Iosu Perales
Sólo en La Habana un viejito que hace un domisilasiiii con el clarinete puede esperar que de las ventanas del patio interior le lleguen gritos de admiración ¡artista! ¡artista! ¡que eres un artista Mayorga! Así es esta ciudad en la que el paisaje arquitectónico sólo es superado por el mosaico humano que dibuja geometrías de baile, en la calle Obispo o en la Plaza Vieja, al tiempo que del fondo de las calles llegan los ecos de la historia y de la voces entre una selva de símbolos tutelares y de esquinas que recuerdan las gestas de la lucha urbana contra la dictadura de Fulgencio Baptista.
He vuelto a Cuba, acompañado de unas amigas, unos años después. Lo que hemos encontrado en La Habana es una ciudad bella, potente, rebosante de vida, un lugar espléndido. Caminar por ella es un lujo para la vista que no deja de sorprenderse por los edificios neoclásicos, las calles coloniales escoltadas por casas color añil, rosáceas, amarillas o verdes, las plazas rehabilitadas en las que puedes tener la suerte de escuchar a orquestas perfectas dándole al mambo, a la guaracha o al son, mientras saboreas un daiquiri o un mojito. Contemplas a jóvenes que en la calle Porvenir o en la Bélgica mueven sus pies al ritmo de Babalú Valdés ¡en su corazón llevan un compás de dos por cuatro! La Habana Vieja más viva que nunca muestra un mediodía de domingo a una multitud saboreando helados, ocupando las terrazas en las que toman pizzas made in Cuba, o simplemente paseando y formando corros de hablar alto con pasión e ironía. Superados años de emergencia la vida cotidiana ha mejorado notablemente gracias a los estrechos acuerdos de cooperación y comercio con China y Venezuela.
Observamos los cambios a través de situaciones sencillas: la flota de vehículos bastante renovada circula por calles y avenidas, conviviendo con los despampanantes Cadillac y Chevrolet¬, dedicados al turismo. Observamos asimismo la arteria comercial que es la calle Obispo llena de vida y donde nacionales y turistas hacen sus compras o almuerzan. En las plazas de Armas, Catedral, Vieja y San Francisco, como en el Parque Central o en las escalinatas del Capitolio legiones de cubanas y cubanos se conectan al sistema wifi que el gobierno tiene activo por todas las ciudades de la isla. También comprobamos que los cuenta-propistas están por todas partes con sus pequeños negocios de paladares, tiendas de suvenir, taxis y camionetas de transporte de viajeros, heladerías, ventas de música o de dulces. En toda Cuba despierta el interés por pequeños negocios.
Los avances sociales y económicos en La Habana, los hemos comprobado también en Cienfuegos, en Nueva Trinidad, en Santa Clara, en Guamá, no es pues un espejismo de la capital, sino la muestra de un proceso que avanza. Veremos cuanto termina por afectar la crisis de Venezuela a la mejora de la vida en Cuba. En todo caso Cuba sigue devolviendo el gesto con miles de profesionales (20.000) que han levantado el sistema de salud en Venezuela para regocijo de las clases populares de éste país. Pero a Cuba aún le sobran fuerzas para destacar a cientos de mujeres y hombres médicos en Pakistán y en Guatemala, por hablar de dos países diametralmente opuestos. Aún hay más: un edificio de Vedado es la terminal en La Habana de la «Operación milagro», por la que miles de ciudadanas y ciudadanos de toda América Latina son operados de los ojos. Ah!, China ya no exporta bicicletas sino bienes de equipo que permiten a Cuba renovar sus centros de producción. Esperamos que no exporte además su modelo pues Cuba necesita crear su propio modelo. Con la prudencia que dan años de penuria durante el llamado período especial Cuba vive una nueva esperanza.
Pero sigamos con la espléndida ciudad. Esa que pisas despacio recorriendo la calle Porvenir, Sol o Amargura, por un laberinto de rumores que vienen de las risas, de los juegos y las voces de las niñas y niños pioneros, pero también del tiempo pasado que se refleja en las fachadas, las puertas y los balcones donde mujeres con rulos de colores te dicen que la buena vida no es boato sino manifestación sencilla, a veces divertida: «Tú me recuerdas las cosas/no sé, las ventanas/donde los cantores nocturnos/cantaban/amor a La Habana/amor a La Habana». Caminas siempre sorprendido, sabedor de que por mil veces que transites la misma calle siempre será distinta, pues los personajes que la pueblan o se renuevan o son los mismos con nuevos gestos y andares. Pero si además es la hora en que el crepúsculo se aleja perezoso en busca de la noche, las luces amarillas como huevos de cristal a lo largo del Malecón habanero -¬no importa que la luna esta vez sea sólo un gajo enganchado a un hilo invisible¬-, alumbrarán sobre el pretil poblado de cientos de jóvenes con ganas de cantar o de amar. Esa noche en el portal de la calle Jesús María número 27 una viejita nos observa sentada con un Partagás sin estola, colgado de los labios mientras escucha a su Benny Moré, una leyenda de Cuba que murió en 1963, cuando sólo contaba cuarenta y cuatro años.
Transitamos por entre casas en mal estado, algunas cerradas por ser un peligro para la seguridad de las personas. Todas esperan su turno “haciendo fila” ante la Oficina del Historiador Eusebio Leal para ser rehabilitadas. Es verdad que en La Habana Vieja, Patrimonio Histórico de la Humanidad, muchas casas cosidas unas con otras se encuentran en estado deplorable. A su rehabilitación dedica el gobierno un enorme esfuerzo con apoyo internacional. Si visitas la Oficina del Historiador que dirige el sabio Eusebio Leal, te contarán que sólo en el malecón han sido recuperadas cerca del 40% e viviendas de un total de 1.463 que ocupan 14 manzanas, en las que viven unas 5.500 personas. Y el esfuerzo sigue y sigue. Pero la visión de viviendas en estado ruinoso no puede opacar la belleza de la ciudad, en esta parte animada por el ruido del oleaje y los chillidos de las gaviotas, ya sin apenas jineteras que en otro tiempo, sólo unos años atrás, incordiaban a todo dios y eran la señal más visible y polémica de la crisis cubana. Al parecer un 60% dependían de proxenetas. La disolución de la redes ha dado lugar a una prostitución mucho más moderada en número y menos visible. La Habana se recupera en todas sus dimensiones y como haciendo propio el eslogan no hay mal que por bien no venga supo extender durante el período especial las huertas familiares que ahora son menos, pasada la gran crisis.
Esta ciudad que describimos casi armoniosa no es un espacio unívoco, ni es paraíso ni es infierno, como dijo Eduardo Galeano. Tal vez, en la señorial Cienfuegos, en la popular Nueva Trinidad y en la mítica Santa Clara, vemos una Cuba más armoniosa, menos desigual. Es lo normal puesto que la gran ciudad de La Habana, con 2,5 millones de habitantes muestra todas las caras de la realidad. La capital, donde vive la quinta parte de la población, es el campo de juego de realidades cuando menos complejas.
A diferencia de otros viajes en este reciente periplo mi visión ha estado influida por el país en que vivo, cada vez más desigual, cada vez más corrupto. Lo comentamos en nuestro grupo viajero. Si en el estado español hay más de 31.000 personas que viven en las calles, algo así no hemos visto en Cuba. Ni hemos podido comprobar desahucios de familias expulsadas de sus casas por los Bancos –en el estado español se producen unas 150 por día-, pues en Cuba el Estado garantiza una vivienda a cada familia. No hemos visto niños y niñas abandonadas, cuando en el estado español casi el 40% vive bajo el umbral de la pobreza. Sí, es verdad que en Cuba hay pobreza, pero no miseria. Nadie es abandonado a su suerte y la infancia cuenta con una protección eficaz.
Es cierto que la revolución no agota las posibilidades de ejercer la crítica. Los propios cubanos la ejercen. El cantante Frank Delgado, con sus letras satíricas e irónicas hace una crítica social y de aspectos burocráticos del modelo político. El propio Granma publica chistes que son metáforas contra la burocracia. Lo cierto es que Cuba vive nuevos movimientos, propios de cualquier sociedad en progreso, y así la relación entre el Estado y la llamada sociedad civil es de encuentros y de conflictos. Más de dos mil ONG cubren el mapa de la isla, representando un movimiento que anhela y lucha por una autonomía que permita a las organizaciones su propia soberanía. Una emergente sociedad civil se piensa a sí misma y trabaja por mantener sus lazos con el exterior en el marco del movimiento alter globalización y de la cooperación, procurando a Cuba nuevos espacios de relación con el mundo.
La mitad de las cubanas y cubanos tienen menos de 30 años y quieren más espacios de participación, de decisión, de poder. Lo van logrando. Queriendo preservar la unidad, durante décadas, un sector del poder político teme dar pasos hacia debates necesarios. ¿Cuba construida a la defensiva? Puede ser. Sin embargo, en la actualidad todo el país discute la nueva Constitución, en Municipios y barriadas la Constitución está a debate. El 15 de noviembre terminará este ciclo de 135.000 asambleas, para dar inicio a otro en el que se irá fijando el articulado. Sin duda la nueva carta magna flexibilizará las actividades economías y el rol de la sociedad civil. La verdad es que no es habitual que un país discuta desde abajo una nueva Constitución. Lo normal es que el debate quede encerrado en los parlamentos y una vez aprobado el articulado se someta a referéndum. Cuba arriesga mucho más y da una lección de democracia directa.
Creemos que los encuentros vencerán sobre los desencuentros y de este modo los conflictos canalizados adecuadamente serán fuente de una Cuba socialmente más fuerte. Tres economías coexisten: la estatal, la turística y la del mercado negro. La primera funciona en pesos nacionales, la segunda en pesos convertibles (CUC) un poco por debajo del euro y la tercera en cualquier moneda incluido el dólar ahora penalizado en el cambio. Quien tiene acceso al peso convertible tiene ventajas. El turismo resuelve y el turismo complica. Resuelve los grandes números y la vida de muchos, a la vez que afecta a la equidad. Da divisas y desgasta subjetivamente a las mayorías que viven fuera de sus circuitos. Habana la bella disfruta y padece el necesario movimiento turístico. En esta oportunidad hemos visitado también comunidades rurales y una reserva de la biosfera. El campesinado cubano tiene menor acceso a las nuevas tecnologías, pero en cambio se surte de la naturaleza que le ofrece sus frutos. Es una población austera pero digna.
En todas partes nos han regalado un buen café para tomar, un roncito o una piña colada. La hospitalidad campesina es sincera. De verdad. Pero volvamos a la ciudad de La Habana. Esa que nos mira cuando la contemplamos con deleite, escrutando sus rincones y sus porches, sus paredes a veces acosadas por la salitre del mar, sus suelos empedrados e irregulares, sus parques que asoman de pronto tomados por jubilados que fuman puros marca “Selectos” y juegan al ajedrez o al dominó, y siempre la luz distinta a cada hora. La ciudad amanece cada día superándose a sí misma en este tiempo de mejoras que desdicen diagnósticos obsoletos. La Habana está realmente espléndida. Dejamos la ciudad al atardecer y camino del aeropuerto imaginamos la calle Sol, esquina Bélgica, tomada por jóvenes que mambean al ritmo de la orquesta de Arcaño que interpreta “El que más goza” por medio de un radio cassette. ¡Qué rico mambo! gritarán a coro.
En un mundo a la deriva, Cuba sabe qué quiere.