Dos años de la Vida de Mons. Romero (1975-1976)
¿Años del Cambio?
Hombre de convicciones firmes
La sólida formación recibida en Roma en sus años de seminarista hizo de él un hombre que sabía lo que decía y por qué lo decía. Esto fue, tal vez, lo que le encerró un tiempo a las nuevas corrientes que el Espíritu suscitó en la Iglesia sobre el Concilio y Medellín, ya que la formación recibida en su tiempo de estudiante, como la que recibimos los que tenemos su edad, era impositiva y poco creativa, ya definida y de alguna manera cerrada a nuevas formulaciones y corrientes.
El Concilio lo aceptó aunque a veces le resultara difícil compaginarlo con sus arraigadas convicciones; y lo acepta no tanto como expresión del Espíritu Santo, cuanto por ser hombre de Iglesia que debe obediencia a la suprema autoridad eclesiástica. Lo mismo Medellín le costó aceptarlo; para él “Medellín era muy horizontalista”, “tan poco espiritual”; los documentos de Medellín resultaban un peligro para la sana ortodoxia en especial las que él llamaba equivocadas interpretaciones.
No puedo olvidar el notorio disgusto que le produje cuando en la finca del cafetalero, antes de entrar en la Diócesis de Santiago de María 175, le dije lo que esperábamos de él:” que nos permitiera correr el riesgo de equivocarnos alguna vez”. Ya en San Salvador me lo recordó y me dijo: “Hoy entiendo que sin riesgos no se progresa; que lo nuevo siempre nos llega con el riesgo de una equivocada interpretación”. El papel del Pastor, le dije, es el descubrir las equivocadas interpretaciones y hacérselas ver al equivocado, pero nunca cerrarse a la novedad actuante del Espíritu.
Tal vez por eso en la reuniones que tenía, ya en San Salvador, con el grupo de sacerdotes que él consideraba peligrosamente avanzados, me pedía que le acompañara “para que Ud., me decía, como teólogo, me ayude a discernir lo correcto y lo equivocado que dicen los Padres”176
No sé de dónde él sacó lo de “teólogo”, pero lo cierto es que me lo dijo muchas veces a pesar de que una y otra vez le decía que no tengo nada de teólogo; si poseo algo, es un poco de experiencia que he acumulado en más de 40 años de misionero.
Fue en una de estas reuniones con este grupo de sacerdotes que se trató el tema del seguimiento que los cristianos tienen derecho a esperar de la Iglesia, de conformidad con lo que dice el Papa Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi sobre los que siguiendo su vocación incursionan en el campo de la política. “¿Cómo dirigir esas conciencias sin que se nos tache de interferir en un campo que no es de nuestra incumbencia?”, preguntaba y pedía aclaraciones Monseñor. Una cosa es, le dije, que formemos la conciencia y demos criterios cristianos, y otra muy distinta es que queramos dar soluciones concretas a los problemas políticos. Después me consultó varias veces sobre la conveniencia de nombrar un “Vicario de Pastoral de seguimiento político”; pocos días antes de su muerte me pidió que le sugiriera algunos nombres para este ministerio.
Y ¿quién no recuerda en el desarrollo de sus homilías los documentos del Vaticano II primero, luego también los de Medellín y finalmente los de Puebla sobre la mesa del altar o sobre el ambón para citarlos, leídos, en el momento oportuno? Siempre trataba de evitar el peligro de una cita errónea; a eso le llevaba sus convicciones y principios firmes y la honradez de su conciencia.
Pero perdone el lector el desorden y volvamos a Santiago de María: Fue en enero del 76, apenas unos días después de haberme nombrado Vicario de Pastoral; me pidió que coordinara los Ejercicios Espirituales del clero que aquel año quiso centrarlos en el documento pontificio, recién publicado, “Evangelii nuntiandi” de Pablo VI. Su mentalidad chocaba con algunos puntos; y recuerdo que repetidas veces pidió al clero: “ayúdenme, por favor, a entender algunas cosas que no comprendo”. Tenía convicciones firmes a las que sólo renunciaba cuando veía con claridad lo nuevo. Era honrado y consecuente con sus principios; pero nunca estuvo cerrado herméticamente a la novedad del Espíritu.
Uno de los puntos que no comprendía muy bien de este documento era “La Pastoral de Acompañamiento o Seguimiento”; él no entendía cómo una pastoral con gente implicada en política no suponía ya una intromisión en la misma política. Estuvimos analizando y discutiendo bastante… Yo le decía: “Si preparamos a un cristiano para que viva su fe en su profesión, ¿por qué a los políticos no? También tenemos que preparar a los políticos para que en el ejercicio de la política vivan su fe. De lo contrario, les preparamos para que sean cristianos consecuentes y cuando se meten a desempeñar una labor donde pueden influir en todo el país, les dejamos solos. La Iglesia no puede abandonarles”. Bueno la cosa quedó más o menos clara; y empezó a aceptar este nuevo planteamiento.
Fue también en Santiago de María: Ansioso de dar a su Pastoral un derrotero de eficacia y al mismo tiempo sólida doctrinalmente, me consultó un día sobre la conveniencia de organizar lo que él llamó “Equipo de Reflexión Teológico Pastoral”, con el fin de que los agentes más destacados entre los laicos pudieran profundizar su formación y así influir en la pastoral laical.
Era un grupo de Reflexión teológica a nivel de laicos, pero Monseñor no faltaba nunca a estas reuniones de reflexión; siempre estaba presente. Recuerdo que uno de los laicos planteó un problema, y era éste: había en Santiago de María un grupo juvenil que estaba comenzando a funcionar y una muchacha, que no tenía muy buena fama, ni buena reputación, quería entrar a formar parte de ese grupo de jóvenes, ¿qué hacer?
La reacción y solución de algunos papás de esos jóvenes era clara: se oponían a su entrada en el grupo juvenil; si esa muchacha entraba en el grupo, sus hijos, sobre todo, las muchachas tendrían que abandonar el grupo. Entonces plantearon este problema en una de las reuniones de este grupo de Reflexión teológico-pastoral. ¿Qué aconsejar a los jóvenes? Había distintos pareceres; los más opinaban que el punto de vista de los padres de familia era el correcto; además, teniendo en cuenta que el grupo juvenil estaba en sus comienzos, había que cuidar de su imagen y que no se pusiera en entredicho un grupo que se denominaba de Iglesia…; y esta era la opinión de Monseñor.
Cuando me tocó hablar pedí detalles sobre la fama de la muchacha; eran sencillamente cuestiones de pueblo: una muchacha crítica y extrovertida no encajaba en el esquema de un cristianismo conservador como el que imperaba en Santiago de María. Entonces leí en Lucas, 7,36 al 8,3, y dije: “Este es el criterio de Cristo: cuando el pecador, (pongámonos en el caso de que la muchacha lo fuera), llega arrepentido ya no es pecador, no se le pueden cerrar las puertas… Cristo usa con la Magdalena un criterio totalmente distinto al nuestro, no solamente la perdona sus pecados sino que casi de inmediato la Magdalena está formando parte del grupo de las mujeres que acompañan a Jesús, y lo seguirá hasta la cruz; Jesús no tuvo ningún reparo en admitirla entre sus acompañantes habituales a pesar de su fama”.
175. Está aludiendo al pasaje que hemos narrado en este libro en las págs. 22-23.
176. El P. Juan está aludiendo a lo que nos cuenta Mons. ROMERO en su Diario, pág. 375: “Viernes, 4 de enero de 1980. Esta mañana la dediqué a una reunión con cinco sacerdotes de la Arquidiócesis, con quienes hay algunas dificultades en la comunión más íntima, por aspectos políticos de su pastoral. Pero dialogando muy a fondo y buscando sinceramente la solución de estas dificultades y desconfianzas, he encontrado mucho valor humano, cristiano y sacerdotal que seguiremos cultivando en ulteriores reuniones. Recuerdo que fueron el P. Rogelio P., el P. Benito T., el P. Trinidad N., el P. Rutilio S., el P. Pedro C.; asistieron también el P. Juan Macho y el P. Walter Guerra que me dieron muy buena ayuda por sus orientaciones tan bien centradas y sacerdotales”.