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En la línea de frente entre hombres y elefantes en India

Heggove / AFP

Bhuvan Bagga

Yogesh, empleado de una plantación de café del sur de India, apenas tuvo tiempo de sentir la inminencia del peligro antes de morir aplastado por un elefante salvaje, asustado por la explosión de los petardos utilizados para ahuyentarlo.

«Todo ocurrió muy deprisa. El elefante surgió de repente de los matorrales, lo pisoteó y desapareció», cuenta su hermano pequeño Girish, un hombre delgado y barbudo, al recordar la muerte de Yogesh un día de diciembre de 2017.

El fallecido de 48 años, padre de dos hijos, era originario del Estado meridional de Karnataka. Como él, decenas de indios mueren cada año víctimas de los elefantes en la naturaleza.

Con una población de 1.250 millones de personas, que sigue creciendo, la presencia del hombre en India alcanza cada vez más zonas naturales donde los elefantes solían campar a sus anchas. La convivencia provoca daños colaterales para ambas partes.

Los elefantes también pagan las consecuencias de la llegada de los hombres: 700 de ellos murieron a consecuencia de la presencia humana en los últimos ocho años. Algunos murieron por las barreras eléctricas, envenenados o por disparos. Otros chocaron con vehículos que atravesaban sus rutas migratorias.

En este enfrentamiento sin sentido, Karnataka, hogar de más de 6.000 elefantes, el 20% de la población de este animal en India, se sitúa en la línea de frente.

«Actualmente entre 30 y 40 personas mueren cada año» por culpa de los elefantes en ese Estado, dice C. Jayaram, un alto responsable de la gestión de la fauna salvaje de Karnataka.

Presión demográfica

Las autoridades indias, como la mayoría de personas que intervienen en esta situación compleja, se muestran perplejas ante los pasos a seguir.

«Es muy difícil escapar de la presión demográfica o del desarrollo», asegura bajo anonimato un miembro de alto rango de la administración. «En ausencia de soluciones, todos vamos a tener que aprender a vivir con la realidad de esas altercaciones».

En Karnataka, los guardias forestales capturan a los elefantes problemáticos, cada vez más numerosos, y los encierran en un centro de Dubare.

Aunque J.C. Bhaskar, un empleado del establecimiento, compara el lugar con «una cárcel», se trata más bien de un centro de reeducación para elefantes, si bien no está previsto que salgan de allí.

«Preparamos el cercado antes de que sean capturados, esparcimos heno y nos vamos antes de su llegada», explica. «Tras un periodo de descanso, empezamos a domarlos y a adiestrarlos».

Uno de los huéspedes, Surya, mató a Yogesh y a otro hombre. El imponente animal tiene una pata encadenada para evitar que huya.

Los 28 elefantes de este centro permiten además atraer a turistas, que disfrutan acariciando a los animales y recibiendo el agua que lanzan con su trompa.

«Ningún sitio adonde ir»

Los responsables locales y los defensores del medioambiente reconocen, sin embargo, que esas capturas no son más que una solución parcial.

El único método eficaz para impedir los encuentros fortuitos entre hombres y elefantes, según Vinod Krishnan, de la oenegé Nature Conservation Foundation, es una difusión más eficiente de la información.

«Ya se ha intentado todo sin éxito. Eso incluye trincheras, barreras normales o (eléctricas) que funcionan con energía solar e incluso petardos», recuerda.

«Como puede ver, ninguna barrera física puede detenerlos», dice mostrando los restos de una cerca instalada para proteger una plantación de café.

Su organización, que trabaja con la población local, ideó un sistema que permite que los habitantes señalen la localización de un elefante para poder evitarlo. «Hemos instalado carteles a lo largo de las rutas claves de los elefantes y emitido alertas por SMS sobre la presencia de elefantes, reduciendo ampliamente los riesgos de encuentros».

Estas medidas son ahora posibles gracias a la multiplicación de los smartphones en India en los últimos años, que se han multiplicado tras la caída de sus precios y con unas tarifas de internet móvil entre las menos altas del planeta.

Más de 10 meses después de perder a su hermano, Girish sigue viendo manadas de elefantes cerca de la plantación en la que trabaja.

«No ha cambiado nada», dice con desánimo. «Los habitantes solo pueden echarlos hasta que regresan porque, como nosotros, no tienen ningún sitio adonde ir».

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