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EL VIRUS DEL PRESIDENTE Y DEL SISTEMA DE EE.UU.

Isaac Bigio, Analista Internacional

El primer día de Octubre el Presidente de los EEUU twiteó que había contraído el COVID-19. Hizo esto a dos días del primer debate presidencial, uno en el que constantemente interrumpía a su rival, que estuvo lleno de insultos y del que no salió bien parado. Esto aconteció cuando solamente faltaba un mes para las elecciones generales del 3 de noviembre.

Algunos de sus rivales, como el cineasta Michael Moore, pusieron en duda ello aduciendo que Donald Trump es tan mentiroso que es capaz de fabricar esa noticia para generar simpatías hacia su persona o para distraer a la gente sobre comentarios adversos a su conducta durante el referido fórum electoral. Muchas de esas suspicacias se acrecentaron cuando Trump salió a los pocos días de haber internado en un hospital aduciendo que estaba mejor que nunca, que ha logrado acabar rápido con el coronavirus, que ha rejuvenecido dos décadas y que está dispuesto a reunirse con sus seguidores haciendo campaña y a ir a la siguiente polémica entre candidatos. Esto, pese a que los médicos exigen que una persona apenas contraiga el COVID-19 se auto-aísle por medio mes.    

A poco de que se informó a la prensa que el Presidente y su esposa Melanie habían quedado infectados por COVID-19, Trump fue internado en un hospital militar. Un centro de contagio habría sido una ceremonia en la Casa Blanca en la cual muchos de los asistentes no llevaron máscaras ni guardaron distancia social pues unos 15 de sus asistentes contrajeron el virus.

Con un diagnóstico positivo de COVID-19 el actual inquilino de la Casa Blanca no ha querido seguir las normas medicas internacionales de permanecer dos semanas bajo auto-confinamiento, aunque inicialmente ha debido cancelar una serie de giras.


RESPONSABILIDADES

Los enemigos de Trump han de argumentar que él ha sido víctima de sus propios errores. Desde el inicio de la pandemia él menospreció ésta, llegando a confesar al periodista Bob Woodward que él intencionalmente no quiso llamar la atención del público sobre ello. Llegó a decir que el coronavirus iba a ser algo temporal, mientras que se negaba durante varios meses a usar máscaras e incluso llamó a decir que la gente debería inyectarse lejía como antídoto.
A 3 semanas de sus presidenciales EE.UU. bordea los 8 millones de casos por COVID-19, lo que implica alrededor del 2.5% de sus habitantes, aunque la cifra debe ser mayor si se toman en cuenta muchos que no han sido diagnosticados con dicho mal. Ya en su país hay mucho más de 210,000 muertos por ello, aunque esa cantidad debe acrecentarse si se suman los que han fallecido sin que en la partida de defunción se registre la palabra COVID-19 o por efectos colaterales de los problemas que las cuarentenas, carestía y reducción de servicios ha causado esta pandemia. Esto último implicaría que al menos un 1% de los 330 millones de estadounidenses han muerto en exceso durante la pandemia. Y lo peor es que ésta pueda que vaya a subir a medida que las temperaturas vayan bajando.
La alta expansión del coronavirus se ha dado, además, por que EE.UU. no tiene un sistema de salud universal y gratuito así como una red de seguridad social, en tanto que Trump consistentemente ha perseguido a sus más de 10 millones de inmigrantes indocumentados, en vez de haberles otorgado una amnistía a fin de que dejen de ser el sector más permeable a contraer y expandir el virus debido a sus bajos ingresos y dificultades de acceder a los servicios médicos y sociales.

JOHNSON, BOLSONARO Y TRUMP

Trump ha contraído el coronavirus después que sus principales aliados en las Américas (el Presidente brasileño Jair Bolsonaro) y en Europa (el Primer Ministro británico Boris Johnson) lo tuvieron no mucho antes. Los tres comparten el hecho de que inicialmente menospreciaron al COVID-19 y a las medidas de bio-seguridad. Todos ellos salían a dar la mano en público, no querían usar mascarillas o iban a eventos con muchedumbres.
Sin embargo, hay una gran diferencia. Ni Johnson ni Bolsonaro tenían que hacer frente a comicios mientras estaban recuperándose, en tanto que Trump quedó enfermo 31 días antes de las presidenciales en las cuales todas las encuestas le ponen con una sustancial desventaja.
Al igual que pasó con el jefe de gobierno británico la Casa Blanca ha informado que los síntomas de su mandatario son “leves”, pero no sabemos cómo ello pueda evolucionar. En el caso de Johnson él acabó entrando en el hospital bajo el argumento de hacerle unos chequeos pero acabó casi una semana en cuidados intensivos y con alto riesgo de su propia vida.
Trump reúne las 3 principales características que le hacen más vulnerable al coronavirus: es varón, es adulto mayor (incluso 20 años mayor que Johnson) y es obeso. Estos factores juegan en su contra, pero la mayor parte de las personalidades en el poder que han sido contagiados con este mal se han recuperado (como los príncipes de Mónaco o el de Reino Unido), aunque el presidente de la empobrecida pequeña repúblico centro-africana de Burundi Pierre Nkurunziza murió por el COVID-19. Trump, por su parte, ha dicho que él ha sido capaz de derrotar al virus en pocos días y que se siente muy joven y listo para ir por doquier.

EFECTOS

Apenas se supo del mal de Trump escribimos que “aunque Trump logre recuperarse de su enfermedad, que es lo más probable, no le va a ser nada fácil recobrarse de su descrédito político”. El hombre que empezó el 2020 pensando que el viento soplaba en su favor al haber evitado el “impeachment” y estar liderando una economía en crecimiento, ha terminado convirtiendo a su consigna de “América primero” en haber convertido a su país, en realidad, en la primera potencia en pandemia y pandemonio económico y racial.
La manera en la cual se condujo en el debate presidencial donde constantemente interrumpía a todos y no se sujetaba al ordenamiento de éste, así como sus constantes amenazas de no respetar los resultados electorales, le han ido quitando aún más mucha credibilidad.
Todo indica que estamos presenciando el fin de la presidencia Trump. Él fue el primer hombre en la historia mundial en haber llegado a la presidencia de su país tras haber perdido en una elección entre dos candidatos por casi 3 millones de votos. Ahora puede que sea uno de los pocos mandatarios norteamericanos que no logre ser re-electo y que, es más, haga que su partido se convierta en una minoría en las dos cámaras del congreso.

En toda la campaña pre-electoral Trump no ha logrado sobrepasar los 2/5 de las preferencias, mientras que su contrincante Joe Biden bordea la mitad de éstas. La diferencia es tan grande que se acerca a los 10 puntos de ventaja, con lo cual es muy improbable que él logre la mayoría en el colegio electoral.

Trump ha tratado de menospreciar los cuidados ante el COVID-19. Durante el debate electoral sus partidarios fueron al auditorio sin mascaras mientras que los adherentes de la oposición lo hicieron cubriéndose la boca y nariz. En el debate entre candidatos a la vicepresidencia del 8 de octubre las respectivas parejas fueron a saludar a sus conyugues cuando acabó la discusión, pero la esposa del republicano Mike Pence no llevaba máscara, mientras que el marido de Kamala Harris portaba una muy grande. El uso de mascarillas que debiera darse por consenso ha sido convertido por los seguidores de Trump en una suerte de distintivo político ideológico, pues los que no las usan tienden a apoyar al gobierno y los que se las ponen a la oposición.    
Tanto para Trump como para Bolsonaro el COVID-19 es visto como otro virus temporal que va a pasar, así como otros han aparecido y se han ido, por lo que lo prioritario es seguir con la producción y la economía, aunque suban los muertos. Incluso se ha llegado a hablar de la necesidad de tolerar costos de guerra frente a la pandemia.  

Según la constitución estadounidense si el Presidente se muestra incapaz por enfermedad para realizar las tareas del día a día su puesto debe ser tomado por su vicepresidente, en este caso Mike Pence. Y si éste último en el hipotético caso de que contrajera COVID-19 quedase también imposibilitado por razones de salud, le debería suceder en el cargo la actual lideresa de la cámara de los representantes que es la opositora demócrata Nancy Pelosi, lo que llevaría a inmediatos desafíos judiciales de parte del oficialismo republicano.
Las primeras conjeturas en sentido de que Trump podría quedar  noqueado por el coronavirus han sido descartadas tras su repentina y extraña “recuperación”. Sin embargo, Pelosi pide que Trump sea removido de la Presidencia aduciendo cuestiones de salud mental. Hace todo ello a pocos días de las presidenciales como parte de una estrategia electoral.


PERSPECTIVAS

Las últimas pruebas han indicado que tanto Pence como Pelosi o Biden no tienen el coronavirus, pero no se puede descartar que lo puedan contraer. Si Biden fuese infectado (ya sea por haber estado cerca de Trump en el debate presidencial, momento en el cual ya el virus debió haberse estado incubando en él, o por otra razón) esto también afectaría mucho su perfil electoral.
Trump abrigó tener como tabla de salvación el hecho de que se generase una corriente nacional de simpatía en todo EE.UU. para con el presidente convaleciente, algo que ha de fomentarse con cientos de miles de personas orando por su mejoría. No obstante, una cosa es que la gente quiera su recuperación y otra que confíe en él para salvar a su nación. Según todas las encuestas tras el primer debate presidencial y el anuncio de que Trump contrajo el COVID-19 la brecha porcentual entre el puntero Biden y el mandatario se duplicó.
En las elecciones dominicanas (las primeras en las Américas durante la pandemia) ganó alguien que fue diagnosticado con COVID-19. Él ha sido Luis Abinader, el cual, a diferencia de Trump, no tenía en su contra haberse desgastado en el poder y encabezando una de las peores crisis económicas, raciales y de sanidad de la historia de su país, sino encabezar la oposición a un partido que llevaba 16 años en la presidencia.
A estas alturas Trump tiene las de perder y su forma desesperada de polemizar en el debate presidencial muestra su nerviosismo. Lo único que le podría salvar son errores de su contrincante Joe Biden, el mismo que cada vez hace más y más intentos para acercarse hacia la derecha y distanciarse del ala izquierda de los demócratas capitaneada por Bernie Sanders. 

Los demócratas han logrado su cometido de haber transformado a estos comicios en las presidenciales sobre el COVID-19, donde ellos pueden darse el lujo de acusar a la actual Casa Blanca de haber hundido a la súper-potencia en una súper-crisis sanitaria. Estas elecciones se están convirtiendo en un referéndum en torno a Trump. Si Biden gana no ha de ser por sus cualidades, sino como persona que capitalice el descredito oficialista.

Los republicanos puede que se estén acercando a una de sus peores derrotas electorales y congresales. Los demócratas, no obstante, no ofrecen un cambio sustantivo.

Una futura Casa Blanca bajo Biden podrá liberalizar leyes sobre el aborto, la mujer, las minorías étnicas y sexuales, podrá anular la nominación de la conservadora Amy Coney como jueza suprema vitalicia, y hacer más inversiones en la salud pública, pero seguirá preservando e incentivando a un sistema basado en las grandes corporaciones transnacionales y en constantes intervenciones militares en todo el mundo.

En la polémica entre candidatos a la vicepresidencia, la número dos de Biden sostuvo que ellos seguirían impulsando el fracking, que es una forma de bombear grandes chorros de agua para extraer hidrocarburos del subsuelo contaminando ríos, lagos y sembradíos, y que harían que la política exterior gire de estarse concentrada en dirigirse contra China a volcarse contra Rusia. Una futura administración demócrata volvería al viejo camino de Obama de reconstruir su bloque con la Unión Europea para adoptar una suerte de nueva guerra fría contra Moscú.

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