José M. Tojeira
El TECHO, decease esa organización de jóvenes voluntarios que quieren cultivar la generosidad y la solidaridad, está en plena campaña de recogida de fondos. Y como dice el lema clave de su campaña: “El Techo es sólo el comienzo”. Universitarios la mayoría de ellos, saben que un país fracasa si no se construye sobre bases que den cohesión interna a todos los que lo pueblan. Y la cohesión comienza con el diálogo entre iguales. Por eso animan a jóvenes a construir viviendas provisionales para quienes no las tienen: para entrar en contacto, para trabajar juntos, para aprender lo iguales y lo dignos que son quienes no han tenido fortuna o han sido simplemente excluidos del bienestar básico que todos y todas deberíamos tener. Una tarea fácil, porque los pobres y excluidos nos enseñan lo que es resistencia, ganas de vivir, superación y generosidad mucho más rápidamente que los manuales de valores y las reflexiones hechas desde la comodidad de la Academia o del despacho.
Construir viviendas es un comienzo para todos. Un comienzo para los jóvenes que aprenden a convivir con verdaderos “hermanos lejanos” dentro de esta sociedad de consumo que divide a quienes viven bien de quienes viven con carencias socioeconómicas y marginación. Y un comienzo también para estas comunidades en las que se ceba la injusticia social y la marginación, que ratifican su dignidad de iguales desde la convivencia con estos jóvenes que se acercan con afán de servir y aprender. La irrupción del diálogo entre iguales genera siempre desarrollo. Y el esfuerzo conjunto en la construcción de las viviendas es sólo el inicio de un proceso de empoderamiento de las comunidades que deciden lanzarse a su propio desarrollo solidario. Y de un proceso de servicio en los jóvenes que les conduce a acompañar a las comunidades en sus esfuerzos por salir adelante.
Movimientos como los de Techo nos llenan de esperanza. Porque indican la dirección que el país debe tomar. Desde una inveterada costumbre que todavía tiene vigencia en muchos órdenes, nuestro país ha sido organizado deliberadamente sobre la existencia de superiores e inferiores. Y por supuesto a favor de los supuestamente superiores, que siempre son minoría. Distintos servicios públicos de salud dividen entre gente que dispone de recursos y gente que no dispone. Distintos salarios mínimos, según se le dé mayor o menor importancia al trabajo realizado y se tenga como prescindible o imprescindible a quien lo haga. El crédito para vivienda popular está restringido a quienes ganan varios salarios mínimos, sin pensar que la mayoría de los trabajadores andan más cerca del mínimo que de la multiplicación de los mínimos. El tener más o menos separa a nuestras sociedades en las leyes y en las instituciones. Es falso que seamos iguales ante la ley, porque es la misma ley con frecuencia, y las instituciones formadas por las mismas leyes, las que nos dicen que hay gente con más derechos y gente con menos derechos en El Salvador.
Estos jóvenes, en su mayoría universitarios, comienzan en sus voluntariados, y en el Techo de una manera clara, rompiendo esa forma perversa de desigualdad que establecen el dinero, las leyes y la costumbre de vivir profundamente separados. Se lanzan a experimentar esa hermandad básica y fundamental que construye comunidad de intereses, proyectos de realización común, sentimientos de ser carne y sangre de un mismo pueblo. Involucran a empresas, instituciones y personas adultas en esa misma tarea. Rompen muros de separación. Se vuelven capaces de aprender de los pobres. No hay paternalismos ni hipocresía entre ellos. Van a construir hermandad y cercanía humana antes que techo y paredes. Y se dejan llevar arrastrados por esa corriente fundamental que nos hace realmente humanos a todos los que vivimos en el planeta: la empatía y la solidaridad.
Con frecuencia repetimos la frase demasiado trillada y conocida de que los jóvenes son el futuro de la patria. Si cronológicamente es necesariamente cierta, socialmente es simple y sencillamente incierta o falsa. Generaciones de gente que fueron jóvenes, que se consideran élites con derechos especiales, que deciden que los inferiores son simplemente ciudadanos de segunda categoría dedicados a servirles y engordarles, las ha habido en todos los países del mundo. Y no han sido el futuro de sus países sino en fracaso y la ruina de sus países. Si el futuro responde siempre a la categoría de la novedad, de lo nuevo, solamente hay futuro cuando los países se renuevan, rompen las miserias de pasados plagados de injusticias y desigualdades, y avanzan hacia una sociedad donde todos y todas pueden mirarse a la cara como iguales. Apostar por los jóvenes del Techo es apostar por un futuro verdadero, sin fracasos ni odios, con la novedad de unas relaciones más fraternas, y con unos ciudadanos más empoderados que construyen su desarrollo solidariamente. Aprender a convivir es siempre la gran tarea de los pueblos. Y no son la separación, la marginación o la exclusión las que crean convivencia. Quienes crean convivencia y futuro digno son estos jóvenes, son las comunidades que con ellos buscan el desarrollo y son los ciudadanos capaces de percibir novedad en la generosidad de estos jóvenes y solidarizarse con sus tareas.