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En ocasión del aniversario de la operación militar especial de Rusia en Ucrania

Alexander Khokhólikov*

El 24 de febrero pasado se cumplió exactamente un año desde el inicio de la operación militar especial de Rusia en Ucrania. Esta es una razón seria para volver a los orígenes del conflicto, para pensar qué trascendencia tiene para nuestro país y los destinos del mundo, incluyendo América Latina. Es especialmente importante hacerlo en las condiciones actuales, cuando los emisarios diplomáticos de los Estados del “Occidente colectivo”, al mando de Washington y Bruselas, han desatado una activa campaña en la región contra Rusia, a la que acusan de una “agresión no provocada” y violaciones del derecho internacional.

Al mismo tiempo, se sabe muy bien que la operación militar especial ha sido una medida obligatoria de nuestro país para detener el genocidio de la población rusoparlante de Donbás, que se negó categóricamente a someterse al régimen ultranacionalista antirruso de Kiev que llegó al poder como resultado del golpe de Estado de 2014 realizado con el apoyo de los Estados Unidos y sus aliados europeos. Esperábamos poner fin a las represiones políticas, económicas y militares de Kiev contra su propio pueblo de las regiones del Este del país por medio de la aplicación de los Acuerdos de paz de Minsk, según los cuales Donbás seguía siendo parte de Ucrania, pero Kiev no tenía prisa por cumplirlos. Ahora está completamente claro por qué. Según las cínicas revelaciones de la excanciller alemana Angela Merkel y el expresidente francés François Hollande, estos acuerdos sólo sirvieron como tapadera para preparar una salida militar del conflicto. Durante los ocho años del genocidio en Donbás con el consentimiento tácito del Occidente y la comunidad internacional, fueron asesinadas unas 15 mil personas, entre ellos niños y ancianos. Al mismo tiempo en Kiev ya hablaban de la necesidad de obtener armas nucleares letales. Fue en aquel momento cuando nuestro país intervino de manera oportuna y lanzó una operación militar especial en vísperas de la invasión prevista para marzo de 2022 de las Fuerzas Armadas de Ucrania en las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk.

Hoy es extremadamente importante entender bien por qué Rusia está luchando en Ucrania. Los Estados del “Occidente colectivo” no nos dejaron alternativa, ignorando francamente nuestros intereses nacionales y rechazando con arrogancia en diciembre de 2021 las propuestas integrales rusas de estabilidad geopolítica y garantías de seguridad. A pesar de nuestras advertencias la OTAN continuó acercándose obstinadamente a las fronteras de Rusia, rodeándonos por todos lados con sus bases militares. Teniendo en cuenta la naturaleza agresiva de esta Alianza «defensiva» bien conocida en todo el mundo por su participación en el bombardeo de Yugoslavia en 1999, en campañas militares para derrocar gobiernos legítimos en Afganistán, Oriente Medio y Libia, no teníamos ninguna duda de que la OTAN representaba una amenaza real para nosotros y quería desatar una agresión contra Rusia utilizando el régimen neonazi títere de Kiev. Por lo tanto, la realización de la operación militar especial en Ucrania con el objetivo de su desmilitarización y desnazificación para nosotros es un derecho legítimo a la autodefensa, previsto en el Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas.

Cabe enfatizar los aspectos domésticos e internacionales del paso forzado de Rusia hacia el Estado vecino. Para decepción de nuestros enemigos, la operación militar especial ha servido para consolidar y purificar la sociedad rusa, que ha resistido las sanciones sin precedentes impuestas por el “Occidente colectivo”. Más aún, las restricciones impuestas contra nosotros han golpeado dolorosamente las economías de sus iniciadores, mientras que la producción industrial, la agricultura, la ciencia y la tecnología rusas han comenzado a desarrollarse rápidamente. Nuevamente nos hemos convencido de que debemos confiar en primer lugar, en nuestras propias fuerzas y recursos, no depender de un proveedor extranjero y desarrollar persistentemente los territorios de Siberia y el Lejano Oriente.

En cuanto al aspecto internacional, es bastante claro que el mundo está en el umbral de cambios grandiosos. La era del dominio indiviso, ambiciones exorbitantes y el dictado del «Occidente colectivo» toca a su fin. Otros Estados influyentes y “polos de atracción” están pasando a primer plano histórico, formando un nuevo orden mundial policéntrico, más justo y equitativo. Al frente de este proceso están China y Rusia, que lanzaron un desafío audaz a los creadores de un «orden basado en reglas» similar al neocolonialismo. Nuestro país libra hoy una lucha existencial con el “Occidente colectivo” no sólo por su independencia y soberanía, sus fundamentos morales y valores tradicionales, sino también por un orden mundial multipolar más justo que garantice la seguridad y un futuro pacífico para todos los países que quieran la paz.

El Occidente está haciendo todo lo posible para frenar esa transición, utilizando también las posibilidades de las organizaciones internacionales «privatizadas» por el mismo, inclusive las Naciones Unidas. Un ejemplo notable de ello es la votación de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la resolución antirrusa referente a «los principios subyacentes a una paz general, justa y duradera en Ucrania», que tuvo lugar el pasado 23 de febrero. Apoyándose en la política de presión e intimidación sobre los Estados en desarrollo, probada a lo largo de muchos años, los «diplomáticos» Occidentales obtuvieron su aprobación por 141 votos. Este resultado es presentado por ellos como una victoria innegable. Pero si contamos los votos en contra y las abstenciones, así como los de los países no presentes, la población de los cuales en su totalidad constituye la gran mayoría de los habitantes del mundo, entonces esta es una declaración muy dudosa.

Por lo tanto, el destino de Rusia y del futuro orden mundial se deciden en el frente de Ucrania. No es casualidad que en detrimento de los intereses de la población de sus países, estadistas y tecnólogos políticos occidentales busquen “inflar” al ejército de ultranacionalistas ucranianos con armas más letales y con ello alargar un conflicto agotador para debilitar a nuestro país tanto como sea posible. No es por nada que el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, dijo recientemente que no se puede permitir la victoria de la Federación de Rusia en Ucrania porque eso significaría automáticamente la derrota de la Alianza del Atlántico Norte.

Hay otro aspecto muy importante. Ahora se nos acusa constantemente de socavar la seguridad mundial y crear un problema alimentario. Sin embargo, Rusia participó activamente en las negociaciones con Turquía y el Secretario General de las Naciones Unidas sobre el «acuerdo de exportación de grano» y facilitó los corredores seguros necesarios para la exportación de alimentos desde Ucrania. Sin embargo, a pesar de las promesas del Occidente, la mayor parte del grano y el maíz ucranianos nunca llegaron a los países pobres, sino a la rica Europa. Al mismo tiempo, los medios de comunicación mundiales ocultaron deliberadamente la noticia de que Rusia estaba dispuesta a enviar libremente hasta 500 mil toneladas de grano a los países más pobres del mundo y a suministrar fertilizantes gratuitamente. Además, olvidan mencionar que fueron exactamente las sanciones occidentales contra nuestro país las que interrumpieron los lazos logísticos tradicionales con nuestros socios, incluyendo en América Latina.

Y para concluir subrayo, que aquellos que piden el cese inmediato de la operación especial rusa se obstinan en no entender que ningún gobierno normal toleraría en su vencindario un Estado títere neonazi como el que es hoy Ucrania y con mayor razón no lo tolerará Rusia, que ofrendó 27 millones de vidas de sus ciudadanos, entre ellos ucranianos, para alcanzar la victoria sobre el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial. La experiencia de los Acuerdos de Minsk y las negociaciones de paz en Estambul demuestran que estamos frente a un socio no confiable. Por lo tanto, no cabe duda de que se alcanzarán todos los objetivos de la operación militar especial establecidos por las máximas autoridades rusas, es decir, Ucrania será desmilitarizada y desnazificada.

* Alexander Khokhólikov, Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la Federación de Rusia en la

República de Nicaragua, concurrente en la República de Honduras y la República de El Salvador

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