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Epistemología e investigación científica (I)

Luis Armando González2
Nota introductoria

El 16 de noviembre recién pasado se conmemoró el XXX Aniversario del asesinato de los jesuitas de la UCA. Su ejemplo y enseñanzas afianzaron en mí un respeto incondicional por el conocimiento filosófico y científico que, estoy seguro, no voy a perder jamás. En casi todos sus aniversarios he escrito algo que recuerde sus ideas y legado. En esta ocasión me limito a dedicar a su memoria estas páginas que recogen mucho de lo que me quedó de esos “pesos pesados” del conocimiento, la disciplina intelectual y el rigor académico.

I

Me han pedido que reflexione sobre dos temas interesantes y no exentos de complejidad: la epistemología y la investigación científica, lo mismo que sobre sus perspectivas. Nadie que tenga una alta estima por el conocimiento científico, como el caso de quien esto escribe, puede rehuir una discusión como la sugerida en el título de estas páginas. Preguntas inevitables -de entrada- son la siguientes: ¿qué es la epistemología?, ¿qué son la ciencia y la investigación científica?, ¿cuál es la relación que existe entre ambos quehaceres? Estas y otras preguntas han recibido un tratamiento detallado por los especialistas –filósofos de la ciencia, historiadores de la ciencia y epistemólogos— de tal suerte que lo cabe esperar en lo que sigue es una repetición de algo ya dicho por otros, pero que no es del todo improcedente repetir una y otra vez en una época –la nuestra— en la cual el oscurantismo, el rechazo y la denostación de la ciencia, y la apelación a las fantasías constructivistas, y de otra procedencia, están tan en boga incluso en ambientes en los cuales la ciencia y sus conquistas teóricas y experimentales deberían ser defendidas a capa y espada.

Antes de intentar dar una respuesta a las preguntas planteadas, considero oportuno detenerme en la expresión “la ciencia y sus conquistas teóricas y experimentales deberían ser defendidas a capa y espada”, especialmente porque la última parte de la misma (“a capa y espada”) suscitó un interesante debate del autor de estas líneas con un grupo de estudiantes, algunos de los cuales entendieron que la afirmación “defender la ciencia a capa y espada” significaba que el conocimiento científico era un dogma de fe, una verdad absoluta e irrefutable, pues solo los dogmas irrefutables –argumentó un alumno— eran defendibles “a capa y espada”. Expliqué –espero que con éxito— que la ciencia no era eso y que se la tenía que defender a capa y espada porque era la mejor manera que teníamos de explicar cómo funciona la realidad que nos rodea y nos constituye física, química y biológicamente.

Expliqué que el conocimiento científico no es irrefutable, sino todo lo contrario: que la refutabilidad es uno de sus nervios; que es una aproximación siempre mejorable a las estructuras de la realidad, que por su parte no dejan de mostrar nuevos enigmas. Insistí, una y otra vez, en que defenderla a capa y espada significa defender sus dos pilares fundamentales: la argumentación lógica y las pruebas empíricas, que son la mejor receta para que la ciencia misma se corrija y para corregir visiones fantásticas, ilusorias e irracionales sobre la realidad natural, social y humana. Esas visiones ilusorias y fantásticas, construidas a partir de falacias y argumentaciones ideológicas que dan la espalda a la evidencia empírica (natural, social, histórica) son una amenaza para la libertad, la paz y la emancipación. El conocimiento científico es la mejor herramienta que tenemos para hacerles frente, además de otras implicaciones prácticas derivadas del mismo, desde que se constituyó a partir de los aportes de los padres fundadores Copérnico, Kepler, Galileo, Newton y Darwin.

En fin, pues, no todo lo defendible “a capa y espada” es dogma o verdad indiscutible. Que los defensores de dogmas o ilusiones (religiosas o políticas) los defiendan a capa y espada les da una ventaja respecto a los que no se atrevan a defender a capa y espada la causa de la ciencia. Esta es una causa que las personas razonables y progresistas –no digamos las personas que están integradas como alumnos o como docentes e investigadores en instituciones universitarias— deberían luchar con sus mejores armas, es decir, las armas de la razón y de los datos de la realidad.

“Al fin y a la postre –anota Steven Pinker-, la mayor recompensa de inculcar el aprecio de la ciencia estriba en que ‘todo el mundo’ piense de forma más científica (…) los humanos somos vulnerables a los sesgos cognitivos y a las falacias. Aunque la cultura científica no sea en sí una cura para el razonamiento falaz cuando se trata de señas de identidad politizadas, la mayoría de los problemas no empiezan de esa manera y todos saldrían ganando si pudieran pensar en ellos de un modo más científico. Los movimientos que aspiran a propagar la sofisticación científica, como el periodismo de datos, el pronóstico bayesiano, la medicina y la política basadas en evidencias, la monitorización de la violencia en tiempo real y el altruismo efectivo poseen un enorme potencial para promover el bienestar humano”3.

II

Dicho lo anterior, veamos qué es la epistemología, también conocida como filosofía del conocimiento, teoría del conocimiento o filosofía de la ciencia. Es una disciplina filosófica que se ocupa de investigar qué es el conocimiento científico, sus condiciones, límites y posibilidades; su evolución histórica; sus diferencias y semejanzas con otras formas de conocimiento; sus características esenciales, sus soportes institucionales y sociales, y sus fronteras. En el debate epistemológico más reciente, ocupan un lugar central los temas relativos a las bases neuronales del conocimiento humano, para lo cual se están volviendo decisivos los aportes de la psicología cognitiva, la psicología evolucionista y la biología evolutiva.

La crítica popperiana al inductivismo (y el empirismo positivista) encuentra un respaldo firme en las contribuciones de Antonio Damasio, Steven Pinker y Michael Gazzaniga en el asunto, tan debatido, de si en el proceso de conocimiento los seres humanos encaran la realidad sin ningún presupuesto (psicológico, mental, emotivo), es decir, como una tabla rasa, o si ese proceso tiene condiciones (mecanismos, predisposiciones psicobiológicas) previas a la experiencia, que la hacen posible y le marcan unos derroteros determinados. Las conclusiones, respaldadas por sólidas evidencias empíricas, se inclinan fuertemente en le segunda dirección: no somos, ni podemos ser, tablas rasas, pues ello supondría la renuncia, imposible, a nuestra naturaleza biológica, de la cual emergen precisamente –por selección natural— nuestras facultades cognoscitivas fundamentales, al igual que nuestras facultades morales4.

La epistemología es cultivada, principalmente por filósofos, aunque también hay científicos e historiadores de la ciencia que se ocupan de los temas y problemas propios de la disciplina. Entre los filósofos de la ciencia más influyentes y conocidos destacan Karl Popper, que dejó una huella imborrable en el debate epistemológico con su tesis de que el conocimiento científico descansa en una dinámica de conjeturas y refutaciones; Thomas Kuhn, con su aporte sobre los paradigmas y las revoluciones científicas; e Imre Lakatos, con su visión del quehacer científico como algo enmarcado en programas de investigación de carácter institucional.

Esos autores son solo tres, de una larga lista de nombres que se remonta a Parménides, Sócrates, Platón y Aristóteles, en la antigüedad helénica; Plotino y San Agustín en mundo latino; y que desde los inicios de la ciencia moderna no ha dejado de crecer, comenzando con Francis Bacon, René Descartes, John Locke, David Hume e Inmanuel Kant -hasta el siglo XX- cuando, al lado de Popper, Kuhn y Lakatos se puede poner a Alfred Ayer, Bertrand Russell, Mario Bunge y Alexander Koyré. Algunos de los científicos que hecho importantes aportes a la filosofía de la ciencia son los físicos Steven Weinberg y Alan Sokal, y los biólogos evolutivos Stephen Jay Gould y Francisco J. Ayala.

Asimismo, la epistemología y la ciencia son dos campos especializados del conocimiento humano que deberían estar en comunicación, lo cual no siempre ha sido ni es así. No han faltado los epistemólogos –serios o de mera pose— que han elaborado sus reflexiones sobre la ciencia sin dirigir la mirada a la realidad efectiva del quehacer científico, en algunos casos con la pretensión, sin fundamento, de decir a los científicos cómo debería ser su trabajo. Es una práctica que poco a poco se ha ido subsanando, pero que todavía encuentra adeptos en círculos filosóficos a los que la ciencia no sólo les es ajena, sino que predican, afincados en una presunta “segunda cultura”, una fobia contra lo científico que no hace ningún bien, en particular al campo de conocimiento en el cual se mueven y, en general, a las humanidades.

La epistemología, precisamente, tiene una larga historia, desde sus formulaciones modernas, allá por el 1600, hasta el momento actual –sin contar las elaboraciones sobre el problema del conocimiento iniciadas con los presocráticos—, cuando los filósofos de la ciencia más audaces y rigurosos han incursionado en el mundo científico y algunos científicos lúcidos han incursionado en la reflexión sobre el conocimiento. Gracias a esos esfuerzos, de los cuales fue un pionero Karl Popper, ambos campos se han enriquecido extraordinariamente, y ahora se conoce bastante bien –aunque eso no quiere decir que todo sea prístino— qué es la ciencia y qué es la investigación científica.

  1Texto ampliado de la conferencia ofrecida por el autor en la “Semana Científica IEPROES 2019”. San Salvador, 18 de septiembre de 2019.

  2Docente Investigador de la Escuela de Ciencias Sociales, Universidad de El Salvador. Miembro del Grupo de Trabajo CIESAS-Glofo, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).

3Steven Pinker, En defensa de la Ilustración. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso. Barcelona, Paidós, 2018, p. 489.

4Cfr., Michael S. Gazzaniga, ¿Qué nos hace humanos? La explicación científica de nuestra singularidad como especie. México, Paidós, 2019.

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