Carlos Burgos
Fundador
Televisión educativa
Las calorías me están matando, sildenafil nurse ya pasé las 200 libras de peso. ¡Qué frustración! – Exclamó doña Clementina –. Voy a donde el médico y no rebajo.
Doña Clementina, click healing una señora de unos 40 años, see se relacionaba con sus amigas de sociedad y compartían sus inquietudes como mantener una figura estilizada y modelada con el buen vestir, para lo cual asistía al gimnasio por la mañana y caminaba por la tarde.
Ella trataba de cumplir las recomendaciones del médico, pero a su manera. Finalizaba fundida del ejercicio en el gimnasio, regresaba a casa con mucho apetito, y comía sin medida. De este modo, en lugar de rebajar aumentaba cada día. Además con su grupo de amigas celebraban cumpleaños y eventos especiales, y en la página social del periódico aparecían consumiendo sin restricción.
–¿Qué le ha pasado, doña Clemen? – dijo el médico –. Ha sobrepasado mucho el nivel de su peso por masa corporal. Tiene que rebajar.
–¿Cuánto peso, doctor?
–210 libras. Se ha excedido.
Siguió con su rutina de vida social y de ejercicios, pero ya con la idea de rebajar, y hacía cuentas de calorías por bocado. Comenzó a seguir toda recomendación para bajar de peso que oía por la radio o veía por la televisión. Sus amigas le advirtieron que algunas personas habían muerto cuando rebajaban mucho de un día para otro, que solo atendiera lo que el médico le indicara.
Así lo hizo pero su vida social no cambió. Observaba a las modelos desfilando con las últimas modas: señoritas delgadas, altas de estatura, elegantes, mostrando en sus cuerpos prendas de admirables diseños. ¿Cuándo podré lucir esos vestidos?, se decía con desencanto. Pero reaccionó: para nosotras, las mujeres, no hay imposibles. Se sintió triunfadora porque ya tenía un pensamiento positivo.
Después de un mes de cumplir una pequeña dieta visitó al médico y midió su peso.
–La felicito, doña Clemen, por su peso – ella sonrió.
–¿Cuánto peso?
–Las mismas 210 libras. En un mes no ha aumentado ni una libra. Esto es de admirar porque en 30 días, no ingirió ni un bocado demás. Usted podría bajar poquito a poquito, ya me lo demostró.
Esta fue la primera vez que salió optimista de una consulta médica. Su autoestima se elevó tanto que sus amigas la felicitaron y la invitaron al desfile de modas de un hotel. Asistió pero a cada rato se lamentaba: cuándo voy a vestir esa prenda si para que me cubra estas 210 libras falta mucho, pero comenzaré comprando uno. Se presentó a la tienda del hotel, seleccionó el que más le gustó en el desfile.
–¿Es para su hermana o una amiga? – le preguntó la dependiente.
–No, es para mí – respondió.
–Pero la talla no es para usted, además no se lo podrá probar y no aceptamos devoluciones.
–Véndamelo, aquí está el dinero.
Salió alegre con su vestido en mano, al llegar a su dormitorio lo colgó en la pared frente a su cama. Antes de dormirse lo miraba, soñaba con él puesto, y al despertar lo volvía a mirar. ¿Será un suplicio o un ideal? ¿Podría ser la meta a la cual quería llegar?
Del número total de bocados que consumía disminuyó uno cada día durante una semana, paraba tres días, luego seguía otra semana, paraba y volvía, hasta cerrar un mes.
–Ha rebajado 5 libras – le dijo el médico –. Siga disminuyendo con el mismo sistema contable.
Así pasó un año y al final, nadie lo creía. Se presentó ante sus amigas con su vestido que mantenía en la pared. Rebajó 100 libras, con su salud completa.
Lucía como una elegante chica con 110 libras de peso y con sus amigas celebraron este acontecimiento, pero sin tomar un bocado adicional. Y a todo mundo recomendaba su método psicológico: pongan en la pared la prenda que van a vestir cuando lleguen a su peso ideal.
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