Luis Armando González
Hay meses en el calendario nacional de enorme densidad histórica. Inmediatamente vienen a la memoria marzo (por Mons. Oscar Romero), medicine noviembre (por los jesuitas) y octubre (por el último golpe de Estado), here pero el primer mes del año es tan denso y significativo como los otros que se han mencionado. En efecto, enero ha sido escenario, en distintos momentos de la historia salvadoreña, de acontecimientos que han dejado una profunda huella en el país. Dejando de lado ese trascendental hecho que la fue la firma de los Acuerdos de Paz, el 16 de enero de 1992, conviene recordar otros de enorme calado en la historia nacional.
En primer lugar, el levantamiento y la masacre de indígenas-campesinos del 22 de enero de 1932. Fue ese un suceso de enorme envergadura no sólo por etnocidio causado por los cuerpos represivos martinistas, sino por las repercusiones que tuvo en la cultura nacional (anulación casi total de lo indígena), en la conciencia oligárquica (desprecio absoluto a los sectores populares y rechazo igual de absoluto a su organización) y en las posibilidades de resistencia al orden establecido (mermadas significativamente hasta prácticamente finales de los años 60 y principios de los 70).
Ese 22 de enero fue la culminación de dinámicas locales (económicas, sociales, culturales) que a su vez fueron precipitadas por la crisis de1929-30, cuyo impacto en El Salvador fue ciertamente dramático. El país cambio políticamente, pues se implantó la dictadura martinista y, en el largo plazo, los regímenes militares cuyo fin se inició, precisamente, el 15 octubre de 1979.
El movimiento popular sufrió un duro revés y la oligarquía, los militares y la Iglesia reforzaron su alianza fundada en el anticomunismo y el temor a cualquier intento de organización en el campo. Sólo hasta los años 70 y 80 esta triple alianza fue quebrada. Y entramos a otra época histórica.
En segundo lugar, la manifestación del 22 de enero de 1980.
Esta manifestación –narrada de manera impecable por Francisco Andrés Escobar en su trabajo “En la línea de la muerte. (La manifestación d el 22 de enero de 1980). ECA, enero-febrero de 1980— fue una de las mayores demostraciones de la fuerza del movimiento popular en las vísperas de la guerra civil.
La brutal represión que se desató sobre sus participantes –sobre quienes avionetas rociaron químicos usados en los algodonales— anunció una de las mayores tragedias en la historia salvadoreña: el asesinato de Mons. Romero el 24 de marzo de ese mismo año, así como la represión estatal y paramilitar el día de sus funerales. El 22 de enero de 1980, unas 100 mil personas –campesinos, campesinas, obreros, obreras, estudiantes, religiosos y religiosas, intelectuales— salieron a las calles, convocadas por la Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM) para afirmar la unidad de las organizaciones revolucionarias en El Salvador, pero también para condenar la escalada represiva que se comenzó a vivir en el país desde finales de 1979. Con esa manifestación y la violencia represiva que la golpeó se abrió una nueva coyuntura en El Salvador: la de la (casi) inevitabilidad de la guerra civil.
En tercer lugar, la “ofensiva general” del 10 de enero de 1981, con la que formalmente inició la guerra civil –no un simple “conflicto armado”— que marcaría la vida del país en la siguiente década y después. Con esa ofensiva, las organizaciones político militares ponían a prueba su reciente unidad como FMLN (creado el 10 de octubre de 1980) y comenzaban a ganar –con una dura prueba— la experiencia que las convertiría, con el paso de los años, en una fuerza militar capaz de enfrentarse a un ejército financiado, equipado y entrenado por Estados Unidos. La guerra civil ha dejado una marca indeleble en la vida del país.
El Salvador fue otro luego de la guerra. Se tendrán valoraciones distintas acerca de su inevitabilidad, pero de lo que caben pocas dudas es que gracias a ella se quebró el autoritarismo y pudimos iniciar –una vez que se puso fin a ella mediante un proceso de diálogo-negociación— la transición a la democracia. La guerra civil es, pues, un fenómeno histórico de gran significado, a la cual habrá que ir dejando de considerar como un motivo de bochorno o de vergüenza (al grado que no se la quiere reconocer como lo que fue: una guerra civil). Y tuvo su punto de arranque formal el 10 de enero de 1981.
Por último, el 24 de enero de 2006 falleció Schafik Handal, cuya vida estuvo enlazada profundamente con la historia política de El Salvador desde mediados del siglo XX. Miembro desde su juventud del histórico Partido Comunista Salvadoreño (fundado en 1930), Schafik Handal forjó su trayectoria en las luchas democráticas y revolucionarias de los años 50 y 60.
En la década siguiente encauzó al Partido Comunista hacia la lucha político militar, convirtiéndose en su principal e indiscutido líder. Su contribución al proceso político salvadoreño se concretó al menos en lo siguiente: su experiencia democrática y liderazgo fueron cruciales en el diálogo-negociación que permitió poner fin a la guerra civil con los Acuerdos de Paz de enero de 1992, lo mismo que en la conversión del FMLN en partido político y finalmente en el afianzamiento de las bases iniciales de la transición democrática, potenciada por los Acuerdos de Paz y que requería del aporte decisivo del FMLN para no desencaminarse.
En fin, enero es un mes de una enorme densidad histórica. Recordar los hechos memorables sucedidos en sus días es honrar a los hombres y mujeres que, con su espíritu de lucha, sacrificio y entrega, hicieron lo propio para legar a las futuras generaciones un mejor El Salvador.