Francisco Herrera
Vamos a omitir, case en lo que sigue, el nombre de los dos policías municipales destacados por su jefe ese día en el mercado del pueblo, y solo si es necesario escribiremos la letra inicial de su apellido, pues su conducta innoble, ese día, los excluye de figurar siquiera en esta nota. Una mujer y su hijo, ella de unos 27 años, su hijo de unos 8, habían entrado ya al mercado, iban subiendo a la segunda planta, adonde iban a tomar café con pan. ¿Cómo sabemos que “iban a tomar café con pan”? Porque nos lo dijo la usuaria del mercado que nos entregó su testimonio. “Es que la muchacha es mi clienta”. El niño iba empujando su bicicletita, no iba montado en ella. El mercado estaba casi vacío, eran las cuatro y media de la tarde, día domingo, hace diecisiete días. Bruscamente uno de los dos choriceros (así les llama la gente a los agentes del CAM, quizá porque la palabra cam no le dice al pueblo todo el sentimiento de poca estima que le tiene a esos empleados del alcalde allí en ese mercado); bruscamente, pues, el choricero le arrebató su bicicleta al niño, gritándole que no tenía derecho de entrar “con un vehículo” al mercado. El niño cayó al suelo llorando. Debido a la brutalidad con la que el choricero le arrebató su bicicletita, nos dijo la señora que nos relató la escena, el niño tenía un rasguño en una de sus piernitas, unos centímetros arriba del calcañal…
Como era natural, la joven mujer se interpuso entre su hijito y el matón (¿ha visto ya usted a una mamá, aquí o al otro lado del planeta, que no se lance, más furibunda que una pantera, cuando le están maltratando a un su hijo, contimás si éste es un niñito de ocho nueve años?), y le forcejeó al matón su querida prenda: bicicleta y niño. La muchacha fácilmente fue echada al suelo boca abajo por el matón. Fue entonces cuando otro matón, tan hidalgo como el primero, encima sobre la espalda de la joven madre, allí frente a su niño llorando y en medio del grupo de vendedoras que habían acudido a gritarle a los dos matones que dejaran de maltratar a la muchacha, fue entonces que un tal S comenzó a rociarle la cara con gas pimienta. Como la muchacha buscaba protegerse la cara, el matón S la agarraba por la nuca y le volteaba la cara de un lado a otro con el fin claro de hacerla respirar el gas pimienta. Ya la muchacha daba muestras evidentes de estar ahogándose. En las afueras del mercado alguien gritó “hay que ir a la fiscalía”, a lo cual C, el primer matón, respondió: “Vayan adonde quieran pero aquí, los llevamos presos o los metemos en bolsa negra”.
Hace un par de meses en un cantón, cuyo nombre omitimos también pero esta vez para no exponer a represalias al muchacho que nos contó el hecho, hace un par de meses, cuando el alcalde organizó la presentación de un su candidato al concejo, también los choriceros les rociaron la cara con gas pimienta a unos muchachos que se divertían, al final del acto, con algunas muestras de querer “agarrarse” entre ellos. “Solo era un juego”, nos dijo uno de los muchachos. “Estos bichos así son”, comentó un señor, “al día siguiente ya andan bromeando como si nada”.
Dicen los médicos a quienes hemos consultado sobre los efectos del gas pimienta (pero usted también puede encontrar información al respecto en su internet), que este gas provoca tos incontrolable, dificulta la respiración, produce ceguera momentánea. Pero detengámonos en lo siguiente: en los últimos veinte años, según un periódico de Los Ángeles (USA), el uso de ese gas por la policía en esa ciudad (Los Ángeles) ha provocado hasta hoy la muerte a 61 personas.
“Les hago el tanque si votan por mí”
Es lo que el alcalde llegó a decirles, generoso como es, al inicio de la presente campaña, a los habitantes de un cantón. Últimamente, faltando pocos días para el cierre de la propaganda electoral, les ha dicho que “ya tengo el dinero para hacerles el tanque” (de agua, se entiende. En ese cantón el agua es distribuida de manera desigual, no hay suficiente para todos). Que es la Unión Europea que le ha dado, a él, ese dinero, les ha dicho. O sea, el método de presión del que ya hablamos en nuestro anterior artículo, hace una semana: los pedacitos de calle… que pasadas las elecciones pedacitos se quedan.
Anda promoviendo también “unas casitas”, que una ONG va a construir en los cantones. Resulta, nos dice la gente, que la publicidad sobre esas casitas es en un microbús de ARENA que se anda haciendo… no en uno de la dicha ONG. ¡Ah!, ¿y quién será el propietario de esa “onegé”?