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Un grupo de búfalos en la reserva Thuru Lodge Game, cerca de Globershoop. [Foto Guillem Sartorio / AFP]

En el sur de África, hombres y animales en situación desesperada por el cambio climático

Buhera / Zambia/ Sudáfrica / Zimbabue / AFP

Béatrice Bebut /  Ish Mafundikwa

Hace menos de un año la casa de Alice Posha fue arrastrada por lluvias torrenciales provocadas por el ciclón Idai. Este año, en cambio, esta abuela de Zimbabue deshierba sin muchas esperanzas un campo de maíz arruinado por la peor sequía en más de tres décadas.

«Sólo con ver estas espigas marchitas, seguramente tendremos una cosecha muy mala», dice la sexagenaria.

En un lapso de diez meses, el este de Zimbabue se ha visto sacudido por fenómenos climáticos extremos, lo que ilustra el elevado precio pagado por África, el continente más afectado por el cambio climático.

En marzo de 2019, el ciclón Idai causó inundaciones catastróficas en las vecinas Zimbabue, Mozambique y Malawi, dejando más de mil muertos, millones de víctimas y daños considerables, incluidos los suministros de alimentos.

«Se llevó nuestras gallinas y pavos», recuerda la cuñada de Alice, Josephine Ganye, que ahora depende de ayuda alimentaria para sobrevivir.

Ganye es una de las 45 millones de personas -un número récord- amenazadas por la hambruna en el sur de África debido a la sequía, las inundaciones y las dificultades económicas en sus países, según Naciones Unidas.

«Esta crisis de hambre está alcanzando proporciones nunca antes vistas», advirtió Lola Castro, jefa regional del Programa Mundial de Alimentos (PMA), a mediados de enero.

Durante los últimos cinco años, todo el extremo sur del continente africano, donde las temperaturas están subiendo el doble de rápido que en el resto del mundo, ha sufrido un déficit significativo de lluvia.

Pequeños y grandes agricultores, criadores, hoteleros, maestros… todos se ven afectados.

– Oraciones –

Con sus dificultades financieras, Zimbabue es claramente el país más vulnerable al cambio climático en la región.

La sequía se suma a una lista interminable de dificultades como la inflación, la escasez de dinero en efectivo, gas, medicamentos, agua y  electricidad. La vida diaria se ha convertido en una pesadilla.

«Casi todos aquí están en situación de inseguridad alimentaria», dice Janson Neshava, de 68 años, en su casa en Buhera.

«Está bien organizar oraciones para que llueva, pero nada ayuda. Incluso los pantanos y los ríos que fluyen durante todo el año están secos», agrega, con la cabeza cubierta con un viejo sombrero de fieltro negro.

En total, el 60% de los 15 millones de habitantes de Zimbabue padecen de inseguridad alimentaria.

En el distrito de Buhera, en el este del país, esta cifra llega incluso al 80%, según una funcionaria local, Patience Dhinda.

Celia Munhangu, de 34 años, está casada con un maestro. «Él gana tan poco que necesitamos ayuda en tiempos de sequía», confiesa, mientras cava en el lecho seco de un río para encontrar agua.

«A veces recibimos maíz del gobierno, pero no hemos tenido nada desde noviembre», añade.

El depósito de granos de Buhera, que alberga la ayuda alimentaria estatal, está vacío. Las bolsas de ayuda están en camino, asegura Patience Dhinda.

Para ahorrar dinero, el esposo de Celia Munhangu sólo vuelve a casa el fin de semana. De lunes a viernes duerme en la escuela donde enseña.

A medio dólar por viaje, «el transporte es demasiado caro», dice la mujer. «Este es un año pésimo», suspira.

Pero es apenas un año más. En 2019, los cultivos en Buhera ya habían sufrido sequía, antes de ser arrastrados por las lluvias torrenciales. Este año, corren el riesgo de ser completamente quemados por el sol.

– Una comida por día –

Unos 800 km más al oeste, al otro lado de la frontera, en Zambia, el contraste es sorprendente: la hierba es alta, los caminos fangosos y los campos de maíz son de un verde intenso.

En el pueblo de Simumbwe, en el suroeste del país, las lluvias llegaron a fines de diciembre.

Pero a la sombra de majestuosos árboles, sentados sobre la tierra roja, encaramados en ramas o en carretas de bueyes, cientos de personas esperan pacientemente una distribución de alimentos organizada por la oenegé World Vision y el PMA.

La cosecha del año pasado fue catastrófica por segundo año consecutivo. En 2019, hasta el 70% de los cultivos se perdieron debido a la sequía, y ahora las necesidades son enormes.

«El año pasado, coseché 18 kilos de alimentos. En otras palabras, nada», dice Loveness Haneumba, madre de cinco hijos y «feliz» beneficiaria de la ayuda en Simumbwe.

«Comemos una vez al día», explica. «Los niños preguntan: ‘¿Qué vamos a comer?’ Y les respondo: ‘Espera, déjame buscar algo'», dice, tan solo para ganar tiempo.

En los últimos años la temporada de lluvias se ha acortado considerablemente, afectando con ello toda la producción agrícola.

Tradicionalmente, esa temporada de lluvia iba de octubre a mayo, pero ahora sólo dura de diciembre a abril.

En el patio de la escuela de Simumbwe, Derick Mulilo, que supervisa la distribución de alimentos, aprovecha la oportunidad para concientizar sobre la crisis climática.

«¡Hay que parar con el comercio de carbón! Como pueden ver, la deforestación contribuye al cambio climático», dice a los campesinos sin dinero que intentan sobrevivir con la venta de ese producto.

– Absentismo –

«La comida que hemos traído no es suficiente», afirma ante la gente afectada por el calor y el hambre. «Nos centramos en las personas más vulnerables», precisa.

Entre ellas están Loveness Haneumba y sus hijos con retraso en el crecimiento. La de 6 años parece de 4, y el de 4 parece de dos.

Lizzy Kayoba, otra madre de una familia numerosa, también está en la lista de beneficiarios. La última noche caminó cinco horas -cargando a su hijo menos en las espaldas- para llegar al amanecer a la distribución de alimentos.

El sol está casi en su cenit y finalmente la llaman. Parte con 25 kilos de maíz y 7,6 kg de judías, suficiente para «una o dos semanas».

El respiro es bienvenido, pero la asignación de alimentos no les permitirá esperar hasta la próxima distribución, programada para dentro de un mes en la misma escuela.

En una de las aulas, la clase de hoy está dedicada -por casualidad del calendario- al «Cuerpo que tiene hambre». «Comemos alimentos para que nuestros cuerpos puedan mantenerse saludables», se puede leer en la pizarra.

Unos 80 estudiantes se apiñan en el aula, la mayoría de ellos sentados en el piso de cemento. Unos quince están ausentes «por causa del hambre», explica su maestro, Teddy Siafweba.

Y los que vienen a menudo tienen el estómago vacío y están somnolientos en clase, observa otra maestra, Tryness Kayuni.

Esta mujer de 33 años observa desde su clase la distribución de alimentos y no logra reprimir pensamientos sombríos. No forma parte de los 862 beneficiarios.

Madre soltera de un niño, no es considerada una prioridad, y sin embargo ha estado comiendo apenas una comida diaria durante meses, ya que no le han pagado desde septiembre.

«¿Cómo sobrevivo? Le pido comida a mis colegas», explica.

– Adaptarse es la clave –

Se necesitan desesperadamente fondos para satisfacer las necesidades de los 2,3 millones de personas con inseguridad alimentaria grave en Zambia.

El PMA recibió apenas un tercio de los 36 millones de dólares necesarios.

En este contexto, las personas están listas para cualquier cosa. Recientemente, «ladrones han robado alimentos asignados a una escuela» en el área, dice Derick Mulilo.

La ayuda tampoco escapa a la corrupción. Hombres sin escrúpulos prometen a las mujeres incluir sus nombres en la lista de beneficiarios a cambio de relaciones sexuales sin protección.

En cambio, Imelda Hicoombolwa, una agricultora de 49 años, no tiene que preocuparse por estar o no en la lista.

«La comida no es un problema. Tengo», dice con una gran sonrisa.

Desde hace tres años, esta madre soltera forma parte de las pequeñas agricultoras que apostó por la diversificación agrícola y optó por verduras nutritivas. Utiliza técnicas agrícolas adaptadas al cambio climático.

Es simple y funciona.

Antes de 2017, Hicoombolwa cultivaba casi solo maíz. Hoy, cosecha guisantes que crecen con muy poca agua, cacahuetes, calabazas y girasoles.

«Me las arreglo para ganar 18.000 kwachas (unos 1.200 dólares) por año, en lugar de 8.000 kwachas (540 dólares) antes de la diversificación», explica.

«Antes, los niños faltaban a la escuela porque no siempre podía pagar los aranceles escolares. Ahora ya no», cuenta.

Tampoco se apresura a sembrar con las primeras lluvias.

Antes, «a las primeras gotas los campesinos plantaban, en lugar de esperar que la humedad del suelo fuera suficiente, y al final lo perdían todo», explica Allan Mulando, del PMA.

Para plantar en el momento propicio se distribuyeron 165 pluviómetros a agricultores en los distritos de Zambia más afectados por la sequía, como parte de un programa conjunto de la agencia de la ONU y el gobierno de Zambia lanzado en 2015.

– Represa –

La regla básica es no plantar nada antes de 20 a 25 milímetros de precipitaciones, y adaptar las semillas de acuerdo con el pronóstico del tiempo, dice Mulando.

Si los servicios meteorológicos esperan una corta temporada de lluvias, hay que elegir semillas que germinen rápidamente.

«Si hubiera tenido acceso a este conocimiento antes, sería relativamente rico», dice Godfrey Hapaka, un agricultor de 58 años. «Tendría un auto digno de ese nombre y podría haber pagado los gastos escolares de mis hijos».

Al lado de su modesta casa rodeada de florecientes campos de maíz hay un pluviómetro en un recinto cuidadosamente protegido por una reja nueva.

Tan pronto como llueve, comunica la cantidad de precipitación a sus vecinos.

Pero el mensaje no siempre llega, lamenta. Algunos son «reacios a aceptar información. Siguen el ejemplo de sus padres y abuelos. Están varados en el pasado. Pero cuando ven mis campos, comienzan a pensar», añade.

Los agricultores no son los únicos que siguen de cerca las lluvias.

Desde la represa de Kariba, en la frontera entre Zambia y Zimbabue, Geoffrey Chambisha, director de la central eléctrica, observa con preocupación el nivel del lago.

Ha trabajado aquí durante catorce años y nunca ha visto algo igual.

Este año, el lago alcanzó uno de sus niveles más bajos, 476,61 metros sobre el nivel del mar, no muy lejos del récord de 475,93 metros registrado en 1996.

En ausencia de lluvia en cantidad suficiente, se espera que la represa de Kariba, la principal fuente de electricidad en Zambia y Zimbabue, opere en apenas el 25% de su capacidad en 2020.

Como era de esperar, los dos países viven al ritmo de largos cortes de energía, de hasta 20 horas al día.

Esto tiene consecuencias económicas catastróficas, especialmente en Livingstone (en el suroeste), donde turistas de todo el mundo acuden en masa para admirar las cataratas Victoria.

«Este año ha sido particularmente malo», dice el hotelero Andrew Murrin.

Cuando las temperaturas rondan los 45 grados centígrados, los clientes naturalmente piden aire acondicionado. Entonces, desde hace meses, Andrew enciende su generador, que se ha convertido en una importante fuente de gastos.

«En tres meses, los cortes de energía me costaron 30.000 kwachas (unos 1.950 dólares) en combustible y mantenimiento», por una pensión de solo seis habitaciones, calcula este británico.

– Cataratas Victoria –

Además de los problemas de electricidad, la industria del turismo sufre a raíz de una reciente publicidad que hubiese preferido no tener.

Un video filmado en septiembre por un visitante que mostraba las cataratas Victoria prácticamente secas causó un enorme revuelo.

El video, sin embargo, solo refleja una parte de la realidad.

Las imágenes mostraban solo una parte de las cataratas de 1,7 km de largo, y por eso provocaron indignadas reacciones en profesionales del turismo. El resto del «Humo que truena» (Mosi-oa-Tunya), el nombre local de las Cataratas Victoria, fluía torrencialmente.

El presidente de Zambia, Edgar Lungu, también contribuyó al pánico, publicando fotos de las cataratas rocosas en Twitter en octubre, como «un recordatorio dramático de las consecuencias del cambio climático en nuestro medio ambiente y nuestros medios de subsistencia».

En Livingstone, el caso provoca malentendido y enojo. Cada año, la parte zambiana de las cataratas Victoria está seca. «Es un fenómeno natural y estacional», dice John Zulu, jefe del sitio zambiano de las cataratas.

Pero es demasiado tarde y el daño ya estaba hecho.

«En un segundo, miles de personas cancelaron sus reservas», lamenta Zulu.

El resultado del episodio fue una caída del 25% en los turistas en 2019.

En febrero de 2020 las cataratas fluyen nuevamente a lo largo de toda su longitud, como todos los años en esta temporada.

Pero debido a la falta de turistas la pensión vecina al hotel de Murrin acaba de cerrar, y su dueño se vio obligado a despedir a cuatro de sus ocho empleados.

– Búfalos y antílopes diezmados –

Los turistas también son escasos en el oeste de Sudáfrica, unos 1.500 km más al sur.

En la provincia de Northern Cape, en la puerta de entrada al desierto de Kalahari, los animales salvajes están acostumbrados a temperaturas extremas, pero después de varios años de sequía, debilitados, mueren.

En dos años, la mitad de los 4.500 búfalos, antílopes sable y kudús en la reserva administrada por Burger Schoeman han perecido.

Aquí llueve en promedio 250mm al año. «Pero 250mm es lo que hemos tenido en cinco años», dice este imponente sudafricano.

En los últimos tres años dos tercios de los animales salvajes han sucumbido a la sequía en Northern Cape, según la asociación Wildlife Ranching South Africa.

Dos enormes fosas excavadas en la cima de una colina que domina la reserva privada de Schoeman, de 22.000 hectáreas, sirven como fosas comunes.

Dos empleados de la reserva arrojan allí los cadáveres de dos antílopes.

«Apesto» a muerte, explica Paul Ludick, después de haber llevado a cabo su macabra tarea.

Por lo general, Ludick es el responsable de localizar huellas de animales para los turistas, pero ahora pasa su tiempo recogiendo los cadáveres, demasiado numerosos para los animales carroñeros.

También tiene que alimentar a los animales que sobreviven en condiciones límite.

Al final del día, una vez que la temperatura se ha vuelto tolerable, decenas de búfalos se congregan, como las vacas, para comer alfalfa, en una escena completamente antinatural.

– Corderos abandonados –

La sequía representa un abismo financiero para la reserva, que gasta 200.000 rands (unos 12.000 euros) por mes para alimentar a los animales, y obliga a cancelar las reservas de los cazadores, que buscan trofeos.

«Tenemos que hacer una partida de caza justa. Los cazadores no pueden disparar a animales tan débiles», dice Schoeman.

Menos cazadores también significa un problema de propinas para Paul Ludick y sus colegas.

Los ingresos de Ludick se redujeron a la mitad en un año. Por primera vez, «tuve que pedir dinero prestado para comprar útiles escolares» a los niños, afirma el hombre, que ha trabajado durante veintiocho años en la reserva.

El gobierno sudafricano, que ha declarado el estado de desastre natural en Northern Cape, liberará 300 millones de rands (19,65 millones de dólares) en ayudas, una suma que representa una gota de agua en el desierto.

«Nunca he visto eso. Simplemente no llueve», asegura Johan Steenkamp, un criador de 52 años al frente de una granja de 6.000 hectáreas.

«Hemos perdido muchos animales. Nos quedan del 30 al 40% de nuestro ganado», ya que más de un centenar de animales murieron por la sequía y unos 200 fueron enviados prematuramente al matadero.

Es una hecatombe. Al igual que para muchos granjeros de la región, que han perdido entre 30 y 70% de su ganado en dos años, según la cooperativa agrícola KLK.

Las ovejas aún dan a luz, pero abandonan a sus recién nacidos porque «no tienen suficiente leche». «Los dejan atrás y mueren», cuenta Johan Steenkamp.

Sus dos hijos mayores eligieron una carrera diferente a la agricultura, y Steenkamp también disuadió al más joven de trabajar en la granja familiar.

«Si esto continúa así, no hay futuro aquí», predice el granjero con los ojos en lágrimas. «A este ritmo, puedo aguantar hasta marzo. Después de eso, no lo sé».

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