Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Lydia Nogales, remedy un ser ingrávido, view pero dotado de una intensa interioridad existencial, here causó un especial revuelo, en nuestro ambiente cultural de finales de los años 40, al darse a conocer como una consumada poetisa, autora de singulares versos, que pronto causaron asombro y curiosidad entre propios y extraños. Pero, ¿quién era esa delicada voz femenina?, ¿quiénes la conocían?, ¿dónde habitaba?
Transcurrido el tiempo, el misterio se develó, cuando el poeta y diplomático Raúl Contreras (1896-1973) firmara como suyo el inmortal soneto “El viaje inútil”, del cual no resistimos la tentación de compartirlo: “Todo era azul en la primer salida…/Azul la embarcación, azul el puerto. /El corazón, hacia la luz abierto, / soñaba con la tierra prometida. / Y en el retorno, con pavor de huida, / anclo en mi propio soledad y advierto/ que, tras de mí, se iluminó el desierto/ y que en la luz se me quemó la vida/ Aquel azul… ¿era un azul de aurora?/Bajo la niebla, el corazón ahora/ no atisba las señales para el viaje/ sin término, sin rumbo, sin destino. /Aquel azul me alucinó el camino…/ Y fui…y estuve… pero nada traje”.
La poesía, el arte, como bien expresó el semiólogo italiano Umberto Eco, se nos presenta como una “obra abierta”. Abierta a un sinnúmero de posibles interpretaciones. Quizá no en el camino de la rígida traducción conceptual, intelectual, ya que la riqueza de la obra de arte, radica, precisamente, es ofrecérsenos como un abanico infinito. De ahí que la crítica auténtica: muestra rutas tentativas; sugiere discursos estéticos, pero nunca pontifica.
En definitiva, lo que en realidad importa, más allá de todos los tomos de insignes tratadistas, no es el “descuartizamiento” esquemático de la obra, a la luz de una escuela; sino al contrario, el dejarnos irradiar por la enorme capacidad que posee el poema, el cuadro, la obra musical, para removernos el corazón, para volvernos más sensibles, más humanos. Ésta es, en nuestra opinión, la más importante función del arte: la humanización, y para ello no son necesarios los complicados marcos conceptuales, los sofisticados aparatos teoréticos, basta la disposición, la sensibilidad, el dejarse impactar.
En esta poesía posmodernista de Lydia Nogales (la “hija espiritual” de Raúl Contreras), nos situamos frente a un gran fervor lírico, que recorre los once versos endecasílabos del metro perfecto.
Se advierte, en nuestra apreciación, ese tránsito por el laberinto de la vida, que se inicia, lleno de esperanza, de alegría, de fe, por ello el uso de la metáfora “azul”, que nos connota ese estado espiritual. Sin embargo, al final del viaje, nos damos cuenta que la fuerza del ideal, se desbordó, extraviando fatalmente al viajero: “Y fui… y estuve… pero nada traje”.
¡Cuántos hemos emprendido estos viajes inútiles! ¡Levantándonos con el primer rayo del sol, a la caza de los sueños, para después volver derrotados, a la caída del astro rey, con las ilusiones yertas entre las manos! Es la vieja historia del género humano, donde la fragilidad impera sobre pasiones, bienes, imperios. Todo pasa, repiten los sabios.
Sin embargo, alzándose maravillosamente, a pesar de todos los pesares, nuestra energía interna está ahí. Somos una hermosa vasija, que contiene las más puras aguas divinas, que nos fortalecen y sostienen frente a cualquier adversidad.
Convirtamos la vida en un viaje útil y feliz, a pesar que los fantasmas (que se alimentan de nuestros miedos) nos digan lo contrario.