Por Wilfredo Arriola
Faltan dos páginas para que se termine el libro, los personajes están teniendo su resultado final. Aquello incomprendido pasa a tener sentido, la locación no es la esperada, el ambiente fue una curva, mi apuesta no fue la que aguardaba, todo se tornó diferente, sin mi guion, sin mi cuota de supuesta lectura lucida de predecir la parte que cierra la historia. Mi atención se la llevó otra escena, la novedad arrebató mi fijación y sentí por momentos que lo leído era un camino insospechado, interesante pero tramposo o ¿intrépido? Acertar en el futuro hace que perdamos el misterio, pero ganamos en egocentrismo, no sé cuál le aportará más al momento.
No suelo entender los finales, a veces son tan impredecibles, peor esos que llegan sin anuncios, solo aparecen. Quizá como la muerte. Lo súbito siempre nos devela, como un reflejo, no se está preparado y la reacción es lo que hay. No basta entender, aunque creemos entender, la auto mentira alivia, pero es levantar la alfombra y tirar el polvo para que a su momento alguien la levante y mire los restos de lo que alguien no supo atender de la mejor manera. Postergar, y hacer de la luz un camino a seguir, llevarlo con uno, ponerlo al lado, mirarlo de vez en cuando, sentarse a su momento con un café y observarle a los ojos, que es exactamente tener la mirada perdida. Tener la diligencia precisa de no querer hacer nada.
Todo tiene su ciclo y esa verdad es una de las más lacerantes que hay. Letal. Entrenar el alma para lo venidero tampoco es tarea fácil ni por fácil que fuera, tomarle atención es vivir la derrota antes de la perdida, a pesar de eso siempre hay episodios cortos que anuncian que hay una tormenta que se avecina. Unos la ven, otros sacan la cámara y retratan la belleza del dolor con los colores que pinta una lluvia. Otros, buscan un techo y buscan mientras pasé, hacer lo que les acomodé mejor, tomar algo caliente, una cerveza, un te o con simpleza escuchar lo que sucede en los techos cuando se hace presente, así también hay otros, la viven, se empapan, apuran el dolor, lo miran de frente y con los ojos se presentan desde lo más hondo del ser. Acá estoy y acá me entrego. Que pase lo que tenga que pasar.
Siempre queda algo después de todo. Una frase, un recuerdo, un cuadro, una nota, una canción, un cielo de octubre, una compañía en medio del desastre, una conversación desde lo leído, una imagen mental, una queja, una critica o más de una, lo cansino de ver lo mismo. Queda algo, lo que quede que se hospede siempre con la sinceridad de lo vivido. Somos irreductiblemente la suma de tantas mentes, unas permanecen otras se van. Pero siempre queda algo, los finales nos dicen eso. Queda algo… ojalá y sea de provecho, no para siempre, pero cuando sea oportuno que sea imprescindible. Como todos en algún momento de la vida. Ojalá y tengamos la dicha de saber alguna vez que lo hemos sido o que lo seremos… ¿Cuándo y para quién? No lo sabemos, serlo ya es ganancia.
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