José M. Tojeira
En el Día del Trabajo solemos hablar de los derechos de los trabajadores en general. Pero tendemos a olvidar un trabajo básico que hasta el presente ha sido mayoritariamente realizado por la mujer: es el trabajo del cuido. La mujeres con demasiada frecuencia asumen las tareas de la casa. Además de trabajos remunerados, se encargan con mucha frecuencia de cocinar, lavar, planchar, mantener el orden y la limpieza. Comienzan desde niñas, si tienen hermanos menores, cuidándolos, entreteniéndolos y haciendo esa labor básica educativa de estimular a través del juego a sus hermanitos e ir creando en ellos toda esa serie de valores solidarios y de pertenencia que después son básicos para alcanzar la madurez humana. Estas mismas mujeres continúan después, cuando se casan, cuidando sus propios hijos. Y con frecuencia, cuando los hijos se independizan, cuidan a sus padres ancianos y a sus nietos. Toda esa labor de cuido y servicio les impide en ocasiones laborar en un trabajo remunerado. Cuando se jubilan, si alcanzan a hacerlo, cobran pensiones menores que las de los varones. En otras palabras, que la sociedad, tal y como está organizada, las castiga precisamente por llevar a cabo una labor gratuita, profundamente humana, indispensable a la hora de crear valores que posibiliten una convivencia pacífica en una sociedad democrática. Y además, todo hay que decirlo, le ahorran al Estado una impresionante cantidad de dinero, si este tuviera que encargarse de los niños y los ancianos.
Madres campesinas que han sacado adelante ocho, nueve, diez o más hijos, continúan en ocasiones viviendo en la pobreza, abandonadas del Estado, ignoradas por la sociedad. Y los políticos, por supuesto, seguirán simultáneamente repitiendo que lo más importante de un país es su gente, que hay que invertir en la gente y que ya le dan a la gente esto y aquello. Pero nunca hablan de la necesidad de pensiones dignas para personas que han acreditado el cuido de las personas y lo han combinado muchas veces con múltiples tareas remuneradas o no remuneradas. Y las empresas privadas de pensiones, por supuesto, al que no cotiza ni lo consideran persona. Simplemente lo ignoran, como si se tratara de un mueble viejo arrinconado en un desván. No importa que quienes cotizan y le dan pingües ganancias a Crecer o Confía sean en muchas ocasiones hijos e hijas de esas personas que entregaron sus vidas al cuido de los demás.
Pronto también celebraremos el Día de la Madre y las empresas anunciarán rebajas y ventas especiales en favor del regalo que los hijos deben dar a sus mamás. Se hablará cariñosamente de las “madrecitas”, de su ternura, de que madre no hay más que una, y todo ese tipo de cosas que se dicen en esa fecha. Pero se hablará muy poco de justicia para la mujer, y de obligación del Estado de tener en cuenta el valor social del cuido y compensarlo al llegar a la tercera edad. Ser madre en El Salvador, en la mayoría de los casos, supone un trabajo extra. Y para muchas madres, especialmente madres pobres, solas o de sectores vulnerables, un trabajo de horas extras, con reducción de sueño y descanso, e incluso con sacrificio de ambiciones personales legítimas, a las que se renuncia por la necesidad de cuidar. Y no vale decir que las madres hacen esa labor con gusto. Porque eso, el hacer con gusto, ternura y dedicación las cosas, añade todavía más valor al trabajo realizado. Y obliga en ese sentido a la sociedad a retribuir a estas mujeres su trabajo, no solo con palabras, sino con políticas de ayuda y compensación, al menos al llegar a la tercera edad.
Para el desarrollo económico y ético de un país es imprescindible valorar el trabajo de la mujer, compartir los varones parte de ese trabajo, y exigir el reconocimiento de lo que los técnicos llaman trabajo reproductivo y que no es otra cosa que el cuido, tantas veces amoroso y dedicado que las madres llevan adelante con generosidad y gratuidad. Olvidar de hecho el trabajo de la mujer, no reconocer de parte de las redes de protección social y de la cultura ambiental su aporte a la sociedad y a la familia es el primer paso de ese machismo que termina en esa tragedia del feminicidio, que con demasiada dureza nos ha golpeado en los últimos tiempos.