Belén
Claire Gounon
Belén, 4:02 de la tarde, hora local: un grupo de turistas se abalanza sobre la pequeña entrada de la basílica de la Natividad. Apenas 45 minutos después salen encantados de la única visita que habrán efectuado en su raudo paso por la ciudad palestina, donde las estancias son frecuentemente breves.
Lugar de nacimiento de Jesús según la tradición cristiana, Belén, en el sur de Cisjordania ocupada, se prepara un año más para celebrar las fiestas de Navidad y recibir a miles de visitantes.
Pero aunque la cincuentena de hoteles de la localidad deberían de haber colgado ya el cartel de «Completo» para la noche del 24 al 25 de diciembre, este año les ha costado lograr una tasa satisfactoria de ocupación.
En la explanada de la basílica una pareja de brasileños parece feliz de haber visitado este lugar sagrado del cristianismo. Han viajado desde Brasilia con su hija pero, durante su estancia de tres semanas en tierra santa, apenas han pasado algunas horas en Belén.
«Ha sido rápido, pero es suficiente», comenta la turista.
Como la mayoría de los viajeros consultados por la AFP, la pareja pasa la noche en Jerusalén, a menos de 10 kilómetros.
Frente a la basílica, un comerciante se queja de que los visitantes no se toman el tiempo de pasar a comprar souvenirs. «Y sólo hay que dar unos pasos», lamenta.
Según las cifras de la Asociación de hoteles palestinos, de los tres millones de personas que visitan de media Belén cada año, 900.000 pasan por lo menos una noche.
– Duración de la estancia «controlada» –
«Tenemos que promover más los sitios históricos y culturales que se puede visitar en Belén», estima Samir Hazbun, presidente de la Cámara de comercio local.
Hazbun lamenta que pocos turistas aprovechen su paso para visitar el palacio de Herodes o el sitio de Battir, cuyas terrazas cultivadas y el sistema de riego están inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco.
Según Hazbun, muchos turistas no se quedan porque pasan por agencias de viajes de Israel que «controlan la duración de la estancia» de sus viajeros en Cisjordania, un territorio palestino ocupado desde 1967 por el Estado hebreo, poco inclinado a promover el turismo.
Además, el número de hoteles se ha multiplicado por cinco en los últimos 20 años en tanto las otras infraestructuras no han sido modificadas al mismo ritmo, apunta Elias Al Arja, presidente de la Asociación de hoteles, lo que hace que las autoridades tengan que mejorar la red de agua y electricidad.
Estos últimos años, sin embargo, Belén ha visto llegar a otra categoría de turistas.
Varios viajeros vienen a admirar los frescos que adornan el muro que empezó a erigir en 2002 Israel para protegerse de las incursiones desde Cisjordania, en plena ola de atentados palestinos durante la segunda Intifada (2000-2005).
Para los palestinos se trata de uno de los símbolos más insultantes de la ocupación israelí y se ha convertido en un terreno de expresión político-artística.
– «Turismo atípico» –
Sobre el muro, hace tiempo un joven europeo pasó un rodillo de pintura blanca y, cuando se secó, dibujó un graffiti.
A pocos pasos de allí, hoy una tienda de barrio vende aerosoles de pintura y plantillas para los turistas que, como él, quieren dejar huella de su paso.
La tienda pertenece al cercano hotel «Walled-Off», que fue abierto en 2017 por el artista callejero británico Banksy. Todas las habitaciones dan directamente al muro y están decoradas con obras que hacen referencia al conflicto israelo-palestino, que también es el tema de un museo ubicado en la planta baja.
Para el director del establecimiento, Wissam Salsaa, «la mayoría de los clientes nunca habría pensado en venir a Belén, o incluso a Cisjordania o Israel, si no hubiera existido el hotel».
Gracias a Banksy, Belén no vive solamente de un turismo religioso, sino también de un «turismo atípico», resume Salsaa, que calcula que desde 2017 unas 250.000 personas han visitado el museo-hotel.
Estos viajeros, la mayoría jóvenes, llegan en pequeños grupos que no rivalizan con los enormes autobuses que descargan decenas de turistas en los alrededores de la basílica, y a menudo no permanecen mucho tiempo en la ciudad.
Simon y Jan, dos jóvenes alemanes que han venido a visitar el museo están charlando en la terraza del hotel. Encuentran que la iniciativa de Banksy es «muy interesante», y que permite a los no-iniciados familiarizarse con el conflicto.
Aprovechan su viaje a Belén para visitar la basílica, a pocos minutos en taxi, pero pasarán la noche en Tel Aviv.