Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y Editor
suplemento Tres mil
Fue fusilado el 18 de agosto de 1936 y el motivo de su asesinato continua siendo un misterio, aunque se han hecho muchas especulaciones sobre su muerte: Federico García Lorca, quien era homosexual, socialista y masón. Ahora los tres cargos por los que se acusaba resultarían comunes, pero en esa década de 1930 con la guerra civil en boga en España era suficiente con uno de ellos para terminar en el paredón, como les pasó a muchos, o en el exilio.
En lo personal poco entendía de esa historia, aunque me contaron que mi tatarabuelo José Antonio Vallejo Bustillo llegó a estas tierras producto de ese conflicto y su afiliación a la causa socialista. La cual seguramente influenció a su bisnieto en su compromiso (mi padre) de ser revolucionario y con probabilidad me dejó algunas cascaras, como diría Salarrué.
Fue gracias al poeta Álvaro Darío Lara que me interesé en el poeta español. Antes había leído el Romancero gitano (1928) y Poema del Cante Jondo (1921) recomendados por mi abuela Josefina y don Luis de la Gasca, los cuales me causaron una sensación agradable por su musicalidad como el caso del poema Romance de la luna:
“La luna vino a la fragua/ con su polisón de nardos./ El niño la mira mira. / El niño la está mirando”.
Y me gustaba, así como La casada infiel:
“Y que yo me la llevé al río / creyendo que era mozuela,/ pero tenía marido./ Fue la noche de Santiago/ y casi por compromiso./ Se apagaron los faroles/ y se encendieron los grillos”.
Pero hasta ahí, aquello no pasaba de darme algo de placer.
En cambio para Álvaro era todo un personaje y el momento en que vivió, el más cautivador de la historia Europea. Hablaba de él y otros coetáneos como Luis Cernuda (1902-1963), además del infaltable Fracisco Franco (1892-1975), el generalísimo que terminó como dictador de España. Y la verdad es que la historia tenía su encanto, porque la generación del 27 influenció mucho a la literatura latinoamericana y a las luchas populares en la Guerra Fría.
Una noche tras la edición del Tres mil comenzamos a hablar del poema Tu infancia en mentón de García Lorca:
“Sí, tu niñez ya fábula de fuentes./ El tren y la mujer que llena el cielo./ Tu soledad esquiva en los hoteles/ y tu máscara pura de otro signo”.
Esas líneas me hicieron revivir una de las clases que me dio Carlos Santos (El de la casa en Marcha) en las reuniones bohemias que sosteníamos. Porque esas imágenes quedaban vibrando en la mente de los lectores, y sobre todo en la mía. Cuando tenía 19 años estaba fascinado con la obra de César Vallejo (1892-1938) y como la gran mayoría intentábamos ponernos su piel y escribir como él o utilizar sus recursos como experimentos literarios. Gracias a esa influencia escribí el que consideró mi primer poemario formal: Cantar bajo el vidrio.
Pero ese verso, “El tren y la mujer que llena el cielo” fue toda una cátedra. Me preguntó qué me hacía sentir y por qué era determinante, además de una buena imagen. No sé cuánto tardé en descifrar que se refería al sentimiento de un hombre que ha visto partir el tren con su amada y cuando se pierde en la distancia vuelve a ver al cielo para sentir la congoja de la ausencia. Desde entonces la poesía para mí es más verdad que artificio. El sentimiento y la emoción deben primar y ser evidentes, no solo formas. La poesía trae esa carga de realidad que la imagen dibuja para que compartamos lo que los poetas sienten y traducen en sus poemas.
Gracias, Federico García Lorca por “El tren y la mujer que llena el cielo”.