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Elecciones e imaginario popular (2)

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

Pero, en un abrir y cerrar de ojos, las urnas fueron llenadas con los fusiles y las convicciones que le dieron origen a un conflicto armado en el que estaban claros los enemigos; pero, en un cerrar y cerrar de sesos, la explosión del internet, que hizo de lo social algo militar; los satélites como escurridizas piscuchas en octubre que no ocultan nada a los ojos de dios y ni a los ojos del hombre blanco; y las impersonales bases de datos personales que llegan hasta el detalle más destilado y fino (por razones mercantiles, al principio, y por razones geopolíticas, después) hicieron que las personas y las ciudades y las ideas fueran convertidas en números primos que serían trabajados y depurados en la cotidianidad simbólica y masiva de los grandes medios de comunicación social que se encargaron de deformar imaginarios para formar generaciones de narcisistas que, al reflejo, cambian la realidad por las fotos de la misma, y esa es una cruda condición social que está detrás de la matemática electoral y de la cultura política que la determina y la asesina.

Los puntos a debatir luego de estas elecciones en particular –con la metodología de la crítica y autocrítica de los años en que estuvimos en peligro, en verdadero peligro- es, en primer lugar, si los partidos políticos deben ir detrás de la gente en sus gustos, disgustos y percepciones; o si, por el contrario, la gente debe ir detrás del partido político en su proyecto de cambio social, sobre todo en el caso de un proyecto de cambio revolucionario o que presume de serlo. Y en segundo lugar, si existe en verdad eso que se hace llamar “pluralismo ideológico” solo por el hecho de que existan muchos partidos aparentemente diferentes en su empaque. Desde mi nacimiento, en 1962, se han fundado más de 50 partidos políticos distintos y todos han sido siempre iguales porque sus fundadores y patrocinadores tienen los mismos apellidos y, por tanto, las mismas mañas y el mismo fraude y los mismos intereses de clase social.

Esa explosión cibernética de la sociedad de consumo que convirtió a la política en un asunto de marketing puro, obligó a fraguar otras metodologías para el análisis y comprensión de la matemática electoral y la participación cívica de la población desde la visión utilitarista y funcionalista de la burguesía, visión que solo encontró y encuentra resistencia teórico-política en el pensamiento sociológico marxista. En el sereno recuento de los daños y fisuras causadas por los resultados electorales de 2018 -que deberían provocar un sismo necesario e inmediato en la izquierda partidaria si no quiere convertirse en un ente absolutamente irrelevante que no vuelva a ser capaz de movilizar enormes masas sociales politizadas y sin fines de lucro- hay que incorporar un factor que es estratégico: el pueblo no ha logrado deliberadamente colarse en la Constitución y en las reformas de la Constitución, y a lo sumo podemos decir que se ha colado, o se ha arrimado, a los alegatos mudos del espíritu de la Constitución, alegatos pueriles que no la cambian como debe ser, no obstante que, al menos en teoría, los diputados son proclamados como los representantes del pueblo (los padres de la patria estéril para el pueblo), lo cual ya sabemos que es una falacia descomunalmente cínica en el caso de los diputados de derecha, y se espera que sea cierto en el caso de los diputados de izquierda y que usen la palabra “pueblo” con sentido de pertenencia y de urgencia… pero reconozcamos que las ratas son los únicos animales que no tienen clase social definida, y por eso habitan en todos los vecindarios y, a la hora de deducir responsabilidades, o dar votos de castigo, son las únicas visibles. Hay que reconocer que, con la última elección, los dados históricos quedaron tirados en la mesa del pueblo (el ser o no ser para la izquierda revolucionaria) y que en la disputa del imaginario que se lleva a cabo en los procesos electorales (en todos ellos sin excepción) hay que rescatar los principios y valores que le dieron vida a las fuerzas de liberación nacional que fueron capaces de enfrentar, en situación de clara desventaja, a la oligarquía, el Ejército y al imperialismo norteamericano. Ahora bien, el valor fundamental que no hay que olvidar a la hora de tomar decisiones o hacer readecuaciones partidarias (sean estas: cambios radicales, depuraciones internas, transiciones temerosas o, en el peor de los casos, silencios escatológicos) es lo revolucionario como referente único, no es lo democrático o lo participativo y, mucho menos, lo electoral (ese sería el peor error que se podría cometer y ese es el error que la derecha quiere que se cometa). En otras palabras, la izquierda -para seguir siendo tal ante el pueblo y ser vanguardia- debe volver a su raíz, a su ombligo, a su territorialidad, a su imaginario popular, y no olvidar que es revolucionaria por necesidad vital (no por “marca país”) y que esa condición particular le permitió vencer problemas mucho peores que unos resultados electorales adversos.

El punto común en cualquiera de las decisiones a tomar es, en lo práctico, tomar una decisión pensando en la utopía del pueblo y no en individuos que quieren preservar intereses, posiciones internas o turnos en la patética rueda de caballitos electoral. Pero, si se opta por la depuración: ¿quién depurará a los otros? ¿No se corre el riesgo de que quien depure sea el que debe ser depurado? Si se opta por un proceso de transición: ¿no se corre el riesgo de traspasar los vicios? En mi opinión, la mejor opción es realizar un cambio radical que sea asumido por un liderazgo nuevo y, sobre todo, valiente, y si no se sobrevive a ese tipo de cambio es que, simplemente, no se es un partido revolucionario en el que se ha colado el pueblo y sus metáforas de un mundo mejor aquí en la tierra que esté cercado por un Sumpul hermoso sin masacrados ni lamentos.

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