Umar al-Ghubari
972mag.com
Traducido del hebreo al inglés por Richard Flantz
Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
Esta semana la radio del ejército israelí, store Galei Tzahal, realizó una encuesta que entre otros temas abordó la actitud de los judíos de Israel con respecto a los derechos de igualdad para los ciudadanos árabes de Israel. Los resultados de la encuesta, realizada entre 503 judíos, revelaron que el público judío en este país está casi igualmente dividido sobre este tema. El 45 % se opone por completo a la igualdad de derechos para los ciudadanos árabes del Estado, el 43 % está a favor, el 6 % respondió «depende» (no está claro de qué) y otro 6 % no sabe no contesta.
Dos puntos interesantes surgen de la forma en que se llevó a cabo esta encuesta. En primer lugar, en una sociedad militarista como la israelí, no es de extrañar que una estación de radio del ejército intervenga en el ámbito civil, sin lugar a dudas para reflejar la clara superposición entre la sociedad civil (judía) y el ámbito militar en Israel. En segundo lugar, quienes condujeron la encuesta sólo preguntaron a los judíos y están actuando, por lo tanto, sobre la idea de que los judíos en este país tienen la facultad exclusiva de determinar el si y el cómo debe ser la igualdad con los árabes. De esta manera continúan dibujando la opinión pública en el sentido de que los judíos tienen la última palabra.
68 años de fracaso
Debido a estas concepciones profundamente arraigadas que se derivan de la propia definición del Estado como el Estado del pueblo judío, no hay ninguna posibilidad de lograr la igualdad en Israel, incluso si los resultados de la encuesta sirvieron para mostrar que una gran mayoría de los judíos, en principio, apoyaron la igualdad. Esto no es sólo acerca de lo que quiere la gente, es una cuestión de si esto es posible. El Estado de Israel, con su autodefinición, su misión, la forma en que se creó, sus prioridades, sus símbolos, su nombre y el himno nacional, no puede, incluso si se quiere, lograr la igualdad entre los judíos y no judíos.
El Estado de los judíos es, por necesidad, un Estado racista. No puede ser otra cosa. Esto está estructurado y enraizado en su propia definición. Está fundado en el privilegio de los judíos su supremacía y soberanía. Y muchas de sus leyes están legisladas y muchos de sus objetivos se formularon sobre la base de dar preferencia a sus ciudadanos judíos.
Desde el establecimiento del Estado los ciudadanos palestinos, así como una pequeña parte de los ciudadanos judíos, han luchado para lograr la igualdad de los «árabes de Israel». Podemos suponer que algunos de los líderes del Estado, de hecho, creían en la igualdad como un valor. Pero el resultado solo ha sido de 68 años de fracaso. La discriminación continúa mientras la igualdad parecemuy lejos. ¿Es posible que todas esas personas fracasasen porque no eran lo bastante buenas, no tenían el talento suficiente o no eran suficientemente resultas?
¿No es el momento, después de todos estos años, de pedir por lo que no funciona? ¿Qué hace que todos los intentos sobre la igualdad fracasen?
¿Qué es lo que no han intentaron y lo que no han invertido en ello? Energía, tiempo, discusiones, discursos, promesas, reuniones, manifestaciones, arrestos, violencia, muertos, heridos, huelgas, asambleas, informes, estudios de investigación, comités, mandatos judiciales del Tribunal Superior, recomendaciones, resoluciones, planes e incluso presupuestos, pero la igualdad no ha llegado. Tampoco la voluntad de igualdad sobrevino. Porque, ¿cómo se pueden hacer dos cosas contrarias -discriminar garantizar la igualdad- al mismo tiempo?
Por ejemplo, en un Estado que se define, como Estado de los hombres, las mujeres nunca serán iguales. Incluso si su igualdad está consagrada en el primer párrafo de su declaración de independencia. Un Estado que es, desde el principio, establecido para los blancos, nunca logrará asegurar la igualdad para los negros, incluso si se pretende hacerlo. Aún cuando sus líderes blancos negocien con los líderes negros, aun si hablan juntos y declaran que están decididos a lograr la igualdad y la convivencia entre blancos y negros en el Estado de los blancos, no van a tener éxito. La fundación discriminatoria en que se basa el Estado es más fuerte que cualquier plan o cualquier presupuesto. Esto es lo que les está ocurriendo a los palestinos en el Estado de los judíos, que además de su autodefinición racista, insiste en preservar una mayoría judía aplastante a cualquier precio, lo que significa mantener a los árabes como una minoría marginal a cualquier precio. Muestra que convertir a los palestinos en una minoría en el Estado no fue accidental y ciertamente, no fue el resultado de las circunstancias. Esta es una traducción práctica del significado de un Estado judío.
Su nombre también, Israel, es un reflejo de esta concepción. Los que eligieron el nombre del Estado crearon la exclusión deliberada y la alienación de los ciudadanos que no están conectados a «Israel», el abuelo mayor de la tribu de los israelitas. ¿Cómo podría alguien que está fuera de esta tribu sentir que pertenece o es un igual? ¿Cuán abusivo es imponer por la fuerza una identidad israelí contra los palestinos que acababan de ser derrotados por los mismos israelíes? Y hoy se requiere de ellos no sólo que sean israelíes, sino que sean » israelíes hasta el final», como el primer ministro declaró recientemente.
Cambie la ideología, no la estrategia
La igualdad en el Estado de los judíos es inalcanzable y la lucha para lograr esa igualdad, acaso, sería inútil. Incluso si se quiere seguirá siendo un sueño. Es una ilusión. Incluso si va a haber un primer ministro árabe en Israel actuará de acuerdo con sus leyes, con su propia definición y objetivos de los de hoy y no para lograr la igualdad para los árabes. Debido a que el fracaso está determinado desde el principio. Está grabado en la definición del Estado y se incrustó en el carácter del régimen. Este es el significado del Gobierno judío. Los que en el curso de 68 años no han construido una sola ciudad árabe, y en ese período se han construido cientos de ciudades para los judíos, y los que crearon un presupuesto nueve veces mayor para los estudiantes judíos que para los árabes, no pueden afirmar que esto sucedió por error o debido a la falta de atención, ni como resultado de la negligencia o de un fracaso de la política. Esta es una visión del mundo. Una ideología. Después de todo está claro que un judío es preferible a un árabe aquí y está claro que esto va a encontrar su expresión en todas las esferas de la vida: en los presupuestos del Estado, en la actitud de la policía, en los controles de seguridad de los aeropuertos, en los planes maestros, en las líneas de ferrocarril, etc.
Para eliminar la discriminación y cambiar las relaciones de poder entre judíos y árabes hacia la igualdad real es necesario renunciar a la ideología que produce desigualdad. Los que llevan la bandera de la lucha tienen que cambiar de dirección y exigir el establecimiento de un marco político verdaderamente democrático, uno que no otorgue preferencia a una raza sobre otra. Esto allanará el camino para una lucha que tenga la posibilidad de aplicar el principio de igualdad. La igualdad completa, no como un gesto o sutileza de parte de la mayoría -independientemente de quien es la mayoría- tampoco como un premio por buena conducta por parte de la minoría, sin importar quién es la minoría. Igualdad sin reservas, lo que elimina la ecuación de gobernantes y gobernados, ocupantes y ocupados, expulsores y expulsados.
Allí es adonde se debe dirigir la lucha.
*Umar al Ghubari es facilitador grupal, un educador de política, y documenta y fotografía sobre la Nakba palestina. Este artículo fue publicado por primera vez publicado en hebreo en Llamada Local.