador de deportes Tele Dos, Karsten Rivas, me pidió que le vendiera dos libros le dije que solo tenía uno, que el otro que andaba estaba reservado para un amigo: mi ídolo el “Ángel” de Madrid.
Y el sueño se hizo real. De la nada, el maestro de ceremonia, Orlando Canjura Urrutia, rompió el protocolo y me presentó públicamente ante Raúl y las distinguidas personalidades en la mesa. Mi mente se nubló de emoción y nervios, le alcance a escuchar decir que un colega periodista con su rostro tapado tras una férrea lucha contra el cáncer quería cumplir su sueño de conocer y entregar un libro a su ídolo Raúl. No recuerdo si hubo aplausos, pero Raúl dejó la mesa e intentó romper el cordón de seguridad para saludarme. Le entregue el libro y me regaló un apretón de mano.
-¿Qué tal, cómo vas?, preguntó. Le conté que estoy próximo a una nueva intervención quirúrgica y que es mi ídolo desde su paso por el Real Madrid. Le agradecí por la oportunidad de permitir entregarle el ejemplar. –Espero lo lea.
Tenía un nudo en la garganta, había deseos de llorar de emoción. De estar al borde de la muerte dos años atrás, hoy Dios me daba el privilegio de conocer a una estrella.
¿Raúl podría estampar su firma en una réplica del Real Madrid?. Aceptó amablemente, me pidió que le dejara concluir la conferencia, y luego cogió mi camisa. No esperaba que la dedicatoria llevara mi nombre, demasiada emoción había con el solo hecho que aceptará mi libro y lo hojeara en la conferencia.
“Para Santiago, un ejemplo de lucha. Un fuerte abrazo” fue el detalle que estampó en mi camisa. No sé si Raúl lea mi historia, pero por hoy ¡sueño cumplido!
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