Gabriel Otero
EL RITUAL DE VESTIRSE
Se probó mallas de algodón y licra, treinta minutos frente al espejo fueron insuficientes para observarse desde todos los ángulos, se vio pliegues y abultamientos, formas que a cualquier hombre o mujer le parecerían apetecibles, se cuestionó su derrière perfecto, se imaginó gorda muy a pesar de levitar con sus 49 kilogramos.
Las prendas cómodas suelen ser reveladoras, sobre todo las mallas que son la estampa de una segunda piel, de ellas nada se escapa, ni la pancita ni las estrías ni la celulitis ni las chaparreras, las mallas le quedaban muy bien como para que se las quitara contrariada, escogió entonces una mini falda y la dejó encima de la cama.
Vendría acelerado el segundo dilema: ¿tanga o culotte?, en Francia se anunció la muerte de esa pequeña pieza de tela tan deleitable para la adivinanza donde termina la espalda y tan propiciadora de comezones, se interrogó si le gustaría más tener el culo al aire o resaltar las caderas, al final prefirió ponerse unas bragas transparentes de corte brasileño.
Bendita lencería, invento trascendental en la historia de la humanidad, los vulgares la consideran las capas de una cebolla, los exquisitos un aliciente para descubrir el misterio. Ella tenía cajones enteros llenos de secretos de colores para cada humor y ocasión.
Siguió el rito, ¿sostenedor caza bobos o de media copa?, la gracia consiste en juntarlas y ver nacer los delirios, en ese precipicio se extraviaron tantos héroes que no volvieron a ser los mismos, la hipnosis de las tetas radica en alimentar a los bebés y otorgar delicias a quien las toque o las mire.
Eligió no usar sujetador, se miró de nuevo al espejo, sonrió satisfecha y continuó. ¿Qué se pondría arriba? ¿Camisa, top o algo más? El guardarropa de una mujer es como su alma, una suma de intimidades y la mar de intensidades.
Se puso una blusa strapless y mini falda, se sentía a gusto descalza, pero faltaba ese inmenso detalle que si no se selecciona bien estropea todo lo demás. Optó por unos zapatos de tacón con plataforma.
Se veía espléndida con el cuello y brazos desnudos, se peinó y maquilló moderadamente porque lo discreto siempre es elegante, se roció perfume para que lo oliera la brisa, cogió su cartera y se fue dueña del cosmos.
Es un placer verlas vestirse, pero el placer es inconmensurable al desvestirlas.
MARÍA MAGDALENA
Ay mi bien hoy te depilaste, quedaste lisita, desafiante, fresca, rozagante y lista para estrenarte, quieres parecer joven, aunque ya rondas la mitad y más allá de los cuarenta, vistes top, mini y tanga ¿no sientes que con esos pedacitos de tela se te atraganta el alma?
¿Qué buscas reina?, ya tienes tres hijos y una vida hecha y derecha, bueno un poco torcida a decir verdad después de tus tres divorcios y sus respectivas pensiones, todo depende del cristal con que se mire, los niños se irán y tú te quedarás, pero no para vestir santos, eso es para las sumisas, las pobres pendejas que se quedan en casa, tú te comerás el universo a jirones hasta que mueras.
Los más condescendientes expresan que eres de cascos ligeros y te llaman loca por tus más de trescientos amantes, los más ofensivos te dicen puta, no hay derecho, tú no eres ninguna equina, a pesar de tu metro ochenta proporcionado y generoso a la vista, ya quisiera cualquiera tenerte en su potrero, a los hombres les inculcan acostarse con todo lo que se les atraviese para reafirmar su machismo, a las mujeres les enseñan a llegar vírgenes al matrimonio para ratificar su pureza porque así lo dispusieron ellos, los mismos hombres.
Y recuerdas cuando eras joven y perdiste la cuenta de los colegios católicos de los que te expulsaron, las monjas querían que fueras como las otras, las persignadas, las que corrían asustadas a confesarse cuando les bajaba la regla por primera vez, aunque no seas tan cínica, tú también te espantaste, pero no tanto como ellas, luego le tomaste especial gusto al roce de las toallas sanitarias.
Eso fue todo un descubrimiento, así como cruzar las piernas, el placer propio de sentir fuego en el vientre en público o mariposas tecnicolor (1) inquietas como les dicen las románticas.
Con los años te diste cuenta de que el morbo de la mujer es discreto, pero igual de intenso que el del hombre y que tu sexo silencioso era una clara ventaja anatómica sobre la obviedad masculina, el pene se erecta cuando busca, es decir todo el tiempo, la vagina se lubrica cuando gusta y sin que alguien se percate.
Y vinieron los amantes, no fueron nada, menos de diez por año, porque comenzaste a deglutir deseos desde los quince, cuando aún no te dabas cuenta de que el viento soplaba, y que el deseo es el amor irrefrenable.
Y todos te necesitamos María Magdalena, la amiga, la loca, la puta, la mujer en noches calladas cuando nadie escucha, y te rasuraste ¿qué tienen los vellos que te estorban tanto?, tal vez sentirte caída de las estrellas, tal vez sentirte niña e ingenua como si todo fuera la primera vez.
_______________
(1) Mariposa Tecnicolor de Fito Páez
ELOGIO DE LA LUJURIA
Dios salve al cuerpo de las mujeres, repertorio profundo de fetiches y parafilias: axilas, pantorrillas, pies, dedos, cuello, brazos, manos, pelo, ojos, cejas y orejas. Se anhelan al imaginarlas, se aman al verlas.
Qué de malo hay en admitir la naturaleza animal, sufrimos en disfrazar nuestro temperamento sexualmente divino y desde el sexto día de la creación prescindimos de nuestra desnudez.
Si la lujuria mueve al mundo para qué negarla, el deseo no tiene ataduras ni patria ni nacionalidad. Nada parece importar cuando una mujer y un hombre se buscan y se exploran con los apetitos. La combustión es el origen y el fin.
Qué de malo hay en representar la liturgia de la procreación, el fuego surge en el cerebro y el vientre, la excitación dignifica la travesía imperiosa entre dos polos del mismo imán.
Y por qué no practicar el saludable fornicio, en besarles lento los pezones, mordisquearlos con la levedad de la brisa, cogerles el aroma del cuello y las orejas y lamerles su palpitar.
Qué de malo hay en que ellas nos revuelquen en la cara su hambre de valquiria y juguetear con su sonrisa vertical, si en el sexo se descubren las verdades y se alimentan los amores.
Dejémonos de simulacros y que regresen de su exilio: Afrodita, Eros, Venus, Pan, Dioniso, Huitaca y Lilith, dioses olvidados por la hipocresía de los bellacos, esos sumos pontífices indolentes que se han erigido en pastores de la humanidad.
Qué de malo hay en ansiar de menos o de más, si las caricias se reparten urgentes o parsimoniosas, según sea el momento o el lugar, siempre sobra tiempo para reinventarse y volverse a encontrar.
De nada sirve esconder la voluptuosidad y declarar la lujuria como pecado capital porque no sólo de mitos y sofismas vive el hombre, ejerce la libido y luego existe.
Qué de malo hay en creer que el cuerpo de las mujeres es el paraíso y si nos morimos será para resucitar y hacerle genuflexiones a su sexo.
Debe estar conectado para enviar un comentario.