Por Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Bien conocido es el hecho de la grave tensión que existió entre franceses y alemanes antes de la Revolución que se dio en el primero de dichos países. Ello incluyó el aspecto cultural, a tal grado que fue en alto grado difícil difundir lo propios desarrollos culturales de un país en el otro. Difundir la cultura alemana en el país galo era algo parecido a consumar una hazaña. Y ello sucedió con el pensamiento de Kant, que conocido pero no estudiado, los intelectuales alemanes trataron vanamente en asimilar.
Napoleón, el Primer Cónsul, por ejemplo, mantuvo siempre un gran interés en conocer la filosofía y el pensamiento del filósofo alemán. Tenía noticias del gran filósofo, pero lógicamente disponía de muy poco tiempo para dedicarle a la lectura y al estudio de los textos de la filosofía crítica, particularmente, se dice, a la Crítica de la Razón Pura, nombre que los alemanes sabían interpretar como “Análisis de la razón independientemente de la experiencia”. El gran general francés pidió entonces a un respetado literato y filósofo franco-alemán, Charles-Francois-Dominique de Villers, gran conocedor de la obra del filósofo de Koenigsberg, e incansable mediador entre las culturas francesa y alemana, que, “en cuatro páginas para explicarla y otras cuatro para pensarla”, le explicara la filosofía del filósofo alemán.
Villers cumplió con lo que le fue encomendado, entregando su estudio en forma de manuscrito el año 1801. Por supuesto que dicho estudio fue posteriormente ampliamente divulgado por muchas casas editoriales, y ello contribuyó en gran manera a la divulgación del pensamiento alemán en su país vecino, e incluso en toda Europa. Él dedicó su obra al Instituto Nacional de Francia, a la sazón, el máximo tribunal del imperio de la ciencia francesa, esperando una buena acogida para la obra, y que ello ayudara a la difusión del pensamiento germano en Francia; pero las cosas no sucedieron como lo esperaba. La obra provocó serios rumores en el ámbito intelectual y cultural de París, recibiendo una crítica muy negativa e incluso actitudes hostiles de parte de algunos miembros de dicho instituto. Villers abandonó París y retornó a Alemania, calificando duramente a aquel país como “el país de la charlatanería y de la deshonestidad”.
Pero la obra de Villers no fue ignorada por Bonaparte, quien era miembro del Instituto; y como sus funciones, ocupaciones y preocupaciones no le permitían una lectura reposada y crítica de la obra del genio de Koenigsberg, pidió a Villers que le hiciera una reseña breve pero muy fundamentada de la obra. De allí las cuatro breves páginas de explicación, y cuatro más de pensamiento, resumiera la dilatada y difícil obra kantiana.
Las cosas suelen suceder de formas inesperadas. Esa breve obra de Villers fue, en parte, la causa de la difusión de la cultura alemana en Francia. Kant se volvió uno de los autores más leídos y discutidos en la culta París, de donde él había recibido grandes influencias, que supo recoger en su obra, como por ejemplo, el Emilio, de Rousseau, de la cual surgió en alta medida el pensamiento que desarrolló en su Crítica de la Razón Práctica, su filosofía moral, y que, según se dice, esa obra del francés fue la única que pudo desviarlo de su estricta rutina cotidiana. Se dice que Kant, siendo profesor de Geografía del mundo en la Universidad de Koenigsberg, nunca puso un pie fuera de ese, entonces, pequeño pueblo. La Crítica de la Razón Práctica es, en mi opinión, y dicho esto con todo respeto y comedimiento, la obra cumbre de la Filosofía Crítica, a pesar de que suele reconocerse como la mejor de ellas a la Crítica de la Razón Pura, en la cual, siempre en mi opinión, Kant desarrolla sus famosos Juicios sintéticos a Priori como la base del pensamiento científico, juicios que por sí mismos no pueden ser reales, siempre en mi opinión.
La obra de Kant es controvertida, e incluso se ha limitado, en buena medida, a la lectura y estudio de su obra crítica. Sin embargo, su obra precrítica es también de una belleza plena y profunda. En esta, baste citar Los Sueños de un Visionario y sus Principios de Teología Natural y de la Moral. Y su obra post crítica más aún: Para la Paz Perpetua es una obra que debería ser leída por todos, particularmente por los políticos y por los dirigentes de las naciones. En esta obra, Kant habla, no de la “paz de los cementerios”, ni de una paz precaria y contingente. Kant habla de una paz madura y productiva, segura de sí, fruto de la plenitud moral y cultural y del cosmopolitismo consumado. Ya en el primer numeral del primer apartado, sentencia tremenda y lapidariamente: “No debe ser válido como tal tratado de paz ninguno que se haya celebrado con la reserva secreta de un motivo de guerra futura”; y dice cosas que traídas a la actualidad siendo recogidas del pasado, se hacen clásicas y condenatorias: “Ningún Estado existente de modo independiente (grande o pequeño, lo mismo da), podrá ser adquirido por otro mediante herencia o permuta, compra o donación”. Algo más: “Con el tiempo, los ejércitos permanentes (miles perpetuus) deben desaparecer totalmente”.
Semejante pensamiento, pues, no podía pasar desapercibido para un hombre como Napoleón. Kant mismo, se dice, aprobó la obra de Villers, particularmente la que concernía a la Crítica de la Razón Pura. Con ello, Villers inaugura la divulgación de la filosofía trascendental.