José M. Tojeira
Hace ya bastantes años el Papa Pablo VI escribió un importante documento sobre el diálogo. En él decía que “El diálogo de la salvación no se ajustó a los méritos de aquellos a los que era dirigido, como tampoco a los resultados que conseguiría o que dejarían de lograrse… También nuestro diálogo debe hacerse sin límites y sin cálculo” (E.S. 68).Aunque indudablemente era una exigencia para los cristianos, el diálogo es también desde la razón un elemento básico e indispensable para el desarrollo humano. Somos seres sociales abocados necesariamente a la comunicación inteligente. Y por tanto llamados a compartir desde la palabra, esperanzas, criterios, valores y decisiones. Negarse al diálogo, individual o colectivamente nos deshumaniza, lo hagamos desde cualquier posición política o ideológica. Al contrario, dialogar conlleva siempre un proceso de humanización y mejoramiento de la convivencia social.
Dicho esto, es importante reflexionar sobre el diálogo en El Salvador en el futuro próximo. Las elecciones, discutidas desde los ámbitos legales y desde el exceso de poder de un partido, nos pueden llevar a una disminución de nuestra capacidad de diálogo. O dicho de otra manera, a un proceso de mayor polarización que ponga en entredicho el desarrollo humano de nuestro país. Frente a ello resulta necesario que todos reflexionemos.
La libertad de pensamiento, de prensa e información, de religión y de creencias es un paso inicial indispensable para poder dialogar. Pero también es necesaria la voluntad personal e institucional de escuchar lo diferente, analizar las razones ajenas, debatirlas con sinceridad y sin necesidad de acudir al grito. Aunque en el país pocos se animan a dialogar “sin límites y sin cálculo”, lo cierto es que trabajar por un crecimiento de la transparencia y la racionalidad en el diálogo resulta una tarea de primer nivel.
En el escenario más comentado y, supuestamente más probable, de un partido que consiga no solo una discutida reelección presidencial, sino un control mayoritario del poder legislativo, el tema del diálogo se vuelve más importante. Quienes detenten el poder público tienen la responsabilidad de escuchar con mayor atención todo lo que pueda ser tildado de abuso de poder. Y ojalá sepan responder con celeridad y racionalidad a las quejas o reclamos que reciban. El exceso de poder lleva casi siempre al abuso de algunos derechos ciudadanos.
Y en una sociedad abierta como la nuestra, el abuso lleva siempre a una confrontación en la que el más débil lleva siempre la peor parte, aunque tiende a fortalecerse con el tiempo y a buscar la revancha. Se aumentan así los problemas en países en los que el revanchismo solo sirve para permanecer en el subdesarrollo.
Aunque una gran mayoría supone ya el resultado de las elecciones, con relativamente pequeñas diferencias entre los diversos cálculos, debemos insistir en que en cualquier situación que quedemos, el diálogo se imponga al fin y la racionalidad supere la arbitrariedad y cualquier tipo de abuso. Solamente desde ahí lograremos convertir las ansias de todos en favor de la justicia y el desarrollo en un proyecto de realización común que avanza desde la diversidad de opiniones y posiciones políticas. Un poder demasiado fuerte, que vaya aplastando los pequeños brotes de disidencia y de diversidad de opinión, termina dañando los vínculos de quienes están llamados por naturaleza y nación a vivir fraternal y solidariamente.