Rafael Lara-Martínez
New Mexico Tech,
Desde Comala siempre…
Mientras la clase discute si la situación particular afecta lo universal, el ruido de una explosión —inferior a veinte mil libras— apenas afecta el diálogo. La tecnología sostiene el objetivo pacifista de las pruebas. Al exterior distante, el humo ni el ruido enturbian la intención científica del aula. La discusión la realza el choque inminente entre el hecho —lo factual explosivo— y sus resultados imprevistos. Estas consecuencias siempre son lejanas y ajenas a todo experimento. Culiacán, Honduras, Hong-Kong, Brexit, Atacama-Santiago de Chile, Barcelona, Ecuador, Siria…
La misión obligatoria —“statement of purpose / mission statement”— plantea la utopía lineal. Por afición al rock clásico, el coro entona “time (not tense) keeps on slipping into the future” (Steve Miller Band). No importa la disciplina; ya no hay sospecha del logro final. Todo quehacer se desglosa en rectilínea hacia la conclusión razonada. De su aporte se deriva el bienestar humano. Un común denominador guía los hechos hacia el cometido previsto. La deducción completa el anhelo idílico del oráculo racional. Resulta irrelevante que la presencia fatal contradiga la intención redentora: los sitios nombrados. Desde el prólogo, el ideal conclusivo encauza los hechos. Los tiñe de verde esperanza. Las explosiones siempre auguran la autodefensa. El gobierno de la democracia.
Firme en su encargo, a diario la técnica arguye el desvío ocasional. El error furtivo lo corrige de inmediato. Se inventa una nueva fórmula en power point convincente. Sólo el desliz involuntario explica los usos malévolos en distorsión del cometido primario. Todo acto de terror contradice la voluntad inicial del proyecto. La acción de un intruso. Los hechos jamás refutarían el propósito humanitario que orienta la innovación técnica.
La realidad de los hechos la anuncia el designio introductorio, de igual manera que el objetivo señala la objetividad. No es un juego de palabras, sino la confusión actual entre los hechos y lo real, entre la experiencia y el experimento. El Estar-con en el riesgo no responde al Ser-aislado de las variables en el laboratorio. A un lado, al siniestro, perdura la presencia sesgada; al otro adverso, las representaciones que predirían el azar. Así la diagonal del alfil enfrenta el paralelo de la torre; el hilado disonante en zigzag clausura la simetría de la rueca, calco autorizado en sustituto.
Empero, el contraste lo ejemplifican Santiago y los 10.600 espejos termosolares en el desierto de Atacama. Asimismo, de Culiacán a Honduras y más allá, el “ochenta por ciento” de las armas (i)legales reitera el presagio lineal de la técnica. En el silencio, no habría triunfo de la ciencia sin descalabro político. Así lo augura Patricio Guzmán en su filme “Nostalgia de la Luz”. La búsqueda científica de las estrellas olvida el subsuelo que lo nutre. La búsqueda de los cuerpos desparecidos que, al enterrarse, florecen en astros (https://www.youtube.com/watch?v=jg1yxJuBhLY). Por igual, escisión analítica, también los explosivos en legítima defensa relegan a quienes exterminan. A las estrellas óseas que alumbra sus logros.
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Esa discordancia no ocurre en estos lares donde la política y la ciencia, el objetivo y la conclusión coinciden en su orientación directa. Dicen que un flujo automático de principio a fin guía la aplicación política de la tecnología. La planicie del desierto desconoce la curvatura de las montañas. Por ello, en reincidencia informática, le asombra la diferencia entre la gramática formal y el habla creativa. Carente de arbitrio, las reglas computacionales dictan los discursos políticos, la creatividad poética y los proyectos más innovadores. Rara vez se reconoce la discrepancia. La falta de obediencia —la de la experiencia fuera del experimento— debe ser castigada. También queda sin mención la vivencia fuera del laboratorio.
Ese decreto universal —con-fusión entre el hecho y lo real; silencio de los hechos— se extiende en paradigma de la identidad técnica. De nuevo, los errores son desviaciones momentáneas, simples a corregir. La política, la fórmula matemática la denuncia como intrusa a su cometido. Sucede en interferencia aleatoria, ya que la razón siempre impone el algoritmo del progreso. De nuevo, sin albur, el laboratorio analiza la minuciosa labor cotidiana, sin percatarse (realizing) que la transgresión de la ley transcribe la historia verdadera de los hechos.
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Sólo incredulidades como la mía, escriben al azar. Oblicua, la escritura transcurre entre vértices enemistados de la misma humanidad. La lógica no suplanta la metáfora. Jamás corrige el extravío de lo inmediato en la palabra. En cambio, ambas conviven en pelea constante por representar los hechos. Una asegura el reinado de la razón al interior del laboratorio. Ordena el programa de clase y el ensayo lineal, bajo estricta vigilancia. Al exterior, la otra arista causa el descarrío de la vida diaria. Provoca la indisciplina de la experiencia y de la política.
Esta desobediencia torcida califica de ficción. Así se nombra todo intento descontrolado por hacer que la representación se ajuste a los hechos. En ese instante, contra toda lógica no sólo la poética asegura la abstracción de los números —salvo por el cinco y diez, arraigados en la mano; el veinte, al incluir los pies. También, entre figuras de estilo y recorrido curvo, su contorsión calca con mayor rigor la experiencia, hoy incendiaria en muchos países. Explosiva en las ciudades sin laboratorios, las gráficas y las matemáticas no prescriben la política ni la vivencia diaria. Tampoco la transcriben.
En lugares inéditos —impredecibles hoy— de nuevo estallará el furor. En una llama a altibajos irracionales. Como la noche persigue al día, el arrebato camina al lado de la reflexión. Forma su complemento y plenitud perenne. El estallido de la sinrazón vuelve a confesar su amor eterno por la lógica y la ciencia. Jura estar a su costado: “hasta que la Muerte las separe”. Lo universal —concluyo entre las dudas de la audiencia estudiantil— transmite la enseñanza del alfil “le fou” en francés).
Las luchas políticas y las vivencias no transcurren según la línea recta de la prescripción técnica, salvo en el ineluctable nacer y morir. Paralelos al designio científico, irrumpen asaltos abruptos en llamas. Su suceder crea digresiones de hechos verdaderos, prohibidos en casi toda representación de lo real. La con-fusión de esferas analíticas —saltos subrepticios como manifestaciones o bombardeos— sólo los admite el reino de la ficción. Esto es, la vida misma en su labor sin laboratorio. La experiencia sin experimento y el habla sin un programa informático que dirija su trayecto.
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