Luis Armando González
Nota introductoria
El 9 de octubre de 1967 fue asesinado en Bolivia Ernesto “Che” Guevara. Como un homenaje a su trayectoria y compromiso con un socialismo ético, reproduzco aquí un fragmento de un escrito más amplio, dedicado a él en mi libro Las ideas y el poder en América Latina. Sin duda alguna, sin el Che Guevara no se entiende a la América Latina de los años sesenta, setenta y ochenta. Los movimientos de liberación nacional latinoamericanos se inspiraron no solo en sus ideas éticas, políticas y militares, sino en su ejemplo como combatiente revolucionario. En el presente, recuperar el ideario ético de Guevara es uno de los grandes desafíos de las izquierdas del continente.
El Che, asesinado en Bolivia en 1967, es el símbolo emblemático de un socialismo ético en cuya mira está la creación de un hombre nuevo. Simboliza también al estratega militar, cuyo genio se plasmó tanto en el campo de batalla como en textos destinados a difundir sus enseñanzas guerreras.
Dos escritos sobresalen en este punto: La guerra de guerrillas (1961) y Guerra de guerrillas, un método (1963)2, claves en la difusión de la estrategia guerrillera en la mayor parte de América Latina a partir de la experiencia cubana. En el primer escrito –en el que se fundamenta la tesis de los focos guerrilleros— Guevara se interesa por exponer las lecciones de la revolución cubana para los movimientos revolucionarios de América. Tres son, a su juicio, esas lecciones: a) las fuerzas populares pueden ganar la guerra al Ejército; b) las condiciones de la revolución pueden ser creadas por el foco insurreccional; y c) el terreno de la lucha armada es el campo. Los dos primeros aspectos están encaminados a rechazar a los “quietistas” revolucionarios o pseudo revolucionarios. El tercero encierra una crítica a los dogmáticos que apuestan por la ciudad.
En el segundo escrito, Guevara se pregunta qué es la guerra de guerrillas y cuál es su utilización correcta.
Sus ideas al respecto son las siguientes: la guerra de guerrillas es una guerra del pueblo, es una guerra de masas; la guerrilla es la vanguardia del pueblo, situada en un lugar determinado de algún territorio dado.
Desarrolla una serie de acciones bélicas tendientes a un fin estratégico: la toma del poder, para lo cual se apoya en los campesinos y obreros. Siguiendo a Lenin, el Che afirma que no se debe temer a la violencia, que es la partera de sociedades nuevas. La violencia revolucionaria debe desatarse en el momento preciso, es decir, en el momento en el que los conductores del pueblo hayan encontrado las circunstancias más favorables, cuales son la conciencia de la necesidad del cambio y la certeza de que ese cambio es posible (condiciones subjetivas), aunado a las condiciones objetivas existentes en América Latina, favorables a la revolución: pobreza, marginalidad, represión, agresión imperialista.
Detrás de estas elaboraciones teórico-militares, está el supuesto de que la lucha guerrillera es la plataforma de creación del hombre nuevo, solidario, universal, honesto y limpio.
En consecuencia, la lucha armada debe estar dominada por un sentimiento humanista, en el cual la verdad y la justicia son los ejes centrales. Ya en poder, la actividad de Guevara no es ajena a esta pretensión humanista, como lo demuestra su defensa de la libertad ideológica de los trabajadores en el texto “Contra el sectarismo” (1961). Mientras que en el documento “El cuadro columna vertebral de la revolución” (1963) defiende la igualdad civil y la dignidad de los trabajadores, al tiempo que apuesta por un desarrollo político de los cuadros revolucionarios que tiene que ver no solo con el aprendizaje del marxismo, sino también con la responsabilidad individual por los actos que cada uno realiza.
Se trata de un socialismo ético, antiburocrático, que resalta la responsabilidad individual por encima de la sujeción impuesta por el partido. “El revolucionario cabal, el miembro del partido dirigente de la revolución debería trabajar a todas horas, todos los minutos de su vida con un interés siempre renovado y siempre creciente y siempre fresco”.
Estamos, pues, ante un planteamiento humanista que resalta el respeto a la individualidad y a los méritos de cada persona. Hablando de Camilo Cienfuegos, dice el Che: “Camilo practicaba la lealtad como una religión, era devoto de ella; tanto la lealtad personal hacia Fidel, que encarna como nadie la lealtad del pueblo, como la de ese mismo pueblo; pueblo y Fidel marchan unidos y así marchaban las devociones del guerrillero invicto”.
El Che Guevara es el portavoz de una orientación práctico-política que renovó el quehacer de los militantes revolucionarios latinoamericanos. El Che Guevara fue también, además de un organizador guerrillero, un intelectual, es decir, un hombre que pensó los procesos en los que se vio inserto, los elaboró teóricamente y, con esas elaboraciones, contribuyó a su configuración histórica.
La trayectoria del Che Guevara se inscribe en el mismo horizonte que la de José Martí, Julio Antonio Mella, José Carlos Mariátegui y Luis Emilio Recabarren: en él, como en estos, la actividad intelectual se fusionó con la actividad política, solo que un grado tal que casi se volvieron indistinguibles en vida de Guevara.
Es esta fusión, coronada por una muerte violenta en manos de los enemigos de la revolución, la que hace del Che Guevara uno de los mejores exponentes del intelectual político latinoamericano, esto es, del intelectual que subordina de modo absoluto su saber –y su vida— a un proyecto político, del cual se considera único responsable.
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Tomado de L. A. González, Las ideas y el poder en América Latina. San Salvador, Editorial UFG, 2013, pp. 107-110.
1.Ver Guevara, E., El socialismo y el hombre nuevo. México, 1979
2. En Ernesto Che Guevara, Obras escogidas 1957-1967. La Habana, 1991, Vol. I