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En los 199 años de la independencia patria

El discurso del presidente de la República, Nayib Bukele, en el marco de los 199 años de la independencia de Centroamérica, y por consiguiente de El Salvador, de la corona española, más allá de sus énfasis en sus propios intereses políticos abiertos como lo que “sucederá” el 28 de febrero próximo, recalcó elementos de todos sabidos, pero de pocos conocidos pública y oficialmente.

Nos referimos a los poderes fácticos. Es decir, después de la independencia de 1821, los criollos que pujaron por la independencia paralelamente a las acciones de los sectores populares ya tenían en mente del por qué la independencia. ¿Por qué una nueva clase pudiente iba a establecerse para usufructuar las riquezas de las provincias centroamericanas?

Incluso, en los años 70 del siglo XIX, aprobaron leyes para despojar a los pueblos originarios de sus tierras y las entregaron a la burguesía, que más tarde se iba a constituir en la oligarquía agraria, luego bancaria y por último comercial.

Esta oligarquía ha mantenido a su favor a una fuerza militar, creada por Manuel José Arce, la que fue utilizada para gobernar durante cerca de cincuenta años, desde que se dio el primer golpe de Estado militar en 1932.

Esta oligarquía también ha tenido a su favor todo un sistema jurídico para castigar a los que desafíen el sistema imperante y creó cárcel para los robagallinas o asalta cercos, para robar la fruta que permitiera saciar el hambre de los hijos de los campesinos con trabajos temporales. En este día de los 199 años de la independencia es bueno que el presidente Bukele nos diga que no tenemos independencia, porque los grupos de facto nos tienen dominados.

Es bueno decir, tal como lo reconociera recientemente el excomandante guerrillero, y ahora analista política, Dagoberto Gutiérrez, que en El Salvador hay una disputa entre la ya vieja, pero poderosa oligarquía, una nueva burguesía que está alrededor del presidente Bukele.

Lo que Gutiérrez no predice es si esta nueva burguesía, si llega a desplazar a la vieja oligarquía, será capaz de liberarnos como lo anunció hoy el presidente en su discurso, o será una nueva clase opresora y, por lo tanto, esclavizadora.

Al presidente le faltó nombrar también a Estados Unidos, que, aunque imperio en decadencia, según analistas internacionales, tiene gran incidencia en el comportamiento de los gobiernos nacionales y en sus acciones en política exterior, sin que los países subyugados tengan prebendas que valgan la pena.

Por ejemplo, el Gobierno de los Estados Unidos le paga a El Salvador, anunciando que en un año le va a deportar cerca de 180,000 compatriotas acogidos en el ya extinto TPS. Siendo El Salvador, todavía, “su patrio trasero”.

Y hacer lo que Estados Unidos quiere en política exterior como romper relaciones con Venezuela, amenazar con hacer lo mismo con Nicaragua por la donación de 600 ventiladores, más allá de que hayan servido a media pandemia de COVID-19, es muy poca cosa.

Es decir, mientras no se plantee en serio que las potencias deben ver a El Salvador como país “tercermundista”, pero soberano, difícilmente se puede hablar de independencia.

Y está bien que se delinee que se debe independizar primero de las oligarquías nacionales y hoy también extranjeras por la globalización, pero también hay que plantearlo del imperio, del imperialismo de los Estados Unidos y de cualquier potencia que pretenda subyugar estos pueblos débiles que su principal tristeza es hasta haber perdido su identidad.

Y, finalmente, es bueno que el presidente Bukele haya mencionado que la independencia hay que verla como un proceso, que en el caso nuestro inició el 21 de septiembre de 1821, porque eso nos invita a que nos pongamos como reto a que es nuestra obligación mantener una lucha permanente por la tan anhelada libertad.

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