III.- Encuentro con la Realidad (1974-1975)
Los primeros meses en la nueva diócesis, sobre todo el año 1975, fueron decisivos en la vida de Mons. Romero: empieza a conocer la realidad de su pequeña diócesis y las múltiples necesidades de su grey; y esto a campo abierto, o directamente, iba palpando la cruda realidad del momento que se estaba viviendo en el país: la represión y la persecución política de un Gobierno ilegítimo, nacido de un fraude electoral (1972) y no elegido por el pueblo; la miseria y la explotación en que vivían los pobres, etc. ¡Qué diferente es conocer la realidad de “oídas”, o indirectamente, es decir, por lo que otros dicen, y conocerla directamente, es decir, porque yo la estoy viendo, la estoy tocando, la estoy viviendo! No cabe duda que Mons. Romero conocía la realidad del país, pues era un buen salvadoreño, pero quizás su conocimiento era abstracto, teórico, de hombre de despacho y oficina, alejado del campo donde se mascaba y se comía esa realidad.
La diócesis de Santiago de María (Dpto. de Usulután y norte del Dpto. de San Miguel) no era distinta del resto del país, en ella también se daban esas injusticias y atropellos con las personas. ¡Y había que hacer algo! ¡No podíamos quedarnos insensibles ante tanta arbitrariedad e impunidad, ante tanto mal y abuso!
Vamos a recordar solamente cuatro hechos que fueron muy importantes no solo porque le hicieron reflexionar mucho a Mons. Romero, sino también porque le hicieron tomar algunas decisiones a las que no estaba acostumbrado. Diríamos que le empezaron a complicar y comprometer un poco su vida. Se dieron estos acontecimientos después de mediado el año 1975, y produjeron como “una pequeña siembra” del comienzo del cambio en la mente de Monseñor. Estos hechos que hemos elegido son:
1º. La masacre del cantón “Las Tres Calles” (21 de junio 1975).
2º. Expulsión del P. Juan Macho Merino C.P. (16 de agosto 1975).
3º. La seguridad personal de los sacerdotes de Jiquilisco.
4º. La línea de pastoral de los pasionistas: “Asunto del Centro Los Naranjos” (oct-dic. 1975).
1.- LA MASACRE DEL CANTÓN “TRES CALLES”
Este cantón o aldea está situado en la jurisdicción de la parroquia de San Agustín; vecina de la parroquia de Jiquilisco; está situada a 4 km al norte de la carretera del Litoral a la altura del cantón “Tierra Blanca”, (Jiquilisco). Los hechos que sucedieron en esa madrugada fatídica del 21 de junio del 75 nos los narra el mismo Mons. Romero en un informe que él mismo mandara a todos los obispos del país y al mismo presidente de la nación, en sendas cartas que transcribimos a continuación.
1.1.- Informe de la masacre en el cantón Tres Calles, jurisdicción de San Agustín
“Estos datos fueron tomados, por encargo del señor obispo, de testigos presenciales en el lugar de los hechos, el sábado 21 de junio, como a las 10:30 a.m., directa y personalmente por el P. Pedro Ferradas, párroco de Jiquilisco. Datos que el mismo obispo escuchó en el mismo sitio en su visita a aquel lugar, el domingo 22 al mediodía.
El sábado 21 de junio de 1975, a la una de la madrugada, agentes de la Guardia Nacional, en número como de 40, acompañados de dos civiles no identificados y a bordo de varios vehículos, irrumpieron en el cantón Tres Calles, jurisdicción de San Agustín, (departamento de Usulután) y se presentaron en forma violenta en la casa de habitación del señor José Alberto Ostorga, de 58 años de edad, mientras los restantes agentes se mantenían rodeando la casa. Encendiendo sus lámparas, pusieron manos arriba a toda la familia que se hallaba descansando, exigiendo las armas y conminando al Sr. José Alberto Ostorga a abrir la puerta a los agentes que permanecían fuera, mientras pedían la documentación a Héctor David Ostorga, de 17 años de edad, estudiante de 8º grado, a quien amarraron por los pulgares.
Mientras tanto, José Alfredo Ostorga, hijo de 23 años del señor arriba mencionado, al ver cómo amarraban a su hermano y ultrajaban a su padre, se quiso esconder en una troja, de inmediato dispararon sus G3 contra el refugio de la víctima, dejándole completamente acribillado. A Héctor David Ostorga que en la confusión del momento, amarrado como estaba, intentó salir de la casa, los guardias que se encontraban fuera de la casa lo ametrallaron quedando en la puerta de su casa, pasando por encima de la víctima al entrar en la casa.
Enseguida amarraron al Sr. José Alberto Ostorga y a su hijo de 28 años que llevaba el mismo nombre, y los sacaron fuera de la casa, así como a Santos Morales, de 38 años de edad, de su casita, situada como a 20 metros de la de los Ostorga. Y luego, como a 200 metros de la casa fueron ametrallados, siendo posteriormente macheteados por todo el cuerpo y la cabeza.
Tomaron preso también al Sr. Juan Francisco Morales, a quien posteriormente, en la madrugada del 22 de junio, encontraron muerto con un balazo en la sien derecha, en una quebrada del cantón El Zapote, de la misma jurisdicción de San Agustín. Al menor de 13 años de edad, Juan Ostorga, lo golpearon, dejándole marcas en el cuerpo.
También fue saqueada la casa de Dña. Adela Gámez Vda. de Paz y al encontrarla sola (la casa) se comieron buena cantidad de pan, huevos y otros alimentos. Destrozaron a machetazos varias sillas y se llevaron fotografías de sus hijos que se encontraban en la pared. Se robaron aproximadamente C/ 50.00 en efectivo, un reloj y ropa.
A las familias se les hizo objeto de ultrajes y vejámenes y les advirtieron que esta solo era la primera vez y “que van a volver”. Entre los hombres se nota, junto con el temor, indignación”.59
Estos son los hechos de aquella noche trágica y triste de la masacre de Tres Calles. Para Mons. Romero era la primera vez que tenía que encararse a una dura realidad. ¿Qué hacer? ¿Qué acciones tomar ante estos hechos lamentables? ¿Protestas? ¿Denuncias? ¿Manifestaciones? ¿Documentos públicos?
“Hay que hacer algo, Monseñor”, le decíamos unos pocos sacerdotes de la diócesis; y hasta le proponíamos qué se podía hacer. Pero, definitivamente, Monseñor estaba en otra onda y no pensaba lo mismo que nosotros.
Es verdad que sí, que él hizo algo: fue una protesta enérgica y una fuerte denuncia, pero no fue pública, fue privada; ya que él aún creía que eran más eficaces las denuncias de autoridad a autoridad, que las públicas,60 por eso, escribió sendas cartas, una al presidente de la República, y otra a los obispos del país. Bueno, era algo entre lo mucho que se podía hacer, que era mejor que nada; y para ser la primera acción y reacción suya no estuvo mal, diríamos que estuvo bien. Lo mejor de todo este acontecimiento fue que no le dejó insensible este hecho aterrador cuya realidad él vio con sus propios ojos, palpó con sus propias manos, oyó con sus mismos oídos y compartió con sus feligreses: era un nuevo método que él desconocía, o por lo menos, no practicaba hasta entonces, para acercarse y conocer la realidad.