Dr. Víctor M. Valle
El tango de los 20 años no es nada se queda chiquito, cuando cobro conciencia de los 62 años transcurridos desde ese 23 de diciembre de 1958 cuando unos 600 jóvenes de todo el país recibimos el flamante diploma oficial de Bachiller en Ciencias y Letras (unos poco recibimos el de Bachiller en Ciencias, Letras y Matemáticas).
Qué tranquilo era el país. Qué normal veíamos los muchos pies descalzos de los pobres o los cortadores de café durmiendo a la intemperie en espera de ser contratados por los finqueros. Qué alto veíamos el monumento de El Salvador del Mundo. Qué lógico encontrábamos que el presidente siempre fuera un militar y que en las elecciones solo hubiera un candidato, siempre militar, y que en la Asamblea solo hubiera diputados de un partido, el oficial.
Hay estirpes connotadas que acompañaron el régimen político elitista. El bisabuelo de Pro Patria, el abuelo del PRUD, el hijo del PCN y los nietos de ARENA. También hay una historia de luchas y esperanzas de muchos rebeldes héroes y mártires que quisieron cambiar para bien al país.
Éramos 600 bachilleres al año. No los 70,000 que ahora hacen el PAES, AVANZO y conexos.
En 1958 la población total de El Salvador era de menos de 3 millones de personas y la diáspora era “la del gasto”, pero ya había comenzado por goteo desde principios del siglo XX. Ahora somos cerca de siete millones más los tres que dicen hay en el exterior.
Entre 1957 y 1958 también hubo una pandemia, la de la Gripe Asiática, que mató a un millón cien mil personas en una población mundial de 2.900 millones. Ahora somos 7.700 millones de personas en el mundo. Para que el COVID-19 empate y satisfaga a los amantes de las cifras en detrimento de los humanos, debe haber proporcionalmente, cuando el COVID-19 cese, 3 millones de muertos. Y apenas hay un millón 700 mil a esta fecha.
Los 600 bachilleres cupimos en la cancha del nuevo, por entonces, Gimnasio Nacional en la Colonia Flor Blanca. Los familiares se sentaron en las graderías que lucían casi vacías. El Gimnasio, inaugurado en 1956, había sido construido como un proyecto estelar del gobierno del coronel Osorio y era imponente con sus 12,000 asientos.
En el país gobernaba el coronel José María Lemus que ganó elecciones como candidato único en 1956.
Miembros del gabinete eran personas conocidas: ministro de Cultura (así se llamaba el de Educación) Mauricio Guzmán y subsecretario Jorge Lucifer Lardé; ministro de Relaciones Exteriores, Alfredo Ortiz Mancía y subsecretario Alfredo Martínez Moreno; ministro de Economía, Alfonso Rochac; ministro de Obras Públicas, Roberto Parker; ministro de Justicia, Rafael Antonio Carballo y así los otros en un proclamado, o autoproclamado, gabinete de lujo.
El país estaba tranquilo o tranquilizado. La masacre del 32 aún era recordaba por muchos testigos, algunos con miedo, otros con satisfacción.
Había sucedido 26 años antes, menos de lo que ha pasado desde la firma de los Acuerdos de Paz. El presidente Lemus aún no había entrado a su breve período de pequeño dictador. Eso fue dos años después.
Ese 23 de diciembre de 1958, llegaban vagas las noticias de unos rebeldes barbudos que combatían una dictadura feroz en Cuba.
Dos semanas después Fidel Castro, el líder de los rebeldes, entro triunfante a La Habana y América Latina se conmovió y cambió rotundamente. Entramos a la Universidad marcados por ese evento histórico.
Los bachilleres de ese 1958 tomamos caminos diversos. Algunos llegaron a ser personas connotadas en la vida nacional. Muchos han ido muriendo y no tengo idea de cuántos quedamos.
Menciono algunos: Roberto Selva, Marcelo Estrada, René Hernández Valiente, Mauricio Ungo, Mauricio Mossi Calvo, Marta Ivonne Galindo, Raquelina Magaña, Ana Delmy Mendoza, Alejandro Saca Meléndez, Carlos Borgonovo, Miguel Regalado Dueñas, Ricardo Lagos Moncada, Guillermo Walsh, Luis López Cerón, Santiago Ruiz, Ricardo Heymans Meardi, Gustavo Pineda Marchelli, Jorge Rodríguez Deras, Jorge Salvador Martínez, Ramiro Aguilar Duarte, Reynaldo Villeda, Julio Gómez Chávez, Jorge Valdés Bolaños, Eduardo Badía Serra y, por mucho que exprimo las neuronas, ya no me acuerdo de otros.
Unos meses después, nos juntaríamos los aspirantes a ingresar, en mayo de 1959, a la Universidad de El Salvador, la única en el país en ese entonces. En la Rectoría se hacían los trámites iniciales y estaba en la séptima avenida Sur, cerca de la calle Rubén Darío, en San Salvador, donde antes fue el Colegio Sagrado Corazón.
El rector, era el Dr. Napoleón Rodríguez Ruiz, padre de Pepe, y secretario general, Dr. Roberto Emilio Cuéllar Milla, padre de Roberto Cuéllar. El rector y el secretario general fueron cruelmente golpeados y torturados, dos años después, por el gobierno de Lemus, ya convertido en dictadorzuelo de turno, pero felizmente derrocado en octubre de 1960.
Y ahí, en la Rectoría nos juntábamos, en algarabía propia de quienes salíamos de la adolescencia a degustar la libertad, jóvenes de diversos centros educativos: el Instituto Nacional, el Liceo, el Externado, el Santa Cecilia, el Don Bosco, el San José, el Central de Señoritas, el Sagrado Corazón y el Asunción. Eras los tiempos de centros educativos solo para varones y solo para hembras.
Éramos 600 bachilleres hace 62 años y ninguno imaginó lo que vendría después en el mundo, en el país y en nuestras vidas. Sesenta y dos años antes de 1958, era presidente el general Rafael Gutiérrez, uno de los 44 alzados que derrocaron al presidente Carlos Ezeta en 1894.
Dentro de 62 años estaremos en la penúltima década del siglo XXI y ojalá un octogenario que entonces recuerde estos tiempos raros del 2020 de pandemias virales y morales pueda decir: El Salvador es un lindo país, desarrollado, educado y ejemplar.
Nuestra sufrida, endurecida y luchadora gente lo merece. Tengamos ese ideal, al menos, como estrella que guíe muestras acciones hacia esa esperada Navidad de país.
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