Por Wilfredo Arriola
A veces se presenta por el dolor y en otras por el amor, que visto desde otra perspectiva podría ser lo mismo. El amor lo presenta, nos transformamos y cuando creemos perderlo o estamos en peligro de no tenerlo caemos en ese abismo interminable de la locura. «Dios, antes de destruir a sus víctimas, las enloquece», decía Eurípides. Los tonos de la locura, ¿Quién no ha caído?
Hay muchos autores que hablan de este tema, confeccionado con sus inclinaciones o como ellos lo han vivido de manera terrorífica. La locura es como el dolor, cada quién lo escribe con sus propias letras, no hay parangón entre lo que yo siento o tú sientes, tampoco es transmisible, nos volvemos espectadores de un siniestro personal visto desde otro palco. Eso, cuando es del grado oscuro del dolor, o del desconocimiento de la conciencia. No es traducible, se volverá a lo finito de nuestra vivencia para procurar querer darle nombre.
Juan David Nasio, comenta que: «El dolor es la última barrera que nos defiende de caer en la muerte o la locura». Entonces el dolor sirve para eso, para anunciarnos que hay una barrera que nos está impidiendo caer en la locura. Irónicamente hay que disfrutarlo y saber que la búsqueda de ese equilibrio tiene una razón de ser, un sentido, el de volver a nuestra normalidad.
Muchos pagaríamos para ver desde la primera fila en quien nos convertimos por esos ataques de locura, de rabia, de dolor… donde no somos nosotros mismos, sino poseídos por la alteración del momento, esos picos intensos de adrenalina y cortisol. Desde la calma descansa en el que nos convertimos y queda solo la memoria de la vergüenza o el de justificación, muchos tienen el arte de saber defenderlo, otros simplemente omiten el traspié hablando de otro tema, y es ahí donde se queda para la internalización del que lo hizo, poniendo en practica el otro arte: no disculparse por se uno mismo, lo que nos deja esa premisa es asunto muy personal del individuo, o da paz o da pesar, hoy en día y como siempre la moral no es negociable.
Nombrar a la locura. Intuyo que debe de tener corte adolescente, de años primerizos, de histeria guardada, de muchos temas sin resolver, esos temas que llenan el armario intimo de cada habitación. Hay unos que la defienden a capa y espada y eso les genera placer, otros han sabido que hacer con ella. Mirar de frente al oponente y saberlo abordar me parece más loable que justificar la locura con la frase trillada del «así soy», así como también «en mi locura mando yo», creo que es el inicio de entregarle las armas al destino renunciado a la mejor versión de cada uno. De locura en locura, así se van los años y también nuestras mejores posibilidades de educarnos mejor.