Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Decíamos en nuestro anterior portal que hay dos palabras cuyo significado no sólo se ha cambiado sino también se ha desnaturalizado, y que su actual interpretación es no sólo azarosa sino peligrosa. Hablamos del utilitarismo y del pragmatismo. Ahora decimos que ser pragmático es ser práctico, y ser utilitario es preferir lo útil. El asunto es qué es realmente lo práctico y qué es realmente lo útil. Veamos.
El utilitarismo es una corriente de pensamiento de raigambre netamente inglés, con una filosofía de corte moral, con un alto contenido ético. Sus grandes exponentes fueron, y probablemente siguen siéndolo, David Hume, 1716-1776, Jeremy Bentham, 1748-1832, y John Stuart Mill, 1806-1873, todos ingleses. Para poder interpretar correctamente el utilitarismo hay que considerar cuatro premisas básicas fundamentales: Un acto es bueno y debe ser desarrollado dentro de un marco de opciones, cuando provoca o brinda la mayor felicidad posible al mayor número de personas, valorando las consecuencias que produce, tanto las de corto como las de largo plazo; la felicidad de las otras personas equivale a mi misma felicidad; es obligación del utilitarista actuar para provocar la felicidad de las personas, no hacerlo es inmoral; un acto es malo no sólo si no provoca la mayor felicidad al mayor número de personas, sino también si viola los derechos de las personas y de las sociedades con el objeto de obtener beneficios particulares, proteger las propiedades personales, aunque ello haya sido hecho con la fuerza de la ley de la educación o de la opinión. Para el utilitarismo, es la experiencia humana quien alimenta al hombre sobre cómo debe comportarse, actuando con prudencia y con moral. El utilitarismo reprueba el robo, el asesinato, la malversación, la corrupción, el soborno, el engaño, la mentira, porque tales actos, lejos de provocar la felicidad del hombre y de la sociedad, provocan su infelicidad y su desdicha. Ante el problema moral entre lo legal y lo justo, cuando estos se contraponen, dicen, el hombre debe optar por lo justo. Lo que importa es la utilidad general, porque esta es la única que proporciona una felicidad duradera; la felicidad pasajera y perentoria pronto se pierde. Este formidable estatuto ético ha caído ahora en una interpretación relajada y desnaturalizada.
El pragmatismo, por su lado, doctrina que es una consecuencia casi directa del utilitarismo, surgida en los ambientes académicos norteamericanos, es un pensamiento que privilegia lo que ellos llaman consecuencias prácticas. Debemos recordar que el término pragma, en su origen griego, significa acción. Pero consecuencias prácticas significa realmente la confirmación de la verdad objetiva mediante el criterio de la práctica, y no como se le interpreta ahora laxa y equivocadamente, todo aquello que satisface los intereses subjetivos de los individuos. Fueron grandes representantes del pragmatismo, Charles S. Pierce, William James y John Dewey. Para ellos, una idea que no produce consecuencias prácticas, interpretadas estas en el sentido correcto antes dicho, carece de sentido y es inútil. La verdad es lo útil, algo es bueno cuando conduce eficazmente al logro de un fin que lleva al éxito, pero al éxito con una perspectiva social. Al sacar de contexto estos principios e interpretarlos aisladamente, se llega al relajamiento de la doctrina y a la desnaturalización del significado de la palabra. Por ello, el pragmatismo, y su antecesor el utilitarismo, se han utilizado para sustentar sistemas económicos que en la realidad para nada sustentan.
Si con algo van en contra el utilitarismo y el pragmatismo, es contra el egoísmo y el beneficio personal de los hombres. Ellos resaltan claramente que quedase en lo justamente personal conduce al egoísmo, y que al contrario, lo práctico es aquello que beneficia a la humanidad y al hombre actuando en sociedad. Para ellos, la moral es un ente social, y la conducta correcta es aquella que justamente promueve y estimula tal moralidad. Hay en tales doctrinas un rechazo al fetichismo y la idolatría personal, así como al triunfalismo individual. Buscan, como dicen, la felicidad del mayor número de personas, y la actuación ‘de buena fe’ de las mismas, categoría, esta, la buena fe, que constituyó en Kant la base del comportamiento moral, del imperativo categórico, y de la autonomía en el actuar del hombre, base misma de su libertad.
La desafortunada confusión que se da en el uso de estos términos se origina en el desconocimiento del origen de los mismos y de lo que son sus filosofías, y al relajamiento y uso vulgarizado que de ellos se hace. La facilidad con que el término consecuencias prácticas es desnaturalizado, lleva a un lamentable cambio de sentido y a la eliminación de su contenido ético. Hay un equivocado uso de tales términos, que en esencia contienen en realidad un magnífico estatuto ético, y que ahora se niega con su lamentable equivocada interpretación y uso.
El diccionario define lo útil como aquello que produce provecho, comodidad material e inmaterial, y dice que el utilitarismo es un sistema moral que hace de lo útil el principio y norma de toda acción. También dice que el pragmatismo es una doctrina que toma como criterio de verdad el valor práctico. Sí, pero en los términos correctos con que deben ser interpretados el provecho, la comodidad, la verdad y sobre todo, lo práctico. Recordemos que práctico es sinónimo de moral.
De nuevo, pues, insistimos: Las palabras son lo que quien las usa quiere que sean. Pero cuidado, porque darles cualquier significado alejado de su real contenido conduce lamentablemente a incorrecciones inaceptables del lenguaje, y a mensajes equivocados que este envía a quien lo usa.
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