José M. Tojeira
El espectáculo de las elecciones internas de ARENA ha sido simplemente vergonzoso para una sociedad que se considere democrática. En realidad ha sido una campaña presidencial sumamente adelantada, violando el espíritu de unas leyes electorales que ponen plazos temporales específicos y prohíben el adelanto de este tipo de campaña. El derroche de dinero, la referencia a toda la población, el abuso de la palabra presidente en vez de candidato, la pretensión de que nos sentiremos orgullosos de alguien que busca más el interés de la empresa privada que el de los trabajadores, son una sarta de abusos que riñen no solo con el espíritu democrático sino con la decencia. De hecho la presencia de dos miembros de familias multimillonarias, fuertemente vinculadas a los medios de comunicación a través de sus propagandas comerciales, está dando un espectáculo de derroche propagandístico que simplemente presagia una campaña en la que el dinero va ser más protagonista que la verdad o el debate serio de los intereses del país. Da vergüenza ver con gran relieve y como noticia periodística, las generalidades huecas y vacías de los dos alevines de millonarios. Pero claro, si se trata de las dos familias que más gastan en publicidad en periódicos no es raro que los editores de los diarios vean el brillo del oro en cada frase de los dos candidatos por vulgar que sea.
Las “noticias de verdad” han quedado sustituidas por las noticias que no son noticia. Incapaces de enfrentarse a los problemas, estos candidatos se rodean de corifeos acríticos que preguntan lo que el entrevistado quiere oír y ensalzan automáticamente las respuestas dadas por superficiales que sean. Y después, cuando el Tribunal Supremo Electoral da al fin una sentencia decente, los sumos sacerdotes de la prensa comienzan a rasgarse las vestiduras diciendo que se está violando la libertad de expresión. Cuando en realidad lo que están haciendo es contravenir las leyes del país y, ya de paso, aburrir con frases y consignas carentes de contenido a una buena parte de la población que ni es de ARENA ni va a votar en sus primarias. Si los millonarios tienen una alta cuota de responsabilidad en la situación injusta y violenta del país, no hay duda de que este estilo prepotente con el que están manejando sus campañas sedicentemente internas promete un futuro continuado de abuso y desprecio de los débiles.
Estos obtusos candidatos prometen generalidades, se apoderan de un lenguaje que no compromete y dejan de lado los problemas reales del país. Les molesta la subida del salario mínimo y amenazan a quienes desean un ingreso más alto con la alternativa de comer algo con salarios pequeños, o no comer nada si la mano de obra les sale cara a los inversionistas. Al hablar de la violencia continúan utilizando la palabra represión, que en El Salvador debería ser una palabra políticamente maldita, dado lo que ha significado en sangre y crímenes de lesa humanidad. Aseguran que van a mejorar la educación pero ni siquiera son capaces de prometer que el Estado llegará a invertir durante su período el 6% del PIB en este indispensable rubro para la paz social. Olvido que es todavía más grave en la medida en que ellos y los sectores que representan son los que tienen los recursos necesarios para una mayor y sistemática inversión en educación y los que simultáneamente se han opuesto drásticamente a poner impuestos adecuados al gran capital.
Desde hace demasiados años el país necesita reformas estructurales serias en el campo económico y social, así como en el terreno de la cultura. El país necesita acuerdos nacionales entre las diversas fuerzas políticas que garanticen el desarrollo de las capacidades de nuestra población y el respeto a los derechos que brotan de su dignidad. Ninguna propuesta concreta en estos dos campos indispensables de la política nacional aparecen en el discurso de estos candidatos, tan ricos en dinero y tan pobres en ideas. Y lo peor es que nos aseguran que nos sentiremos orgullosos de ellos. Sin darse cuenta de que si no nos sentimos orgullosos de sus precampañas y de su lenguaje actual, difícilmente nos sentiremos orgullosos cuando el poder comience a corromperlos.