Carlos Girón S.
El multimillonario Epulón de los siete bancos extranjeros que operan en nuestro país, viagra se sienten agraviados de las reformas fiscales en vigor desde el 1 del corriente mes, sildenafil y han corrido a la Corte Suprema de Justicia a interponer demandas contra dichas reformas, por antojárseles que son “inconstitucionales”. Concretamente, aducen que este carácter se refiere al 0.25 por ciento con que se gravan las transacciones financieras, en tanto que a la par no se ruborizan de revelar ellos mismos que en sus arcas acumulan una bicoca de 7 mil 275.6 millones de dólares que son depósitos del público, o sea, de nosotros los salvadoreños.
Estos Epulones, que al año se embolsan muchos millones de dólares como ganancias, en gran parte por negocios que hacen con esa millonada del dinero de nuestro pueblo, se resisten a revertirle a éste una millonésima parte de sus exorbitantes ganancias, despreciando el hecho de que ese pírrico 0.25 por ciento de impuesto está destinado a obras sociales que realiza el Gobierno.
Los banqueros que pretenden “que se les haga justicia” en las altas instancias judiciales no se acuerdan de que ellos esquilman a sus usuarios porcentajes mil veces más elevados que ese casi imperceptible 0.25% de impuesto a sus operaciones financiera. Los esquilman en las dos vías: pagándoles tasas de interés bajísimas a los depósitos a plazo del público, y cobrándoles desproporcionadas tasas de interés a los créditos que le otorgan a la gente, con frecuencia a usuarios que tienen en los mismos bancos sus depósitos o ahorros. Esa es la razón para las elevadas ganancias que obtienen anualmente, ganancias que en el caso de nuestro país se van para afuera dado que tales bancos son extranjeros. Hoy no tenemos ningún banco del país. Aunque, de todos modos, sería lo mismo.
Varios o la mayoría de bancos, aquí o afuera, no son sólo eso, negociantes de dinero, sino también casa-tenientes gracias a la cantidad de casas que embargan y quitan a propietarios por demoras en el pago de créditos hipotecarios otorgados a los pobres perdidosos que quedan en la calle al no lograr mover a la compasión a sus prestamistas, los banqueros. Estos no se quedan mucho tiempo con las casas despojadas a sus dueños insolventes; se deshacen de ellas con prontitud vendiéndolas con buenas ganancias a empresas de bienes raíces.
Por otro lado, casi puede asegurarse que en los países de donde son originarios los bancos extranjeros (sus accionistas) arraigados en el nuestro, no andan queriendo evadir el pago de impuestos, como quieren hacerlo aquí, so pretexto de que su presencia y sus capitales contribuyen al desarrollo del país, lo que puede ser valedero sólo parcialmente, dado que existen bancos nacionales, gubernamentales, cuya misión y función fundamental es precisamente la de promover y coadyuvar al desarrollo de renglones básicos como son, principalmente, la agricultura y la industria.
Aparte de no querer pagar los impuestos, los banqueros acrecientan sus ganancias a costa de salarios de hambre que pagan a los empleados, con excepción tal vez de los altos ejecutivos, que probablemente también son extranjeros; al resto del personal, en particular los cajeros, no les pagan mucho arriba del salario mínimo establecido para el comercio y los servicios.
El caso es que el multimillonario Epulón se niega una vez más a compartir aunque sea mínimamente sus exorbitantes ganancias con sus semejantes, con los que necesitan de ayuda, en este caso el Gobierno de la República, que busca incrementar las recaudaciones no sólo para seguir manteniendo los exitosos programas sociales de beneficio para las grandes mayorías, sino para ampliarlos y mejorarlos. Y lo mínimo que podrían hacer estos banqueros es reconocer que la riqueza que acumulan y aumentan año con año la han generado en este suelo, con la ayuda directa e indirecta de la gente a la que le niegan ese menguado 0.25% sobre sus transacciones financieras, que es apenas “un pelo del lobo”.
Un fiel retrato de esos banqueros es este descrito por un desconocido, pero no por ello, menos cierto:
“Ya lo predecía en el siglo XIX, con profética lucidez uno de los padres de la patria norteamericana, Thomas Jefferson, cuando, a la vista de las intrigas de los banqueros, avisaba: “Pienso que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que ejércitos enteros listos para el combate. Si el pueblo americano permite un día que los bancos privados controlen su moneda, los bancos y todas las instituciones que florecerán en torno a ellos privarán a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, enseguida por la recesión, hasta el día en que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo sobre la tierra que sus padres conquistaron”.
Hoy en día, millones de estadounidenses duermen en carpas o en automóviles en las afueras de las grandes ciudades por haber sido despojados de sus casas por bancos acreedores.
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