José M. Tojeira
Mientras se construye un adecuado edificio para biblioteca nacional, algo sin duda necesario y positivo en El Salvador, se desaloja a negocios tradicionales de vendedores de libros de segunda mano. Uno se queda con la duda de si en este mundo electrónico, en el que las redes y las publicaciones digitales parecen sustituir al libro, se privilegia más el continente que el contenido a la hora de construir una biblioteca. Es decir, se aprecia más la magnificencia del edificio que el resguardo, cuido y difusión lectora de los libros, que supuestamente son el objetivo final de las bibliotecas. No es raro pensar así, cuando la industria de los troles se esmera con tanto entusiasmo en resaltar las apariencias de las obras estatales en vez de centrarse en sus contenidos y servicios reales.
Más allá de las críticas hechas a la destrucción del edificio de la antigua biblioteca nacional, lo cierto es que si se quiere dar un servicio importante a la cultura desde una biblioteca, el edificio anterior no garantizaba ni el espacio ni el servicio digno que el lector de libros merece. Pero tener un edificio bonito que llamemos Biblioteca Nacional, tampoco garantiza el amor a los libros.
Para mucha gente el libro de segunda mano es todavía más accesible que el internet y, por supuesto, que la compra del libro recientemente editado. Y todavía también, la lectura personal de un libro ofrece unas posibilidades de reflexión y vivencia cultural muy superiores a las narraciones superficiales que pueblan muchas de las páginas y lugares de fácil acceso en internet. El libro es conocimiento, racionalidad, síntesis de vida, de acción y de camino en el peregrinar vital. Es cierto que también hay libros en internet y que incluso pueden conseguirse más baratos que los editados en papel.
Pero también es cierto que no todo el mundo tiene acceso a un lector de libros electrónicos ni tiene la capacidad de concentrarse de un modo sistemático en una tableta de pantalla táctil. El libro continuará por mucho tiempo siendo un útil compañero de viaje, un instrumento eficaz para la asimilación de ideas, para imaginar, para conocer la complejidad de la vida y para iniciarse en los misterios de la misma. Las grandes obras clásicas de la literatura nos abren a la riqueza y diversidad de la existencia; los premios Nóbel y otros novelistas y poetas nos muestran al ser humano con mucha más riqueza y matices que un diagnóstico psicológico. Y sobre todo nos enseñan a vivir, a entender, a comprender al ser humano y a defender siempre la realidad de ser humanos.
Por todo ello, y pese a la humildad de las tiendas que venden libros de segunda mano, los funcionarios gubernamentales que los están desplazando deberían ser más cordiales y atentos con ellos. Vender libros baratos, aunque sean de segunda mano, es también una tarea social además de un pequeño negocio. Aunque puede ser que quienes dan la orden de desalojarlos no hayan leído nunca una novela, y mucho menos una poesía decente, deberían saber que los libros son importantes en la vida del ser humano y su cultura es importante.
Todavía hay institutos de secundaria que no tienen biblioteca o que la misma es exigua en exceso. Dificultar el acceso a los libros es fomentar una especie de analfabetismo cultural. Potenciar la venta de libros, facilitarla, mejorar el acceso a estas humildes tiendas, ayudar especialmente a quienes llevan a cabo esa noble tarea de extender la letra impresa, dignificaría a los funcionarios. Tratar a quienes venden libros mucho peor que a quienes venden bebidas carbonatadas y azucaradas en exceso, muestra la irracionalidad de una sociedad que con frecuencia promueve más la diabetes que la cultura.