César Ramírez Caralvá
Escritor y Fundador Suplemento Tres mil
Me encontraba en una pequeña barcaza artesanal con media docena de personas a medianoche. El olor era de vegetales o humedales en descomposición, el sonido del agua con los remos atravesaba el entorno con una melodía abstracta, la oscuridad predominante permitía escuchar extraviados ruidos de avionetas o aparatos aéreos sin luces, sin distintivos e invisibles, pero su ruido era invasivo por la poca altura de su trayectoria. Luego desaparecían. Aquél encuentro de nuestra exposición en un río, donde solo los marineros o balseros conocían el rumbo quedó grabado en mi mente por muchos años, quizás era un lago no un río, un embalse, pero la distancia recorrida fue prolongada. Años después me enteraba que algunos de los acompañantes de ese viaje habían fallecido, su dimensión de encuentro y desencuentro era instantánea, para mi estaban vivos, aunque ellos no tuviesen presencia física, la acción continuaba representándose una y otra vez.
Hice un recuento de todas las personas, todas las circunstancias, la serie de personajes que forjaron vivencias durante años, entonces encontré hilos de un tejido inconcluso, poseía la claridad de las acciones realizadas, pero no el momento de su desaparición, entonces se formaba un vacío sin final.
Usualmente aquellas memorias poseían imágenes juveniles, pero con el tiempo crecieron conmigo como crece la sociedad en la realidad individual o social, era evidente que existían saltos en la visión de vida junto a encuentros con grupos de mayor edad, aunque el detonante de ello era la muerte en aquellos años de la guerra civil.
Los encuentros más significativos son aquellos donde la muerte de saluda irónicamente y con la sorpresa de las películas de terror, así un día en mi infancia recorría una pequeña montaña cercana a nuestra residencia, mis amigos usualmente jugaban a esconderse en medio de los zacatales en época de invierno, fui en su búsqueda, conocía el lugar; les llamé en medio de la maleza, entonces observé que las puntas de los montes se movían en forma sospechosa, era un movimiento ondulante, les grité: “les he visto” “salgan”, me fui aproximando poco a poco, mientras observaba como el zacatal correspondía a mis llamados, estaba feliz de encontrar a mis amigos.
Avancé rápidamente hacia ellos, pero en el último instante, al apartar el haz de hierba… frente a mí se encontraba la careta del toro más grande que he visto en mi vida… la sorpresa fue para ambos, porque yo escapé trastabillando y el astado también por su rumbo en carrera limpia… pobre animal, que susto habrá tenido, mientras yo… aún contengo la respiración al recordar ese “encuentro”
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