Álvaro Darío Lara
Original de Wayne Cochran (Last Kiss, 1961), “El último beso”, será para siempre, de nadie más que de Alci Acosta, el incomparable artista soledeño, colombiano, hasta la médula.
Un cantor popular de grandes éxitos en ese tono romántico, de profunda melancolía. De exquisita depresión, sobre la barra de un antro del ayer o del hoy, que perfectamente en el pasado, pudo ser “La Marea”, allá frente al Zoológico Nacional, donde recibí el beso de tantas madrugadas, durante la década brutal, peligrosamente quemante, de los años ochenta; o en “La Bota”, “El Chipilín”, “El Pulpo”, “Mundial 70”, “Gambrinus”, “Nuevo Lutecia”, “Coronita 2”, “El amigo”, ( en su versiones 1 y 2) o muchos otros, que no prestaban ganas con sus rokcolas a toda hora. Verdaderos paraísos llenos de policías encubiertos, sediciosos, vagos, tahúres, ladrones, bebedores empedernidos y poetas noctámbulos.
Otro ambiente, igual de denso, pero quizá menos ensordecedor se vivía en los bares tradicionales: “El Chico”, “Nacional”, “El Alcázar”, “Juan Chong”, donde iban y venían las frívolas, las polarizadas bebidas enervantes, con toda su corte de jóvenes meseras, sabrosas bocas, vendedores de lotería, baratijas, lustradores y demás.
Y ahí, siempre presente, Alcibíades Alfonso Acosta Cervantes, alias, Alci Acosta. Impensable que “Alci”, dos sílabas inmortales para la música popular latinoamericana, procedan del mitológico Alcibíades, al cual -según la tradición filosófica- Sócrates hizo una apasionada declaratoria de amor.
Declaratoria por los amores trágicos, accidentados, fatales, nos ofrece el genial Alci Acosta, en melodías que han conmovido a miles y miles de almas, como ésta: “Aturdido y abrumado por la duda de los celos/ se ve triste en la cantina a un bohemio ya sin fe/con los nervios destrozados y llorando sin remedio/ como un loco atormentado, por la ingrata que se fue” (La Copa Rota).
Canción coreada por una manada de enardecidos seguidores de Baco, sobre todo, en aquel estribillo: “Mozo… Sírvame la copa rota/sírvame que me destroza esta fiebre de obsesión/Mozo… Sírvame la copa rota/ quiero sangrar gota a gota el veneno de su amor”.
Entre nubes de cigarrillos, vocabulario soez y bailarinas exóticas, danzando sobre las mismas mesas de los parroquianos, se escuchaba y escucha aún, aunque más débilmente: “Yo tuve que matar/a un ser que quise amar/ y aunque aun estando muerta yo la quiero/ al verla con su amante/ a los dos los maté/ por culpa de esa infame moriré/ por culpa de esa infame moriré…” (La cárcel de Sing Sing).
Entre los pocos y verdaderos cantores, cuyo escenario último fue “El Willy”, viene en el recuerdo de la puntual legión de beodos, la voz de don Mauricio, así, a secas, sin apellidos, un artista popular que interpretaba con gran maestría las canciones memorables del gran Alci Acosta, pero también las de Julio Jaramillo, Juan Gabriel, Los Galos, Leo Dan, Los Iracundos, Javier Solís, Los Ángeles Negros, José José, José María Napoléon y otras estrellas del firmamento artístico.
El terrible alcohol que nada respeta, fue apagando esta magnífica voz, ese talento natural, que hizo su vida en los corredores de la noche de San Salvador, alegrando intensa y fugazmente, la vida de los bohemios argonautas, viajeros por extraños planetas. Sea para él, la gloria y esta copa del estribo, rota ya en los laberintos del tiempo.
Pero también el gran Alci sonaba en las alegres y peligrosas samotanas que se armaban en las célebres sociedades y clubs de baile del San Salvador de antaño, recuerdo, entre estos respetables recintos: “La Sociedad de Peluqueros de El Salvador”, “La Sociedad de Limpiabotas”, “La Sociedad de Meseros”, la inolvidable Sociedad de Artesanos “La Concordia”, y otros sitos, verdaderas cuevas del placer dancístico y alcohólico, como el memorable “Sancocho”, de tan bellos y sangrientos recuerdos.
Alci Acosta, el compositor y cantante amado por las multitudes, tiene ya ochenta y dos años, y vive, hasta donde tenemos noticia, en su pueblo de Soledad, del departamento de Atlántico en Colombia, atendiendo – ocasionalmente- algunas presentaciones nacionales o internacionales.
En El Salvador, se le ha venerado como a un robusto dios, al igual que a su coterráneo Aniceto Molina, tan escuchado, especialmente, en las fiestas de fin de año.
Para mí, será el piano, el bolero, la hiriente voz, entre un frío vodka o una cerveza de tiempos pretéritos, la que eternamente me seguirá arrancando una lágrima, o acaso el recuerdo de un beso, mientras se escucha a lo lejos: “Por qué se fue, y por qué murió…/por qué el Señor me la quitó…/ se ha ido al cielo y para poder ir yo/ debo también ser bueno para estar con mi amor”.
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