ÁLVARO DARÍO LARA,
ESCRITOR
Hace unos días nos abandonó físicamente el artista Fernando LLort, lo afirmo así, sin ninguna retórica, ya que su obra tan amplia y vistosa, tan alegre e inspiradora, se queda para siempre con el pueblo salvadoreño, muy especialmente con el pueblo de La Palma, localidad donde vivió y desarrolló una maravillosa acción cultural y social.
Tuve el privilegio de entrevistarle en algunas ocasiones, y a pesar, de las particulares condiciones de su salud en los últimos años, siempre atendió nuestra invitación al diálogo, hasta donde sus capacidades lo permitieron.
A finales de 2011, se cometieron, esta vez no a manos de las instituciones gubernamentales, históricamente responsables de muchas destrucciones patrimoniales, sino de la jerarquía religiosa, un crimen imperdonable, al destruir los mosaicos que el pueblo salvadoreño había pagado, con sus ofrendas, y que Llort trabajó con afán, junto a un entusiasta y creativo equipo de colaboradores.
Para que estos hechos no se vuelvan a repetir, agradezco a Tres Mil, la reproducción del artículo que en Diario Co Latino, este servidor, publicó ese año. Descanse en paz, nuestro querido artista y permanezca resguardada siempre su obra de las ignaras jaurías.
ANTE LA DESTRUCCIÓN DE LOS MOSAICOS DE CATEDRAL
Recientemente, y a manera de ingrato colofón de este 2011, en el ámbito del patrimonio cultural nacional, la jerarquía católica de la arquidiócesis de San Salvador destruyó salvajemente la obra del artista salvadoreño Fernando Llort, que conformaba el conjunto de mosaicos en el frontispicio de Catedral Metropolitana.
Dicha obra había sido encomendada años atrás al artista, y fue diseñada y montada con gran esfuerzo y dedicación por un equipo artístico liderado por Llort.
Si bien es cierto, Catedral, experimentó sustantivos y poco acertados rediseños a partir de su concepción inicial (un proyecto que pretendió recrear de forma supuestamente modernista la geometría, grandiosidad y solidez del arte románico), poniendo de manifiesto el absoluto desconocimiento de parámetros estéticos mínimos por parte de la curia, y de su total rechazo al lúcido asesoramiento de competentes expertos, también lo es que aquellos artistas –como el caso de Fernando Llort- que han aportado desde su estilo, especificidad y criterios, merecen ser respetados.
Respetados en su obra, y respetado también el pueblo salvadoreño católico (que mantiene con sus diezmos todos los templos y los curas y monjas del país) y no católico, ya que se trataba de un bien patrimonial del pueblo, no de 2700 piezas de cerámica, propiedad de un desorientado arzobispo.
Si de algo es símbolo catedral, es de la historia amarga del país. Una historia de incendios, desastres, turbulencias sociales, y terribles derramamientos de sangre. Catedral fue el recordado escenario de la prédica valiente de Monseñor Romero, el Obispo Mártir, cuyos restos al igual que el de otros patriotas, descansan en su cripta.
Y si de algo es también símbolo catedral es de esa cultura de la improvisación y de la falta de gusto estético que ha primado en las edificaciones salvadoreñas de los últimos 60 años. Catedral ha sufrido de una completa falta de unidad artística. Sus interiores y sus exteriores han guardado un dramático divorcio. Basta señalar un ejemplo: el cromatismo de su cúpula, y el diseño de sus murales, en franco desacuerdo con la pintura europea inspirada en los siglos XVIII y XIX, que ornamenta su nave principal y sus naves laterales.
Pese a todo, el trabajo de Llort, insistimos, debió ser respetado. Una catedral no se reinventa – a ese nivel- con cada arzobispo que pasa por ella. En todo caso, el artista debió ser notificado, para hacer el rescate posible de lo más significativo del mural. Pero destrozar las piezas ante las miradas atónitas de los transeúntes y de las cámaras de televisión, para apiñarlas en montículos sobre las calles del centro histórico, eso es salvajismo. Paradójico para quienes predican el amor, el respeto y la tolerancia, pero consecuente con la verdadera naturaleza de quienes han irrespetado, destruido y reprimido históricamente las culturas originarias.
Lo sucedido con los mosaicos de Llort, empata perfectamente con la cruzada por demoler templos coloniales y decimonónicos por parte del clero católico, o de abandonarlos a otro terremoto o incendio, como en el caso de la Iglesia del Carmen de Santa Tecla, que no ha sido desmantelada, sólo por la presión estatal, pero que no es sujeto de inversión para su urgente rescate, por la rica corporación religiosa mundial: la iglesia católica.
En la larga lista de hechos similares, recordamos como hace unos años, la trasnacional bancaria propietaria de la ex Torre Democracia, sobre la autopista sur de San Salvador, al deshacerse de todo lo que simbolizara a los antiguos propietarios: Estado, primero y luego Banco Cuscatlán, destruyó el mural de César Sermeño, que se encontraba donde hoy se alzan las siglas infames de los actuales dueños, en idéntico procedimiento, al bochornoso actuar de los jerarcas católicos del presente, sin ni siquiera informar al artista, para su desmontaje.
Gran parecido en el modus operandi del ente global financiero y de la jerarquía católica.
Buenos regalos de navidad y de fin de año, a un pueblo, que entre muchos otros aspectos urgentes, carece de símbolos culturales y artísticos, que le renueven la fe verdadera en su mejor destino.
Las autoridades culturales del país, y la ciudadanía debe investigar este hecho, y demandar justicia ante el atropello de los solideos eclesiásticos.