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En el día de Romero

José M. Tojeira

Los cristianos sabemos que Mons. Romero es un verdadero mártir, asesinado por su solidaridad con los pobres y las víctimas de nuestra guerra civil en El Salvador. La Iglesia Católica lo ha considerado santo, así como otras Iglesias históricas, entre ellas la Iglesia Luterana y la Anglicana. Pero además, Mons. Romero trasciende a las Iglesias y es a nivel mundial ejemplo de humanidad. La ONU declaró el día de su asesinato como Día Internacional del Derecho de las Víctimas a la Verdad. E invita a todos los hombres y mujeres del mundo en ese día a reflexionar sobre la vida de Monseñor Romero y a seguir su ejemplo de solidaridad con los que sufren violaciones a sus derechos básicos. Es fácil ponerlo en un pedestal y exaltarlo, hablar bien de él. Pero es difícil inspirarse en él para vivir hoy lo que él nos muestra como actitud humana y cristiana.

En efecto, tener sentimientos de compasión con el que sufre cualquier tipo de injusticia es difícil hoy, cuando la tendencia social y política predominante exalta la venganza sobre la justicia, o prefiere el odio y el insulto sobre el razonamiento humanista y solidario. Siempre podemos decir que fue más difícil para Mons. Romero que para nosotros, pero más que ese reconocimiento, lo importante sería seguir su ejemplo. Y especialmente fijarnos en las que él describía como idolatrías, capaces de crear tensión y muerte. Revisar hoy la idolatría de la riqueza resulta indispensable, habiendo fuertes dosis de vulnerabilidad y pobreza en nuestro país. Por más que se diga lo contrario, hay siempre una relación entre la acumulación excesiva de dinero y la pobreza y la vulnerabilidad. Desde el dinero se llega pronto a la idolatría del poder. Quien cree que tiene poder trata de aposentarse en él, de defenderlo y de perseguir o comprar a quienes puedan convertirse en una amenaza.

Cuando la organización popular era necesaria para reivindicar los derechos básicos de las mayorías pobres, Mons. Romero hablaba también de idolatría de la organización. Reconocía que la organización popular era necesaria y positiva. Pero decía también que cuando la organización se convierte en una forma de poder que pone sus intereses sobre los derechos e incluso sobre la vida de otras personas, entonces se pervierte y se convierte en una nueva idolatría. Formas idolátricas  de organización las hemos tenido en formaciones políticas, tanto antiguas como recientes. Tal vez nos hemos centrado tanto en analizar las idolatrías de la riqueza y del poder, que nos hemos olvidado de analizar instituciones y organizaciones sociales o políticas que también tienen poder y que ponen sus intereses por encima de la población y, especialmente, por encima de los derechos de los pobres a salir de la pobreza.

Recordar a Mons. Romero sin tratar de convertirse en sus seguidores sirve de muy poco. Es muy difícil llegar a su grandeza espiritual y humana. Pero en la vida diaria hay siempre una enorme cantidad de oportunidades de hacer crecer la solidaridad, la justicia y el diálogo. Aprovechar esos momentos según nuestras capacidades es convertirse en seguidor de Romero. Cuando hace años en las misas en la plaza Gerardo Barrios la gente insistía en que quería obispos como Mons. Romero, no faltaban los que pensábamos que necesitamos laicos y laicas, religiosos, religiosas y sacerdotes con la misma opción liberadora y solidaria de Romero con los humildes y con los pobres. La famosa frase atribuida al santo, “si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”, significa eso: poner nuestras posibilidades personales, profesionales e institucionales al servicio solidario de la lucha contra la pobreza y la injusticia. Celebrar a Mons. Romero será siempre una alegría y un deber de las personas buenas. Seguirle, como el siguió a Jesús de Nazaret, el Señor, es tarea que con humildad y perseverancia todos debemos emprender.

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