Por Wilfredo Mármol Amaya.
Escritor y poeta viroleño
La niña sabía que algo estaba cambiando dentro y fuera de ella, se sentía diferente, la atmosfera alrededor de ella sabía a leche y miel, el mundo también era otro, las personas, mamá y papá seguían siendo los mejores seres humanos del mundo, aunque recién había descubierto que también habían amigas, y contados con los dedos de las manos pocos amigos que conocía desde la primaria, para ella seguían siendo unos niñitos. La mocedad estaba en el umbral y sí que sabía a primavera.
Se iba forjando en un ambiente familiar con visión comunitaria y extrema solidaridad entre sus miembros, la fe del mundo de la santa madre le acariciaba sus miradas que se traducían en amor al prójimo de carne y huesos, no de esa que se encuentra en las estrellas, se fue inspirando en el respeto irrestricto de una generación a punto de extinguirse: aquella que saludaba sus progenitores, tíos, tías y a los que ya se peinaban canas, no se diga; los maestros eran considerados muy cerca de los dioses, tomaba agua del chorro del jardín y nada pasaba, en fin las tertulias de amistades era grandiosas, al subir a los buses compartía los asientos con embarazadas, personas mayores, en fin ese era su ambiente cotidiano. La niña sabía que algo estaba cambiando dentro y fuera de ella.
Pasar por la escuela Tomás Medina era la ocasión para respirar los cambios paulatinos en todas sus anchas, la ciudad se despertaba y era recorrida todas las mañanas y tardes, pues en esos días el colegio Medalla Milagrosa se asistía en ambos turnos, y los uniformes más lindos del mundo se paseaban por esas calles y avenidas, las amistades se convertían en una ola indetenible de la mano de las normas sociales que canalizaban las buenas costumbres, los valores morales. La convivencia saludable provenían del sentido común, hacerlas propias no eran cosas de otro mundo, más bien terrenales, al menos era lo que Elenita había asimilado desde la interioridad de su hogar.
El parque Colón fue siempre un espacio de buenas nuevas en el devenir de su historia y cambios paulatinos y por momentos se sentía admirada, y eso movía sus fibras vitales en la construcción de las nostalgias de su futuro.
Eran días en que los tatuajes eran considerados malos consejeros, aunque “El chico del pelo largo” sonaba a raudales por las radios en sus diferentes emisoras, eran días en que el imaginario colectivo permeaba la desobediencia civil en el país del norte, frente a la consigna de “Si a la paz, no a las guerras”, Woodstock con su música se imponía desde aquel lunes 18 de agosto de 1969, en la granja de 240 hectáreas en Bethel, condado de Sullivan, estado de Nueva York, el mundo joven se ponía a volar.. y muy alto. Elenita no era la excepción, estaba consciente que algo ocurría, pensaba en Rosa Park y Luther Martin King, figuras importantes del movimiento por los derechos civiles de los Estados Unidos, quienes iluminaron las sendas que calzaban sus primero pasos, fueron sus simientes sociales que recrearon las raíces de sus epifanías y años más tarde quedaría marcada por el ejemplo de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Rutilio Grande, Cosme Espezoto, los mártires sacerdotes Jesuitas se convirtieron en sus guía espirituales.
La pubertad de Elenita abría las puertas y sabía que estaba cambiando. Su cara chelita durazno, ojitos de aguita de piscina y melena color castaño caramelo sobre su frente, piernas cada vez más blancas que daban la impresión que procedía de la ladera del monte Parnaso, es que a decir verdad su porte y aptitud era de ese mundo, la morada de las musas.
En una ocasión, mientras Elenita caminaba en compañía de su mejor amiga Rosita en dirección a casa, luego de una mañana de clases sobre las aceras del Parque Colón se paró de manera intempestiva un carro elegante, poco visto en las calles de la ciudad morena, se abrió la puerta, se bajó un joven que ya alcanzaba 25 años, intachablemente vestido de ropa deportiva y sus botas de charol con un ramo de flores de rosas rojas, se dirigió a Elenita y dijo: “Son para usted… Chelita, Chulita”
Quedó sin palabras pues parecía una escena sacada de un cuento de hadas, el Príncipe sorprendiendo a su amada, mientras se le declara; quedó sin palabras e incrédula de lo que vivía en ese momento, igual que Rosita, quien tampoco salía del asombro, las bocas continuaron abiertas. Elenita las tomó entre sus manos y alcanzó a musitar:
– ¿Son para mí? -si agregó el joven caballero, diciendo -“Soy Federico” y dio la vuelta, subió al vehículo, metió el acelerador y desapareció por la avenida y doblar hasta la “Mariano Méndez. “
Las amigas siguieron caminando en el aire en dirección a casa, se despidieron sin hablar, sólo se veían la una a la otra… y también al flamante ramo de flores rojas.
Al llegar a casa, la hermana menor, Ruth preguntó: -¿Elena y esas flores son tuyas?, asintiendo con la cabeza de arriba y abajo que dispusieron en un florero grande y desde entonces el aroma a primavera no desaparece de la fragancia y mirada de los ojitos verdes de Elenita, al igual que las luchas sociales por un mundo mejor nunca le fueron indiferente, de tal manera que desde que tuvo la oportunidad de leer el Concilio del Vaticano II, participar de las Comunidades Eclesiales de base, no deja de pensar en la beatificación de San Arturo Rivera y Damas, a quien tuviera la oportunidad de conocer en las acciones de la santa madre iglesia de su pequeño país, llamado El Salvador del mundo. Esa tarde añoró al poeta:
Te espero
en los parques tristes
tomados de la mano
viendo caer la lluvia
al atardecer…
Te espero para cuando tengas frio
me arropes con tu abrigo,
al amanecer.
Te espero para poner mi mano sobre tu hombro
cuando azote afuera la tormenta
y se anuncien malos augurios.
Te espero para cuando estés abatida
encuentres en mí una sonrisa,
y quieras sentir mi aliento.
Te espero
cuando en nuestra alcoba
se derrita la primavera,
y escuches mi voz en tus oídos…
Te espero para todo
sólo espero que tú también
me esperes algún día.
Ha transcurrida la vida suele recrear sus sueños inconclusos: “Me gustaría estar es su cabeza y encontrar un rinconcito sin que lo imagine, sentarme en una mecedora …en silencio, leerle sus memorias sus recuerdos y hasta sus olvidos, quien sabe cuántas cosas importantes que debiera saber, si es que ya las ha olvidado… y pondría la música a sus amadas memorias que hacen feliz su existencia…saldré silente por uno de sus ojos, y prometo no le robaré nada, no le quitaré nada… porque todo lo que en esa cabeza tiene, lo hace esa linda persona que es y cuantos importantes recuerdos tiene…que también me hacen bien. Y leeré sus largas e interminables bellas historias, iré a las escuelas a contárselas a las niñas y niños, también concurriré a cárceles para sepan qué hacer para convertirse en auténticas personas, ciudadanos comprometidos con el bien común. Iré a remotos lugares… mis memorias dirán: – siiiiii, él es alguien que fue torturado en los duros días del irrespeto de la patria, por suerte aún está aquí…”
Elenita era de un mundo que sabía cómo amar, que no importaba ser bonitos, lindos, altos o corpulentos , que al fin y al cabo “verbo mata a galán “ y continua recibiendo flores, nada más que en la actualidad son de diferentes aromas y colores que le deleitan su historia y sus amadas Lunitas.
21 de junio de 2022
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