René Martínez Pineda *
Los humanos, ask como universal cultural, medimos el tiempo con la cinta métrica de las fechas cabalísticas, porque eso hace soportable y fascinante el paso de las horas y porque es un recurso para fomentar la memoria histórica, en tanto son los lunares del cuerpo de la historia vivida. En 2017 se cumplirán, como si dijéramos meses, 150 años de la primera publicación de “El Capital” (Das Kapital, Kritik der politischen Ökonomie); y en 2016 se conmemoran los 133 años de la muerte de su autor: Karl Marx, un intelectual que pasó toda su vida huyendo de la policía y los acreedores y quien opinó sobre su obra: “Nadie ha escrito tanto sobre el dinero teniendo tan poco dinero. El Capital no me va a pagar ni los tabacos que me fumé escribiéndolo”. A su sepelio en el cementerio de Londres, el 17 de marzo de 1883, acudieron once personas (incluido el enterrador), siendo una de ellas una mujer desnuda -fantasmal y fascinante, según consta en la crónica del día- la que, asilada en el amor por la observación y el razonamiento deductivo de Sherlock, esperó más de un siglo para ponerse entre él y los demonios de la sociología que quieren volver sobre su genealogía a partir de la de ella, como metáfora de la audacia carnal que invade a toda teoría revolucionaria.
Diez personas y la mujer desnuda que Marx veía como un continente que debería ser descubierto cada día. Sin embargo, un cuarto de siglo después de ese solitario funeral, la solidez emancipadora de su teoría incendiaría millones de corazones, cumpliendo así su profecía consentida: “la teoría se convierte en poder material tan pronto se apodera de las masas”, porque sólo la verdad es revolucionaria, y la búsqueda de esa verdad nos lleva a los sustantivos y metáforas científicas que le dan cuerpo bajo el pseudónimo de conceptos.
La explicación de tal hecho, sin precedente en los últimos dos siglos, fue dicha por su amigo, Federico Engels, cuando bajaban el ataúd: “Para Karl, la lucha era su elemento… la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuerza revolucionaria, una tentación social tan irreverente como tener enfrente a una mujer desnuda”. La más famosa de sus frases fue su epitafio: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; pero de lo que se trata es de transformarlo”, y esa transformación sólo es posible cuando las ciencias sociales asumen un compromiso social.
Hubo un tiempo, no hace mucho tiempo, en que la teoría social crítica (Marx como conexo y el marxismo como sociología) era dueña de un lote vasto de sustantivos y metáforas que marcaban su distancia con relación a las teorías burguesas, entre ellos: socialismo, comunismo, lucha de clases, alienación, plusvalía, fetichismo, utopía, etc. Hoy, aparentemente, esos sustantivos y metáforas desaparecieron en el texto, pero siguen vigentes en el contexto de la realidad y en el imaginario de quienes nos apropiamos de ellas. Para los de mi generación (años 70s y 80s del siglo XX); para la generación de nosotros, los de ayer, hay un antes y un después de Marx, así como hay un antes y un después de la guerra. Me topé con él en 1982 cuando, tratando de fortalecer mi juvenil militancia revolucionaria y mi disposición a dar la vida por una utopía (la metáfora) que no había traducido en términos científicos, me fue dada una copia, muda y clandestina, del Manifiesto del Partido Comunista. Me bastó un solo insomnio para leerlo de pies a cabeza, al derecho y al revés, para quedar comprometido de por vida con el pueblo, hasta el punto que lo transcribí, letra por letra, en un viejo cuaderno de bachillerato todo loco de poemas de Benedetti. Después de eso mi historia es una historia entre la soledad de quienes quisimos cambiar el mundo a toda costa y la necesidad de encontrarnos a nosotros mismos, y en el proceso descubrimos la precisión geométrica de las metáforas, de modo que no confundimos “revolución” con “partido” y “hacer el amor” con “estar enamorado”. Para las generaciones de hoy, los de ayer somos un grupo raro que nos hemos quedado perdidos en el desierto de esos años de la dictadura militar en que todo estaba prohibido, hasta el amor y sobre todo hacer el amor indecentemente.
Sin embargo, hay que reconocer que, valorando el tipo y magnitud de la crisis social actual, la teoría crítica debe volver sobre sus sustantivos-metáforas y volver a distanciarse, con adjetivos adjuntos si es necesario, de la teoría burguesa. Si, por ejemplo, la teoría burguesa habla de democracia, la teoría crítica debe hablar de democracia real o popular; si la una habla de globalización, la otra debe hablar de capitalismo global; lo mismo con la “opinión pública”, que debe llamarse “opinión de clase del público”; y con la oposición política que se convierte en oposición revolucionaria. Que la teoría crítica, aprovechando la fecha cabalística, vuelva sobre sus sustantivos-metáforas características no significa dar marcha atrás, sino lo contrario, pues la sociología de la nostalgia es una forma de volver al pasado para conectarlo con el presente; es una forma de conectar la ausencia con la presencia. Los sustantivos-metáforas hegemónicos no son, en el plano práctico y axiológico, una propiedad inalienable del pensamiento burgués, así como la cultura no es la propiedad privada del imaginario de las clases dominantes, por eso han surgido movimientos teóricos y sociales contrahegemónicos y para fines contrahegemónicos que han tenido sus propias mujeres desnudas. De modo que entre Marx y la mujer desnuda: los demonios de la sociología moderna; y entre la cultura y la mujer desnuda: el imaginario contracultural de la utopía.
Hay que tener en cuenta que la historia no ha llegado a su fin (como pregona la teoría burguesa), y por ello los sustantivos-metáforas de cada enfoque teórico aún marcan el horizonte intelectual, ideológico y político que define no solamente lo que es decible, compresible, legítimo, confeso, histórico o realista, sino también, y por implicación, lo que es indecible, incomprensible, ahistórico, inconfeso, ilegítimo o irrealista. En otras palabras, al refugiarse en los sustantivos-metáforas, cada teoría legitima la franquicia de sus postulados (invitando a desechar o negar los postulados de las otras, como se ha hecho con el marxismo al plantearlo como obsoleto o panfletario, no siéndolo), y al mismo tiempo cada teoría establece las fronteras de sus debates y propuestas para no poner en peligro su legitimidad.