José M. Tojeira
El Domingo pasado celebramos el día mundial del medio ambiente. Como todos los años los arbolitos aparecieron como símbolo de la necesaria reforestación de El Salvador. Se repartían en algunos puntos y la gente los recogía con alegría. El compromiso de resembrar árboles es tal vez la expresión más frecuente de la preocupación por nuestro propio medio ambiente. Pero la deforestación no es el único problema, aunque está profundamente ligada a otras dimensiones de nuestra necesaria preocupación medioambiental. El Salvador, ubicado en el trópico semiseco goza de un clima agradable, cada vez más expuesto a los extremos que conlleva el cambio climático, y más urgido a prepararse para un futuro que no es ciertamente halagüeño. Las temperaturas en los próximos años podrán llegar a extremos muy cercanos a los 50 grados. Aunque todavía no hayamos superado el récord histórico de San Miguel, que fue de 44.5 grados en 1958, la superación de esa cifra no está lejana.
Una de las luchas importantes de los últimos años se dio contra la minería metálica de cielo abierto. Ya se ganó un contencioso en el CIADI, centro de mediación de conflictos económicos adscrito al Banco Mundial, contra la minera Oceana Gold. Y está pendiente el fallo ante el reclamo de la Pacific Rim. Sea cual sea el resultado, el freno de las prospecciones y explotaciones mineras de cielo abierto debe mantenerse. Los resultados para un país pequeño como el nuestro, especialmente si las explotaciones se realizan en el cuenca alta del río Lempa, serían desastrosas para El Salvador. Ante un derrame intenso de productos altamente contaminantes, casi la mitad de nuestra tierra podría tener en mayor o menor grado serios problemas de contaminación. Un país con problemas próximos de estrés hídrico no puede arriesgarse a un posible envenenamiento de nuestras aguas y de nuestra principal cuenca hidrográfica. Si las mentiras de las transnacionales pudieran multarse y perseguirse legalmente en un país pequeño como el nuestro, la Pacific Rim ya hubiera sido multada repetidas veces.
La lucha en favor del agua debe continuar. A pesar de tener unos índices de precipitación lluviosa relativamente altos, la deforestación, la mal planificada construcción de residenciales y la contaminación amenazan a El Salvador. Los seis meses de época seca en un país de alta densidad poblacional exigen cuidar las fuentes de agua, proteger el subsuelo, hacer esfuerzos serios en el campo de la recolección y tratamiento adecuado tanto de productos químicos o contaminantes como de la basura. Recientemente una serie de derrames de melaza dañaron severamente uno de nuestros ríos. La capacidad de reacción de las autoridades medioambientales fue escasa, no por falta de interés del ministerio del medio ambiente, sino a causa de una deficiente legislación en la materia. Aunque algunas industrias y comercios han entrado con seriedad en el tema de la protección ambiental todavía hay un buen número de instituciones privadas y públicas con una desesperante e irresponsable despreocupación. La ley del agua, necesariamente ubicada como derecho constitucional, está todavía durmiendo en el seno de la Asamblea Legislativa mostrando la irresponsabilidad de un buen número de diputados. No de todos, pero sí de la mayoría.
Urge el desarrollo de la cultura medioambiental en todos los niveles. Todavía se puede observar en nuestras carreteras a personas que en vehículos privados o en autobuses tiran basura por la ventanilla, a veces incluso con riesgo de dañar a otras personas que circulan en la misma vía. La comercialización del agua en bolsas plásticas suele ser una fuente de basura permanente y altamente contaminante. La edición de textos educativos sobre el medio ambiente, de necesaria utilización en la escuela, es urgente e indispensable en un país tan amenazado por la producción y recolección irresponsable de la basura, por un cambio climático que golpeará con más rudeza a los países ubicados en los trópicos, y por el sistemático mal manejo del agua y la increíble imprevisión al respecto. Nuestro país perderá sin duda parte de su territorio costero con la subida de las aguas por el derretimiento de los polos. Y una parte no del tamaño de la isla Conejo, sino mucho más grande, afectando la economía y el sistema de vida de muchas personas. Prepararse para lo que viene exige cultura en nuestra gente y conocimiento de los problemas, riesgos y posibilidades de prevención y de medidas paliativas.
El cambio climático, como nos decía el Papa Francisco en su Carta encíclica sobre el medio ambiente, “Laudato Si”, afectará en especial y muy dolorosamente a los más pobres, si desde el momento actual no comenzamos a trabajar los temas enunciados y muchos otros. La “aporofobia” (fobia a los pobres) que existe en nuestro país agrava la situación. Deficientes servicios de salud y agua más contaminada significan no sólo riesgos mayores de enfermedad y muerte, sino multiplicación de la pobreza en el conjunto del país. El abandono de tierras cada vez más deterioradas por la sequía, las inundaciones o la contaminación supone desarraigo, crisis y empobrecimiento creciente. La irresponsabilidad, entre tanto, de quienes de momento pueden mantener estándares de vida semejantes a los del primer mundo no hará más que recalcar y remarcar las desigualdades existentes en El Salvador. Desigualdades que ya sabemos llevan a la destrucción del tejido social y a esta espiral de violencia en la que nos hemos metido creyendo que la violencia se cura con leyes y manos más duras en vez de con prevención. Prevención que en definitiva significa invertir mucho más de lo que hacemos en educación, salud, trabajo decente y medio ambiente.
El estilo discriminatorio con el que se trabaja en educación, salud, leyes de salario mínimo y pensiones no augura nada bueno si se sigue con él. Si a ello le añadimos la contaminación, el deterioro del medio ambiente y el calentamiento global sin prevención previa, estamos preparando el escenario para un verdadero desastre nacional.