Ego sum Attila flagellum Dei
(Yo soy Attila, el azote de Dios)
Carlos Ernesto García
Para quienes vivimos la década de los 70, y los 80 en El Salvador, lo sucedido el pasado domingo por la tarde en San Salvador, solo hizo que revivir momentos que parecían ya superados, pero… por desgracia, el fascismo, es un germen que está entre nosotros, y que solo necesita las condiciones necesarias para reactivarse, y ser tan letal como siempre.
De lo que sí podemos estar convencidos es de que con esta acción criminal, al más puro estilo escuadronero, se ha cruzado una línea roja, y ahora, la pelota está en el tejado de todo un pueblo que, respetuoso de los principios democráticos, y creyente en la justicia, tiene la obligación moral de dar una respuesta contundente que haga temblar los cimientos del partido Nuevas Ideas que, con su marcado espíritu revanchista, fomenta un odio visceral y que, en definitiva, es, directa o indirectamente, responsable de que ese día se apretaran los gatillos que pusieron fin con dos de las cuatro víctimas de una brigada de militantes del FMLN, conformada por una mujer, que resultó asesinada, y tres hombres, de los que uno perdió la vida, mientras los otros dos resultaban gravemente heridos.
Señalar culpables con el índice, cuando se llevan las manos manchadas de sangre, es el colmo de la desfachatez. Y si quien lo hace es, además, el mismo que ha propiciado el clima de violencia idóneo para perpetrar dicho crimen, eso le convierte, automáticamente, en el principal autor intelectual, y al que por ende, la justicia debería de llevar ante los tribunales.
La pregunta que subyace ahora, y que posiblemente esté en la mente de muchos, es qué rédito pensaban obtener al dar semejante orden de ejecutar la acción. En lo personal, lo primero que se me ocurre es, la de sembrar el miedo entre la ciudadanía, a través de un acto terrorista; lo segundo es, la de intentar desprestigiar, una vez más, al FMLN, haciendo creer ante la opinión pública, de manera maquiavélica, que se trata de un auto-ataque con el fin de afianzar el voto en las próximas elecciones municipales, algo del todo descabellado, y absurdo, que solo tiene lugar en los que estén predispuestos a creer cualquier cosa, por absurda que sea; y en tercer lugar, advertir al FMLN de hasta dónde son capaces de llegar con tal de golpear a sus enemigos políticos. Una de tres, dos de tres, o las tres. Aunque agregaría, que todas las posibilidades tienen cabida en la visión pobre, como miope, de un personaje que, como Nayib Bukele, está más que dispuesto a encubrir a fanáticos gatilleros, o sicarios, con tal de mantener su poder, y alcanzar sus objetivos. Un líder político como él, que con facilidad ha pasado del insulto, de la calumnia y de la persecución política de sus oponentes, a las acciones de intimidación por medio de la violencia criminal, solo es merecedor del mayor de los desprecios.
Los hechos terroristas del pasado domingo, se convierten a partir de éste momento, en una especie de espada de Democles, o lo que es lo mismo, en una amenaza persistente de un peligro para la ciudadanía salvadoreña. Sin embargo, para bien de todos, es imprescindible tener la claridad necesaria de que aún se está a tiempo para que la presente situación no derive en una imparable escalada de violencia, que devuelva a un pasado que nadie desea, y en el que imperó el miedo, la incertidumbre, y la injusticia; un lujo que no se puede, ni debe, permitir el pueblo salvadoreño. Corresponde por tanto a las organizaciones en defensa de los derechos humanos, así como a los líderes políticos y religiosos, buscar alternativas para frenar cualquier posible ola de crímenes que se estuvieran planeando por parte de los que se crean intocables.
El presidente Nayib Bukele debe de entrar en razón, de una vez por todas, que no puede pretender manejar El Salvador como si se tratase de una de sus empresas privadas, en donde el encargado de personal, por poner un ejemplo, es el fiscal general de la República, su jefe de seguridad el Ministro de Defensa, y su consejo de administración, estuviera conformado por los distintos ministros de Gobierno.
La mentira, el despotismo, la prepotencia, la vanidad, el autoritarismo, la cobardía, la sedición, la codicia, la traición, la intolerancia y la desmedida ambición, son solo algunos de los rasgos que podría uno señalar como parte de la nefasta como execrable personalidad psicopática del populista Nayib Bukele; eso sin contar con su malintencionado ninguneo a la memoria de un pueblo que por encima de todo, es merecedor de una paz duradera, y la construcción de un futuro digno.