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«EN SANTIAGO DE MARÍA ME TOPÉ CON LA MISERIA»

Dos años de la Vida de Mons. Romero (1975-1976)
¿Años del Cambio?

¿O se quiere obligar a la Iglesia a traicionar la misión que Jesús le encomendó, permitiendo que el pueblo oprimido siga blasfemando el nombre de Dios inconscientemente, echándole la culpa de su miseria, hambre y desesperación (“es la voluntad de Dios”), cuando la causa de su injusta, inhumana e inmerecida situación reside en la entraña misma de una sociedad que solo usa el nombre de Dios en sus discursos retóricos, al mismo tiempo que conculca cínicamente sus mandamientos?

P. Juan, te esperamos con el corazón y los brazos abiertos en esta tu segunda patria. Te necesitamos.

“Hay que obedecer a Dios ante que a los hombres” (Hechos, 5,29).

Comunidades Cristianas de Jiquilisco, agosto, 1975”.71

El padre Juan Macho no regresó hasta principios de noviembre.

Hubiéramos deseado que Mons. Romero, nuestro obispo, nos acompañara en la misa de solidaridad por el P. Juan; pero era mucho pedir. Sabíamos que en este tiempo, él era reacio a toda protesta pública por creerla ineficaz y como un show publicitario. No obstante, Monseñor sabía la programación de este acto solidario parroquial, y nunca nos dijo nada, ni a favor ni en contra; simplemente nos dejó proceder según creíamos lo más conveniente en esos momentos dolorosos de la parroquia.

3.- ASUNTO DE LA “SEGURIDAD PERSONAL” DE LOS PADRES

Creo que puede ser este el lugar para colocar aquí el asunto o problema de la “seguridad personal” de los pasionistas que componíamos la comunidad de Jiquilisco: Juan Macho, Pedro Ferradas y Zacarías Díez. Tanto Mons. Romero como el P. Provincial manejaron mucho este argumento de nuestra “seguridad personal”, es decir, del peligro sobre nuestras vidas y personas.

Acabamos de ver y recordar lo que sucedió al P. Juan y el porqué de esa expulsión, según lo analizábamos en la “Reflexión al Pueblo Salvadoreño” de las comunidades cristianas de la parroquia de Jiquilisco. Ciertamente estábamos en la “mirilla” de los terratenientes y militares de la zona, no más que como tantos cristianos comprometidos y buenas gentes que propugnaban y luchaban por un cambio en el país.

Según los criterios y denuncias de las gentes pudientes e interesadas, que las hay en todos los lugares, al P. Juan se le llamaba: “el comunista NÚMERO UNO de la zona oriental del país”.

Oigamos directamente estos relatos:

“EUGENIO: Antes del cierre del centro, y antes que Juan fuera expulsado, ¿había otras señales por parte del Gobierno o de los terratenientes que no les gustaba el trabajo que Uds. estaban haciendo?

JUAN: Bueno, ya había habido algún signo: en alguna reunión de la Cooperativa Algodonera ya habían dicho algo, concretamente, en una reunión allí cerca, entre Jiquilisco y Usulután, hay un plantel de dicha cooperativa, y allí me habían acusado, ya habían dicho concretamente mi nombre, y me decían el comunista “número uno” de la zona oriental del país… Pero mayor cosa no había habido, nada más que alguna cosa de esas, ¿no?”.72

Por otra parte, el P. Pedro, juntamente con otros cristianos, sacerdotes y religiosas, toma parte en una acción de protesta y de denuncia contra la masacre de estudiantes del 30 de julio de 1975; y esto lo hace como una opción muy particular y personal. Este acto nunca fue aceptado, ni mucho menos comprendido, por el Mons. Romero de 1975.

Indiscutiblemente, todo esto y otros signos más, hacen vivir a la Comunidad Pasionista de Jiquilisco en la inseguridad personal en la que vivía la mayoría de nuestro pueblo: las llamadas telefónicas anónimas y del cuartel de la Guardia de Jiquilisco que intentaban amedrentarnos con sus amenazas continuas para que abandonáramos nuestro campo de apostolado; los cateos frecuentes de los militares al centro de “Los Naranjos”; hasta una “bomba hechiza” nos hicieron estallar en la puerta de la casa parroquial; pero nos mantuvimos firmes como creíamos que era nuestro deber. Éramos conscientes de esa situación de “inseguridad” y la aceptábamos, hasta gozosos, porque así participábamos un poco de la “Pasión que sufría el pueblo salvadoreño”.

No solo el caso del P. Juan que acabamos de relatar arriba, sino también al P. Pedro no le querían renovar la residencia en el país. Por eso, un día fue llamado a presentarse en la Dirección General de Migración, y aclarar las denuncias que en su contra tenía el coronel López, director general de Migración. Y el P. Pedro tuvo que firmar este documento que ponemos a continuación:

“EN LA DIRECCIÓN GENERAL DE MIGRACIÓN, San Salvador, a las diez horas del día veinticuatro de septiembre de mil novecientos setenta y cinco, presente en esta oficina el Sacerdote Católico PEDRO FERRADAS REGUERO, de nacionalidad española, quien fue invitado a venir a esta oficina en relación a que se tiene conocimiento de que en el ejercicio de sus actividades religiosas ha comentado tópicos de carácter político que atañen estrictamente a los salvadoreños, los cuales le están vedados por su calidad de extranjero. Habiendo asistido a la invitación antes mencionada, se entrevistó con el Señor Director, con quien intercambiaron impresiones al respecto, manifestando el Sacerdote FERRADAS REGUERO que él considera que en ningún momento ha incluido en sus charlas asuntos de carácter político partidarista, sino puramente religioso. Habiéndose llegado al acuerdo de que el Sacerdote no incluirá en sus pláticas religiosas cuestiones que violen las disposiciones a que está sujeta, según la Ley de Migración, su calidad de extranjero residente. Y la Dirección General por su parte a investigar lo que haya de cierto en lo informado a esta oficina. No habiendo más que constar, damos por terminada la presente que firmamos: Coronel López y P. Ferradas”. Hay sello de Migración”.73

Agradecimos siempre ese deseo de nuestros superiores por cuidar de nuestras vidas y buscar nuestra seguridad personal, advirtiéndonos de los peligros. Era su deber. Lo que ya no aceptábamos era que se quisieran servir de esta situación para frenar nuestro compromiso con el pueblo sufriente; para acallar el grito profético de denuncia; para querer cambiar o trasladar a alguno de los Padres del Equipo, solamente basados en ese posible peligro, que como digo, no era “un peligro especial”, sino el normal que corría toda la gente del país en esas circunstancias.

Era una sospecha nuestra, de que este era uno de los argumentos principales que Mons. Romero esgrimía ante nuestros superiores religiosos: por eso insiste en el traslado del P. Pedro (ya que a él lo creía muy avanzado y conflictivo). Otra cosa que nos hacía sufrir era que Mons. Romero parecía que aceptaba así nomás, sin evaluarlas ni hacer una crítica, las denuncias que los terratenientes y militares hacían sobre la Comunidad Pasionista de Jiquilisco.

Aunque en el apartado siguiente se harán algunas alusiones a este tema de la “seguridad personal”, vamos a transcribir a continuación algunos párrafos de cartas que creemos quieren expresar estas ideas:

“Excelentísimo y Reverendísimo Sr. Obispo:

Puede imaginarse que después de lo ocurrido con el P. Juan Macho y por las noticias que han llegado a cerca de los acontecimientos de El Salvador, vivimos bastante preocupados por la situación de nuestros padres de Jiquilisco y los peligros que puedan correr.

Nuestra preocupación se centra de manera especial por el P. Pedro Ferradas por la actuación tomada en los últimos acontecimientos y los problemas que esto puede haberle creado en algunos sectores del país.

Quizás ellos, metidos un poco en la mística del momento y con la seguridad de seguir el camino que les marca su conciencia cristiana y religiosa no midan los peligros reales a los que se pueden ver expuestos. Por esta razón, una palabra de tranquilidad o de sobre aviso que pudiera venir de parte de Vuestra Excelencia, pudiera traernos la seguridad, hacer desaparecer las preocupaciones no justificadas, o pueda orientarnos hacia actitudes o medidas que se crean convenientes.


71. A.C.P.: BSF., nº 61, diciembre 1975, págs. 132-133.

72. Testimonios: Grupo nº 1: JZE: pág. 7.

73. A.S.M.: Documento firmado por el coronel López y el P. Pedro Ferradas en la Dirección General de Migración, el día 24 de septiembre de 1975, pág.1.

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