Iosu Perales
Con mucho interés escuché el discurso de nuestro Presidente Salvador Sánchez Cerén ante la Asamblea Legislativa. Me convencieron los datos precisos sobre los avances que está experimentando El Salvador y la forma sosegada y sencilla de exponerlos. Sin duda tenemos un gran liderazgo, eficaz en la gestión y practicante de una ética política que en lugar de encerrarse en sus logros, llama una y otra vez a la unidad nacional para hacer crecer un país para todos.
No voy a comentar los datos positivos contrastados por institutos nacionales e internacionales, ni refutar las valoraciones de partidos de la oposición que hacen sus propias cuentas hasta retorcer la realidad. Prefiero valorar lo que representan el actual gobierno del FMLN y el Presidente, en un momento crucial para América Latina en el que se debate sobre el estado del ciclo progresista y la salud de la izquierda.
Bolivia y Ecuador, junto a la Venezuela presidida por Hugo Chávez, sellaron desde el primer momento un perfil ideológico alto que alimentó el debate en América Latina y supuso una nueva referencia para los proyectos emancipadores. Sus propuestas de Buen Vivir y Socialismo, fueron celebradas como un esfuerzo por crear paradigmas de raíz latinoamericana, refrescando nuestros sistemas de creencias de tal manera que hoy nuestro imaginario político se ha enriquecido notablemente. Al erigirse como una fuerza tractora del conjunto de los gobiernos progresistas del sub continente, las derechas fijaron sus ataques en estos países, y Estados Unidos puso su atención en la manera de revertir sus procesos de cambio. Tumbar al gobierno de uno de los tres países sería tanto como empujar a los otros a una crisis y facilitar la restauración de los gobiernos de derechas. Tal vez este ataque por tierra, mar y aire, llevó a Evo Morales y a Rafael Correa a desconfiar de movimientos sociales críticos, en particular de naturaleza indígena. Chávez también se vio en la necesidad de multiplicar sus defensas, consciente de que era el blanco elegido por la contrainsurgencia.
Lo cierto es que no podemos entender el ciclo progresista en América Latina sin las aportaciones valiosas de Bolivia, Ecuador y Venezuela. Pero El Salvador, como antes Uruguay, eligió una vía más discreta para llevar adelante su agenda de cambio. Las personalidades de Pepe Mújica y Salvador Sánchez Cerén, eran y son las adecuadas para, sin proyectar un discurso ideológico a escala continental, ejercer un poder centrado en las grandes mayorías y sus necesidades. Tal vez la personalidad de los dos presidentes, ambos ex guerrilleros, han marcado un estilo paciente y una estrategia o astucia de saber elegir el terreno para avanzar mejor. Como en el pasado. Con calma, resistiendo a una derecha cavernícola como es ARENA y a magistrados desleales con la nación, sin perder la perspectiva de dialogar siempre y buscar espacios de unidad nacional. En esta tarea la ventaja de nuestro presidente es que está entrenado en una capacidad pedagógica y posee una firmeza de objetivos nacionales. Él sabe que hace falta una gran mayoría social para hacer posible los profundos cambios que propone, y por eso sus propuestas son siempre en clave de nación. Lo que nuestro gobierno demuestra es que sin grandes ruidos se pueden llevar a cabo procesos nacionales confrontados al neoliberalismo.
Lo que viene demostrando el gobierno del FMLN es que la izquierda sabe gestionar con eficacia y eficiencia un país. La idea de que la derecha está ungida para gobernar y a la izquierda le queda el rol permanente de la resistencia, ha sido ampliamente superada por los hechos. El gobierno del FMLN aporta al ciclo progresista latinoamericano un balance prometedor: ha sabido frenar un largo ciclo conservador y desplegar políticas de crecimiento con escasos recursos. Una de las claves de esta difícil combinación es la contención de la corrupción que con ARENA estaba desatada. Combatir la corrupción es siempre una prioridad, pero cuando además las cuentas del estado están maltrechas es aún más importante el control de los recursos y por ende la transparencia.
El Gobierno del FMLN ha logrado en ocho años una mejora para las vidas de las mayorías del país. Su propósito es construir una comunidad nacional sobre los pilares de la seguridad ciudadana, el crecimiento económico, la disminución de la desigualdad, crear empleo, mejorar permanentemente los sistemas de educación y salud, avanzar en los derechos de las mujeres, y la convivencia armoniosa con la naturaleza. La ruta es difícil y está llena de enemigos pero su espíritu luchador se crece siempre ante la adversidad.
Tres años después de ejercer la presidencia, podemos afirmar que Salvador Sánchez Cerén ha mostrado que su austeridad personal, su sencillez, su buen carácter, su carisma, constituyen un buen ejemplo para la izquierda continental. No quiere vivir como la minoría del país. Lejos de un estilo elitista, diciendo siempre lo que piensa, desde su carácter más bien introvertido mantiene un diálogo permanente con la población a través del festival del Buen Vivir. Alejado de los lujos cultiva la honradez como uno los valores más apreciados. Su manera de observar la historia del país le llevan a creer que lo mejor está por venir. Es un presidente con una diferente forma de hacer política.
Sánchez Cerén se propone hacer una nación donde todas las personas dispongan de todos los derechos. Condición indispensable para transitar hacia la felicidad, que es un quehacer individual y colectivo. Sánchez Cerén enfoca la participación ciudadana como un factor estratégico para vencer la pobreza y la exclusión y caminar con fuerza hacia ese horizonte del Buen Vivir. El Presidente sabe que la edificación del Buen Vivir es una lucha de valores contra valores. El mundo subjetivo que nace ha de abrirse camino peleando duramente contra un mundo viejo todavía vigoroso que cuenta con numerosos apoyos. La ventaja del nuevo Presidente es que está entrenado en esta batalla, siendo él mismo portador de valores solidarios y de entrega al prójimo, concretados en un proyecto político, a lo que se une su gran vocación pedagógica y educacional. Comparte plenamente lo dicho por el inolvidable Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”. A lo que tal vez habría que añadir que en esa lucha entre lo nuevo y lo viejo la educación popular será el factor decisivo.